V Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos
ofenden
2838 Esta
petición es sorprendente. Si sólo comprendiera la primera parte de la frase,
-"perdona nuestras ofensas"- podría estar incluida, implícitamente,
en las tres primeras peticiones de la Oración del Señor, ya que el Sacrificio
de Cristo es "para la remisión de los pecados". Pero, según el
segundo miembro de la frase, nuestra petición no será escuchada si no hemos
respondido antes a una exigencia. Nuestra petición se dirige al futuro, nuestra
respuesta debe haberla precedido; una palabra las une: "como".
Perdona nuestras ofensas...
2839 Con
una audaz confianza hemos empezado a orar a nuestro Padre. Suplicándole que su
Nombre sea santificado, le hemos pedido que seamos cada vez más santificados.
Pero, aun revestidos de la vestidura bautismal, no dejamos de pecar, de
separarnos de Dios. Ahora, en esta nueva petición, nos volvemos a él, como el
hijo pródigo (cf Lc 15, 11-32) y nos reconocemos pecadores ante él como el
publicano (cf Lc 18, 13). Nuestra petición empieza con una
"confesión" en la que afirmamos al mismo tiempo nuestra miseria y su
Misericordia. Nuestra esperanza es firme porque, en su Hijo, "tenemos la
redención, la remisión de nuestros pecados" (Col 1, 14; Ef 1, 7). El signo
eficaz e indudable de su perdón lo encontramos en los sacramentos de su Iglesia
(cf Mt 26, 28; Jn 20, 23).
2840 Ahora
bien, este desbordamiento de misericordia no puede penetrar en nuestro corazón
mientras no hayamos perdonado a los que nos han ofendido. El Amor, como el
Cuerpo de Cristo, es indivisible; no podemos amar a Dios a quien no vemos, si
no amamos al hermano, a la hermana a quien vemos (cf 1 Jn 4, 20). Al negarse a
perdonar a nuestros hermanos y hermanas, el corazón se cierra, su dureza lo
hace impermeable al amor misericordioso del Padre; en la confesión del propio
pecado, el corazón se abre a su gracia.
2841 Esta petición es tan importante que es la
única sobre la cual el Señor vuelve y explicita en el Sermón de la Montaña (cf
Mt 6, 14-15; 5, 23-24; Mc 11, 25). Esta exigencia crucial del misterio
de la Alianza es imposible para el hombre. Pero "todo es posible para
Dios".
... como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden
2842 Este
"como" no es el único en la enseñanza de Jesús: "Sed perfectos
'como' es perfecto vuestro Padre celestial" (Mt 5, 48); "Sed
misericordiosos, 'como' vuestro Padre es misericordioso" (Lc 6, 36);
"Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que
'como' yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros"
(Jn 13, 34). Observar el mandamiento del Señor es imposible si se trata de
imitar desde fuera el modelo divino. Se trata de una participación, vital y
nacida "del fondo del corazón", en la santidad, en la misericordia, y
en el amor de nuestro Dios. Sólo el Espíritu que es "nuestra Vida"
(Ga 5, 25) puede hacer nuestros los mismos sentimientos que hubo en Cristo
Jesús (cf Flp 2, 1. 5). Así, la unidad del perdón se hace posible,
"perdonándonos mutuamente 'como' nos perdonó Dios en Cristo" (Ef 4,
32).
2843 Así,
adquieren vida las palabras del Señor sobre el perdón, este Amor que ama hasta
el extremo del amor (cf Jn 13, 1). La parábola del siervo sin entrañas, que
culmina la enseñanza del Señor sobre la comunión eclesial (cf. Mt 18, 23-35),
acaba con esta frase: "Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial si
no perdonáis cada uno de corazón a vuestro hermano". Allí es, en efecto,
en el fondo "del corazón" donde todo se ata y se desata. No
está en nuestra mano no sentir ya la ofensa y olvidarla; pero el corazón que se
ofrece al Espíritu Santo cambia la herida en compasión y purifica la memoria
transformando la ofensa en intercesión.
2844 La
oración cristiana llega hasta el perdón de los enemigos (cf Mt 5,
43-44). Transfigura al discípulo configurándolo con su Maestro. El perdón es
cumbre de la oración cristiana; el don de la oración no puede recibirse más que
en un corazón acorde con la compasión divina. Además, el perdón da testimonio de que, en nuestro mundo, el amor es más
fuerte que el pecado. Los mártires de ayer y de hoy dan este testimonio de
Jesús. El perdón es la condición fundamental de la reconciliación (cf 2 Co 5,
18-21) de los hijos de Dios con su Padre y de los hombres entre sí (cf Juan
Pablo II, DM 14).
2845 No hay
límite ni medida en este perdón, esencialmente divino (cf Mt 18, 21-22; Lc 17,
3-4). Si se trata de ofensas (de "pecados" según Lc 11, 4, o de
"deudas" según Mt 6, 12), de hecho nosotros somos siempre deudores:
"Con nadie tengáis otra deuda que la del mutuo amor" (Rm 13, 8). La
comunión de la Santísima Trinidad es la fuente y el criterio de verdad en toda
relación (cf 1 Jn 3, 19-24). Se vive en la oración y sobre todo en la
Eucaristía (cf Mt 5, 23-24):
Dios no acepta el sacrificio de los que provocan la desunión, los despide
del altar para que antes se reconcilien con sus hermanos: Dios quiere ser
pacificado con oraciones de paz. La obligación más bella para Dios es nuestra
paz, nuestra concordia, la unidad en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo de
todo el pueblo fiel (San Cipriano, Dom. orat. 23: PL 4, 535C-536A).
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