II Venga
a nosotros tu reino
2816 En el
Nuevo Testamento, la palabra "basileia" se puede traducir por realeza
(nombre abstracto), reino (nombre concreto) o reinado (de reinar, nombre de
acción). El Reino de Dios está ante nosotros. Se aproxima en el Verbo
encarnado, se anuncia a través de todo el Evangelio, llega en la muerte y la
Resurrección de Cristo. El Reino de Dios adviene en la Ultima Cena y por la
Eucaristía está entre nosotros. El Reino de Dios llegará en la gloria cuando
Jesucristo lo devuelva a su Padre:
Incluso puede ser que el Reino de Dios signifique Cristo en persona, al cual
llamamos con nuestras voces todos los días y de quien queremos apresurar su
advenimiento por nuestra espera. Como es nuestra Resurrección porque
resucitamos en él, puede ser también el Reino de Dios porque en él reinaremos
(San Cipriano, Dom. orat. 13).
2817 Esta
petición es el "Marana Tha", el grito del Espíritu y de la Esposa:
"Ven, Señor Jesús":
Incluso aunque esta oración no nos hubiera mandado pedir el advenimiento del
Reino, habríamos tenido que expresar esta petición , dirigiéndonos con premura
a la meta de nuestras esperanzas. Las almas de los mártires, bajo el altar,
invocan al Señor con grandes gritos: '¿Hasta cuándo, Dueño santo y veraz, vas a
estar sin hacer justicia por nuestra sangre a los habitantes de la tierra?' (Ap 6, 10). En efecto, los mártires deben
alcanzar la justicia al fin de los tiempos. Señor, ¡apresura, pues, la venida
de tu Reino! (Tertuliano, or. 5).
2818 En la
oración del Señor, se trata principalmente de la venida final del Reino de Dios
por medio del retorno de Cristo (cf Tt 2, 13). Pero este deseo no distrae a la
Iglesia de su misión en este mundo, más bien la compromete. Porque desde
Pentecostés, la venida del Reino es obra del Espíritu del Señor "a fin de
santificar todas las cosas llevando a plenitud su obra en el mundo" (MR,
plegaria eucarística IV).
2819 "El Reino de Dios es justicia y paz
y gozo en el Espíritu Santo" (Rm 14, 17). Los últimos tiempos en los que
estamos son los de la efusión del Espíritu Santo. Desde entonces está
entablado un combate decisivo entre "la carne" y el Espíritu (cf Ga
5, 16-25):
Solo un corazón puro puede decir con seguridad: '¡Venga a nosotros tu
Reino!'. Es necesario haber estado en la escuela de Pablo para decir: 'Que el
pecado no reine ya en nuestro cuerpo mortal' (Rm 6, 12). El que se conserva puro en sus acciones, sus
pensamientos y sus palabras, puede decir a Dios: '¡Venga tu Reino!' (San Cirilo
de Jerusalén, catech. myst. 5, 13).
2820 Discerniendo según el Espíritu, los
cristianos deben distinguir entre el crecimiento del Reino de Dios y el
progreso de la cultura y la promoción de la sociedad en las que están
implicados. Esta distinción no es una separación. La vocación del hombre
a la vida eterna no suprime sino que refuerza su deber de poner en práctica las
energías y los medios recibidos del Creador para servir en este mundo a la
justicia y a la paz (cf GS 22; 32; 39; 45; EN 31).
2821 Esta
petición está sostenida y escuchada en la oración de Jesús (cf Jn 17,
17-20), presente y eficaz en la Eucaristía; su fruto es la vida nueva según las
Bienaventuranzas (cf Mt 5, 13-16; 6, 24; 7, 12-13).
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