Artículo 2
EL CAMINO DE LA ORACIÓN
2663 En la
tradición viva de la oración, cada Iglesia propone a sus fieles, según el
contexto histórico, social y cultural, el lenguaje de su oración: palabras,
melodías, gestos, iconografía. Corresponde al magisterio (cf. DV 10) discernir
la fidelidad de estos caminos de oración a la tradición de la fe apostólica y
compete a los pastores y catequistas explicar el sentido de ello, con relación
siempre a Jesucristo.
La oración al Padre
2664 No hay
otro camino de oración cristiana que Cristo. Sea comunitaria o individual,
vocal o interior, nuestra oración no tiene acceso al Padre más que si oramos
"en el Nombre" de Jesús. La
santa humanidad de Jesús es, pues, el camino por el que el Espíritu Santo nos
enseña a orar a Dios nuestro Padre.
La oración a Jesús
2665 La
oración de la Iglesia, alimentada por la palabra de Dios y por la celebración
de la liturgia, nos enseña a orar al Señor Jesús. Aunque esté dirigida sobre
todo al Padre, en todas las tradiciones litúrgicas incluye formas de oración
dirigidas a Cristo. Algunos salmos, según su actualización en la Oración de la
Iglesia, y el Nuevo Testamento ponen en nuestros labios y gravan en nuestros
corazones las invocaciones de esta oración a Cristo: Hijo de Dios, Verbo de
Dios, Señor, Salvador, Cordero de Dios, Rey, Hijo amado, Hijo de la Virgen,
Buen Pastor, Vida nuestra, nuestra Luz, nuestra Esperanza, Resurrección
nuestra, Amigo de los hombres...
2666 Pero
el Nombre que todo lo contiene es aquel que el Hijo de Dios recibe en su
encarnación: Jesús. El nombre divino es inefable para los labios humanos (cf Ex
3, 14; 33, 19-23), pero el Verbo de Dios, al asumir nuestra humanidad, nos lo
entrega y nosotros podemos invocarlo: "Jesús", "YHVH salva"
(cf Mt 1, 21). El Nombre de Jesús
contiene todo: Dios y el hombre y toda la Economía de la creación y de la
salvación. Decir "Jesús" es invocarlo desde nuestro propio
corazón. Su Nombre es el único que contiene la presencia que significa. Jesús
es el resucitado, y cualquiera que invoque su Nombre acoge al Hijo de Dios que
le amó y se entregó por él (cf Rm 10, 13; Hch 2, 21; 3, 15-16; Ga 2, 20).
2667 Esta
invocación de fe bien sencilla ha sido desarrolla da en la tradición de la
oración bajo formas diversas en Oriente y en Occidente. La formulación más
habitual, transmitida por los espirituales del Sinaí, de Siria y del Monte
Athos es la invocación: "Jesús, Cristo, Hijo de Dios, Señor, ¡Ten piedad
de nosotros, pecadores!" Conjuga el himno cristológico de Flp 2, 6-11 con
la petición del publicano y del mendigo ciego (cf Lc 18,13; Mc 10, 46-52).
Mediante ella, el corazón está acorde con la miseria de los hombres y con la
misericordia de su Salvador.
2668 La
invocación del santo Nombre de Jesús es el camino más sencillo de la oración
continua. Repetida con frecuencia por un corazón humildemente atento, no se
dispersa en "palabrerías" (Mt 6, 7), sino que "conserva la
Palabra y fructifica con perseverancia" (cf Lc 8, 15). Es posible "en
todo tiempo" porque no es una ocupación al lado de otra, sino la única
ocupación, la de amar a Dios, que anima y transfigura toda acción en Cristo
Jesús.
2669 La
oración de la Iglesia venera y honra al Corazón de Jesús, como invoca su
Santísimo Nombre. Adora al Verbo encarnado y a su Corazón que, por amor a los
hombres, se dejó traspasar por nuestros pecados. La oración cristiana practica
el Vía Crucis siguiendo al Salvador. Las estaciones desde el Pretorio,
al Gólgota y al Sepulcro jalonan el recorrido de Jesús que con su santa Cruz
nos redimió.
