I Santificado
sea tu nombre
2807 El
término "santificar" debe entenderse aquí, en primer lugar, no en su
sentido causativo (solo Dios santifica, hace santo) sino sobre todo en un
sentido estimativo: reconocer como santo, tratar de una manera santa. Así es
como, en la adoración, esta invocación se entiende a veces como una alabanza y
una acción de gracias (cf Sal 111, 9; Lc 1, 49). Pero esta petición es enseñada
por Jesús como algo a desear profundamente y como proyecto en que Dios y el
hombre se comprometen. Desde la primera petición a nuestro Padre, estamos
sumergidos en el misterio íntimo de su Divinidad y en el drama de la salvación
de nuestra humanidad. Pedirle que su Nombre sea santificado nos implica en
"el benévolo designio que él se propuso de antemano" para que
nosotros seamos "santos e inmaculados en su presencia, en el amor"
(cf Ef 1, 9. 4).
2808 En los
momentos decisivos de su Economía, Dios revela su Nombre, pero lo revela
realizando su obra. Esta obra no se realiza para nosotros y en nosotros más que
si su Nombre es santificado por nosotros y en nosotros.
2809 La
santidad de Dios es el hogar inaccesible de su misterio eterno. Lo que se
manifiesta de él en la creación y en la historia, la Escritura lo llama Gloria,
la irradiación de su Majestad (cf Sal 8; Is 6, 3). Al crear al hombre "a
su imagen y semejanza" (Gn 1, 26), Dios "lo corona de gloria"
(Sal 8, 6), pero al pecar, el hombre queda "privado de la Gloria de
Dios" (Rm 3, 23). A partir de entonces, Dios manifestará su Santidad
revelando y dando su Nombre, para restituir al hombre "a la imagen de su
Creador" (Col 3, 10).
2810 En la
promesa hecha a Abraham y en el juramento que la acompaña (cf Hb 6, 13), Dios
se compromete a sí mismo sin revelar su Nombre. Empieza a revelarlo a Moisés
(cf Ex 3, 14) y lo manifiesta a los ojos de todo el pueblo salvándolo de los
egipcios: "se cubrió de Gloria" (Ex 15, 1). Desde la Alianza del
Sinaí, este pueblo es "suyo" y debe ser una "nación santa"
(o consagrada, es la misma palabra en hebreo: cf Ex 19, 5-6) porque el Nombre
de Dios habita en él.
2811 A
pesar de la Ley santa que le da y le vuelve a dar el Dios Santo (cf Lv 19, 2:
"Sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios soy santo"), y aunque
el Señor "tuvo respeto a su Nombre" y usó de paciencia, el pueblo se
separó del Santo de Israel y "profanó su Nombre entre las naciones"
(cf Ez 20, 36). Por eso, los justos
de la Antigua Alianza, los pobres que regresaron del exilio y los profetas se
sintieron inflamados por la pasión por su Nombre.
2812 Finalmente, el Nombre de Dios Santo se
nos ha revelado y dado, en la carne, en Jesús, como Salvador (cf Mt 1, 21; Lc
1, 31): revelado por lo que él ss, por su Palabra y por su Sacrificio (cf Jn 8,
28; 17, 8; 17, 17-19). Esto es el núcleo de su oración sacerdotal: "Padre
santo ... por ellos me consagro a mí mismo, para que ellos también sean
consagrados en la verdad" (Jn 17, 19). Jesús nos
"manifiesta" el Nombre del Padre (Jn 17, 6) porque
"santifica" él mismo su Nombre (cf Ez 20, 39; 36, 20-21). Al terminar
su Pascua, el Padre le da el Nombre que está sobre todo nombre: Jesús es Señor
para gloria de Dios Padre (cf Flp 2, 9-11).
2813 En el
agua del bautismo, hemos sido "lavados, santificados, justificados en el
Nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios" (1 Co 6,
11). A lo largo de nuestra vida, nuestro Padre "nos llama a la
santidad" (1 Ts 4, 7) y como nos viene de él que "estemos en Cristo
Jesús, al cual hizo Dios para nosotros santificación" (1 Co 1, 30), es
cuestión de su Gloria y de nuestra vida el que su Nombre sea santificado en
nosotros y por nosotros. Tal es la
exigencia de nuestra primera petición.
¿Quién podría santificar a Dios
puesto que él santifica? Inspirándonos nosotros en estas palabras 'Sed santos
porque yo soy santo' (Lv 20, 26), pedimos que, santificados por el bautismo,
perseveremos en lo que hemos comenzado a ser. Y lo pedimos todos los
días porque faltamos diariamente y debemos purificar nuestros pecados por una
santificación incesante... Recurrimos, por tanto, a la oración para que esta
santidad permanezca en nosotros (San Cipriano, Dom orat. 12).
2814
Depende inseparablemente de nuestra vida y de nuestra oración que
su Nombre sea santificado entre las naciones:
Pedimos a Dios santificar su Nombre porque él salva y santifica a toda la
creación por medio de la santidad... Se trata del Nombre que da la salvación al
mundo perdido pero nosotros pedimos que este Nombre de Dios sea santificado en
nosotros por nuestra vida. Porque si nosotros vivimos bien, el nombre
divino es bendecido; pero si vivimos mal, es blasfemado, según las palabras del
Apóstol: 'el nombre de Dios, por vuestra causa, es blasfemado entre las
naciones'(Rm 2, 24; Ez 36, 20-22). Por tanto, rogamos para merecer tener en
nuestras almas tanta santidad como santo es el nombre de nuestro Dios (San
Pedro Crisólogo, serm. 71).
Cuando decimos "santificado sea tu Nombre", pedimos que sea
santificado en nosotros que estamos en él, pero también en los otros a los que
la gracia de Dios espera todavía para conformarnos al precepto que nos obliga a
orar por todos, incluso por nuestros enemigos. He ahí por qué no decimos
expresamente: Santificado sea tu Nombre 'en nosotros', porque pedimos que lo
sea en todos los hombres (Tertuliano, or. 3).
2815 Esta
petición, que contiene a todas, es escuchada gracias a la oración de Cristo,
como las otras seis que siguen. La oración del Padre nuestro es oración nuestra
si se hace "en el Nombre" de Jesús (cf Jn 14, 13; 15, 16; 16,
24. 26). Jesús pide en su oración sacerdotal: "Padre santo, cuida en tu
Nombre a los que me has dado" (Jn 17, 11).
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