II La oración de petición
2629 El
vocabulario neotestamentario sobre la oración de súplica está lleno de matices:
pedir, reclamar, llamar con insistencia, invocar, clamar, gritar, e incluso
"luchar en la oración" (cf Rm 15, 30; Col 4, 12). Pero su forma más
habitual, por ser la más espontánea, es la petición: Mediante la oración de
petición mostramos la conciencia de nuestra relación con Dios: por ser
criaturas, no somos ni nuestro propio origen, ni dueños de nuestras
adversidades, ni nuestro fin último; pero también, por ser pecadores, sabemos,
como cristianos, que nos apartamos de nuestro Padre. La petición ya es un
retorno hacia El.
2630 El
Nuevo Testamento no contiene apenas oraciones de lamentación, frecuentes en el
Antiguo. En adelante, en Cristo resucitado, la oración de la Iglesia es
sostenida por la esperanza, aunque todavía estemos en la espera y tengamos que
convertirnos cada día. La petición cristiana brota de otras profundidades, de
lo que S. Pablo llama el gemido: el de la creación "que sufre
dolores de parto" (Rm 8, 22), el nuestro también en la espera "del
rescate de nuestro cuerpo. Porque nuestra salvación es objeto de
esperanza" (Rm 8, 23-24), y, por último, los "gemidos inefables"
del propio Espíritu Santo que "viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues
nosotros no sabemos pedir como conviene" (Rm 8, 26).
2631 La petición
de perdón es el primer movimiento de la oración de petición (cf el
publicano: "ten compasión de mí que soy pecador": Lc 18, 13). Es el
comienzo de una oración justa y pura. La humildad confiada nos devuelve a la
luz de la comunión con el Padre y su Hijo Jesucristo, y de los unos con los
otros (cf 1 Jn 1, 7-2, 2): entonces "cuanto pidamos lo recibimos de
El" (1 Jn 3, 22). Tanto la celebración de la eucaristía como la oración
personal comienzan con la petición de perdón.
2632 La
petición cristiana está centrada en el deseo y en la búsqueda del Reino
que viene, conforme a las enseñanzas de Jesús (cf Mt 6, 10. 33; Lc 11, 2. 13).
Hay una jerarquía en las peticiones: primero el Reino, a continuación lo que es
necesario para acogerlo y para cooperar a su venida. Esta cooperación con la
misión de Cristo y del Espíritu Santo, que es ahora la de la Iglesia, es objeto
de la oración de la comunidad apostólica (cf Hch 6, 6; 13, 3). Es la oración de
Pablo, el Apóstol por excelencia, que nos revela cómo la solicitud divina por
todas las Iglesias debe animar la oración cristiana (cf Rm 10, 1; Ef 1, 16-23;
Flp 1, 9-11; Col 1, 3-6; 4, 3-4. 12). Al orar, todo bautizado trabaja en la
Venida del Reino.
2633 Cuando
se participa así en el amor salvador de Dios, se comprende que toda
necesidad pueda convertirse en objeto de petición. Cristo, que ha asumido
todo para rescatar todo, es glorificado por las peticiones que ofrecemos al
Padre en su Nombre (cf Jn 14, 13). Con esta seguridad, Santiago (cf St 1, 5-8)
y Pablo nos exhortan a orar en toda ocasión (cf Ef 5, 20; Flp 4, 6-7;
Col 3, 16-17; 1 Ts 5, 17-18).
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