"Ven, Espíritu
Santo"
2670 "Nadie puede decir: '¡Jesús es
Señor!' sino por influjo del Espíritu Santo" (1 Co 12, 3). Cada vez que en
la oración nos dirigimos a Jesús, es el Espíritu Santo quien, con su gracia
preveniente, nos atrae al Camino de la oración. Puesto que él nos enseña
a orar recordándonos a Cristo, ¿cómo no dirigirnos también a él orando? Por
eso, la Iglesia nos invita a implorar todos los días al Espíritu Santo,
especialmente al comenzar y al terminar cualquier acción importante.
Si el Espíritu no debe ser adorado, ¿cómo me diviniza él por el bautismo? Y
si debe ser adorado, ¿no debe ser objeto de un culto particular? (San Gregorio
Nacianceno, or. theol. 5, 28).
2671 La
forma tradicional para pedir el Espíritu es invocar al Padre por medio de
Cristo nuestro Señor para que nos dé el Espíritu Consolador (cf Lc 11, 13). Jesús insiste en esta petición en su
Nombre en el momento mismo en que promete el don del Espíritu de Verdad (cf Jn
14, 17; 15, 26; 16, 13). Pero la oración más sencilla y la más directa es
también la más tradicional: "Ven, Espíritu Santo", y cada tradición
litúrgica la ha desarrollado en antífonas e himnos:
Ven, Espíritu Santo, llena los
corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor (cf secuencia
de Pentecostés).
Rey celeste, Espíritu Consolador,
Espíritu de Verdad, que estás presente en todas partes y lo llenas todo, tesoro
de todo bien y fuente de la vida, ven, habita en nosotros, purifícanos y
sálvanos. ¡Tú que eres bueno! (Liturgia bizantina. Tropario de vísperas
de Pentecostés).
2672 El
Espíritu Santo, cuya unción impregna todo nuestro ser, es el Maestro interior
de la oración cristiana. Es el
artífice de la tradición viva de la oración. Ciertamente hay tantos caminos en
la oración como orantes, pero es el mismo Espíritu el que actúa en todos y con
todos. En la comunión en el Espíritu Santo la oración cristiana es oración en
la Iglesia.
En comunión con la Santa Madre
de Dios
2673 En la
oración, el Espíritu Santo nos une a la Persona del Hijo Unico, en su humanidad
glorificada. Por medio de ella y en ella, nuestra oración filial comulga en la
Iglesia con la Madre de Jesús (cf Hch 1, 14).
2674 Desde
el sí dado por la fe en la anunciación y mantenido sin vacilar al pie de la
cruz, la maternidad de María se extiende desde entonces a los hermanos y a las
hermanas de su Hijo, "que son peregrinos todavía y que están ante los
peligros y las miserias" (LG 62). Jesús, el único Mediador, es el Camino
de nuestra oración; María, su Madre y nuestra Madre es pura transparencia de
él: María "muestra el Camino" ["Hodoghitria"], ella es su
"signo", según la iconografía tradicional de Oriente y Occidente.
2675 A
partir de esta cooperación singular de María a la acción del Espíritu Santo,
las Iglesias han desarrollado la oración a la santa Madre de Dios, centrándola
sobre la persona de Cristo manifestada en sus misterios. En los innumerables
himnos y antífonas que expresan esta oración, se alternan habitualmente dos
movimientos: uno "engrandece" al Señor por las "maravillas"
que ha hecho en su humilde esclava, y por medio de ella, en todos los seres
humanos (cf Lc 1, 46-55); el segundo confía a la Madre de Jesús las súplicas y
alabanzas de los hijos de Dios ya que ella conoce ahora la humanidad que en
ella ha sido desposada por el Hijo de Dios.
