II "¡Padre!"
2779 Antes
de hacer nuestra esta primera exclamación de la Oración del Señor, conviene
purificar humildemente nuestro corazón de ciertas imágenes falsas de "este
mundo". La humildad nos hace reconocer que "nadie conoce al
Padre, sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar", es
decir "a los pequeños" (Mt 11, 25-27). La purificación del
corazón concierne a imágenes paternales o maternales, correspondientes a
nuestra historia personal y cultural, y que impregnan nuestra relación con
Dios. Dios nuestro Padre transciende las categorías del mundo creado.
Transferir a él, o contra él, nuestras ideas en este campo sería fabricar
ídolos para adorar o demoler. Orar al Padre es entrar en su misterio, tal como
El es, y tal como el Hijo nos lo ha revelado:
La expresión Dios Padre no había sido revelada jamás a nadie. Cuando Moisés
preguntó a Dios quién era El, oyó otro nombre. A nosotros este nombre nos ha
sido revelado en el Hijo, porque este nombre implica el nuevo nombre del Padre
(Tertuliano, or. 3).
2780
Podemos invocar a Dios como "Padre" porque él nos ha sido revelado
por su Hijo hecho hombre y su Espíritu nos lo hace conocer. Lo que el hombre no
puede concebir ni los poderes angélicos entrever, es decir, la relación
personal del Hijo hacia el Padre (cf Jn 1, 1), he aquí que el Espíritu del Hijo
nos hace participar de esta relación a quienes creemos que Jesús es el Cristo y
que hemos nacido de Dios (cf 1 Jn 5, 1).
2781 Cuando
oramos al Padre estamos en comunión con El y con su Hijo, Jesucristo (cf
1 Jn 1, 3). Entonces le conocemos y lo reconocemos con admiración siempre nueva.
La primera palabra de la Oración del Señor es una bendición de adoración, antes
de ser una imploración. Porque la Gloria de Dios es que nosotros le
reconozcamos como "Padre", Dios verdadero. Le damos gracias por
habernos revelado su Nombre, por habernos concedido creer en él y por haber
sido habitados por su presencia.
2782
Podemos adorar al Padre porque nos ha hecho renacer a su vida al adoptarnos
como hijos suyos en su Hijo único: por el Bautismo nos incorpora al Cuerpo de
su Cristo, y, por la Unción de su Espíritu que se derrama desde la Cabeza a los
miembros, hace de nosotros "cristos":
Dios, en efecto, que nos ha destinado a la adopción de hijos, nos ha
conformado con el Cuerpo glorioso de Cristo. Por tanto, de ahora en adelante,
como participantes de Cristo, sois llamados "cristos" con justa
causa. (San Cirilo de Jerusalén, catech. myst. 3, 1).
El hombre nuevo, que ha renacido y vuelto a su Dios por la gracia, dice
primero: "¡Padre!", porque ha sido hecho hijo (San Cipriano, Dom.
orat. 9).
2783 Así
pues, por la Oración del Señor, hemos sido revelados a nosotros mismos
al mismo tiempo que nos ha sido revelado el Padre (cf GS 22, 1):
Tú, hombre, no te atrevías a levantar tu cara hacia el cielo, tú bajabas los
ojos hacia la tierra, y de repente has recibido la gracia de Cristo: todos tus
pecados te han sido perdonados. De siervo malo, te has convertido en buen
hijo... Eleva, pues, los ojos hacia el Padre que te ha rescatado por medio de
su Hijo y di: Padre nuestro... Pero no reclames ningún privilegio. No es Padre,
de manera especial, más que de Cristo, mientras que a nosotros nos ha creado.
Di entonces también por medio de la gracia: Padre nuestro, para merecer ser
hijo suyo (San Ambrosio, sacr. 5, 19).
2784 Este
don gratuito de la adopción exige por nuestra parte una conversión continua y
una vida nueva. Orar a nuestro Padre debe desarrollar en nosotros dos
disposiciones fundamentales:
El deseo y la voluntad de
asemejarnos a él. Creados a su imagen, la semejanza se nos ha dado por
gracia y tenemos que responder a ella.
Es necesario acordarnos, cuando
llamemos a Dios 'Padre nuestro', de que debemos comportarnos como hijos de Dios
(San Cipriano, Dom. orat. 11).
No podéis llamar Padre vuestro al Dios de toda bondad si mantenéis un
corazón cruel e inhumano; porque en este caso ya no tenéis en vosotros la señal
de la bondad del Padre celestial (San Juan Crisóstomo, hom. in Mt 7, 14).
Es necesario contemplar continuamente la belleza del Padre e impregnar de
ella nuestra alma (San Gregorio de Nisa, or. dom. 2).
2785 Un corazón
humilde y confiado que nos hace volver a ser como niños (cf Mt 18, 3);
porque es a "los pequeños" a los que el Padre se revela (cf Mt 11,
25):
Es una mirada a Dios nada más, un gran fuego de amor. El alma se hunde y se
abisma allí en la santa dilección y habla con Dios como con su propio Padre,
muy familiarmente, en una ternura de piedad en verdad entrañable (San Juan
Casiano, coll. 9, 18).
Padre nuestro: este nombre suscita en nosotros todo a la vez, el amor, el
gusto en la oración, ... y también la esperanza de obtener lo que vamos a pedir
...¿Qué puede El, en efecto, negar a la oración de sus hijos, cuando ya
previamente les ha permitido ser sus hijos? (San Agustín, serm. Dom. 2, 4, 16).
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