2676 Este
doble movimiento de la oración a María ha encontrado una expresión privilegiada
en la oración del Ave María:
"Dios te salve, María [Alégrate, María]". La salutación del
Angel Gabriel abre la oración del Ave María. Es Dios mismo quien por mediación
de su ángel, saluda a María. Nuestra oración se atreve a recoger el saludo a
María con la mirada que Dios ha puesto sobre su humilde esclava (cf Lc 1, 48) y
a alegrarnos con el gozo que El encuentra en ella (cf So 3, 17b)
"Llena de gracia, el Señor es contigo": Las dos palabras
del saludo del ángel se aclaran mutuamente. María es la llena de gracia porque
el Señor está con ella. La gracia de
la que está colmada es la presencia de Aquél que es la fuente de toda gracia.
"Alégrate... Hija de Jerusalén... el Señor está en medio de ti" (So
3, 14, 17a). María, en quien va a habitar el Señor, es en persona la hija de
Sión, el arca de la Alianza, el lugar donde reside la Gloria del Señor: ella es
"la morada de Dios entre los hombres" (Ap 21, 3). "Llena
de gracia", se ha dado toda al que viene a habitar en ella y al que
entregará al mundo.
"Bendita tú eres entre
todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús". Después del saludo del ángel,
hacemos nuestro el de Isabel. "Llena del Espíritu Santo" (Lc 1, 41),
Isabel es la primera en la larga serie de las generaciones que llaman
bienaventurada a María (cf. Lc 1, 48): "Bienaventurada la que ha creído...
" (Lc 1, 45): María es "bendita entre todas las mujeres" porque
ha creído en el cumplimiento de la palabra del Señor. Abraham, por su fe, se
convirtió en bendición para todas las "naciones de la tierra" (Gn 12,
3). Por su fe, María vino a ser la
madre de los creyentes, gracias a la cual todas las naciones de la tierra
reciben a Aquél que es la bendición misma de Dios: Jesús, el fruto bendito de
su vientre.
2677 "Santa
María, Madre de Dios, ruega por nosotros... " Con Isabel, nos
maravillamos y decimos: "¿De dónde a mí que la madre de mi Señor venga a
mí?" (Lc 1, 43). Porque nos da a Jesús su hijo, María es madre de Dios y
madre nuestra; podemos confiarle todos nuestros cuidados y nuestras peticiones:
ora para nosotros como oró para sí misma: "Hágase en mí según tu
palabra" (Lc 1, 38). Confiándonos
a su oración, nos abandonamos con ella en la voluntad de Dios: "Hágase tu
voluntad".
"Ruega por nosotros,
pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte". Pidiendo a María que ruegue por nosotros, nos
reconocemos pecadores y nos dirigimos a la "Madre de la
Misericordia", a la Virgen Santísima. Nos ponemos en sus manos
"ahora", en el hoy de nuestras vidas. Y nuestra confianza se ensancha
para entregarle desde ahora, "la hora de nuestra muerte". Que esté
presente en esa hora, como estuvo en la muerte en Cruz de su Hijo y que en la
hora de nuestro tránsito nos acoja como madre nuestra (cf Jn 19, 27) para
conducirnos a su Hijo Jesús, al Paraíso.
2678 La piedad medieval de Occidente
desarrolló la oración del Rosario, en sustitución popular de la Oración de las
Horas. En Oriente, la forma litánica del Acathistós y de la Paráclisis se ha
conservado más cerca del oficio coral en las Iglesias bizantinas, mientras que
las tradiciones armenia, copta y siríaca han preferido los himnos y los
cánticos populares a la Madre de Dios. Pero en el Ave María, los theotokia, los
himnos de San Efrén o de San Gregorio de Narek, la tradición de la oración es
fundamentalmente la misma.
2679 María
es la orante perfecta, figura de la Iglesia. Cuando le rezamos, nos adherimos
con ella al designio del Padre, que envía a su Hijo para salvar a todos los
hombres. Como el discípulo amado, acogemos (cf Jn 19, 27) a la madre de Jesús,
hecha madre de todos los vivientes. Podemos orar con ella y a ella. La oración
de la Iglesia está sostenida por la oración de María. Le está unida en la
esperanza (cf LG 68-69).
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