VI No nos dejes caer en la tentación
2846 Esta
petición llega a la raíz de la anterior, porque nuestros pecados son los frutos
del consentimiento a la tentación. Pedimos a nuestro Padre que no nos
"deje caer" en ella. Traducir en una sola palabra el texto griego es
difícil: significa "no permitas entrar en" (cf Mt 26, 41), "no
nos dejes sucumbir a la tentación". "Dios ni es tentado por el mal ni
tienta a nadie" (St 1, 13), al contrario, quiere librarnos del mal. Le
pedimos que no nos deje tomar el camino que conduce al pecado, pues estamos
empeñados en el combate "entre la carne y el Espíritu". Esta petición implora el Espíritu de
discernimiento y de fuerza.
2847 El
Espíritu Santo nos hace discernir entre la prueba, necesaria para el crecimiento
del hombre interior (cf Lc 8, 13-15; Hch 14, 22; 2 Tm 3, 12) en orden a una
"virtud probada" (Rm 5, 3-5), y la tentación que conduce al pecado y
a la muerte (cf St 1, 14-15). También
debemos distinguir entre "ser tentado" y "consentir" en la
tentación. Por último, el discernimiento desenmascara la mentira de la
tentación: aparentemente su objeto es "bueno, seductor a la vista,
deseable" (Gn 3, 6), mientras que, en realidad, su fruto es la muerte.
Dios no quiere imponer el bien, quiere seres libres ... En algo la tentación
es buena. Todos, menos Dios, ignoran lo que nuestra alma ha recibido de Dios,
incluso nosotros. Pero la tentación lo manifiesta para enseñarnos a conocernos,
y así, descubrirnos nuestra miseria, y obligarnos a dar gracias por los bienes
que la tentación nos ha manifestado (Orígenes, or. 29).
2848
"No entrar en la tentación" implica una decisión del corazón:
"Porque donde esté tu tesoro, allí también estará tu corazón ... Nadie puede servir a dos señores" (Mt
6, 21-24). "Si vivimos según el Espíritu, obremos también según el
Espíritu" (Ga 5, 25). El Padre nos da la fuerza para este
"dejarnos conducir" por el Espíritu Santo. "No habéis sufrido
tentación superior a la medida humana. Y fiel es Dios que no permitirá que seáis tentados sobre vuestras fuerzas. Antes
bien, con la tentación os dará modo de poderla resistir con éxito" (1 Co
10, 13).
2849 Pues
bien, este combate y esta victoria sólo son posibles con la oración. Por medio
de su oración, Jesús es vencedor del Tentador, desde el principio (cf Mt 4, 11)
y en el último combate de su agonía (cf Mt 26, 36-44). En esta petición a
nuestro Padre, Cristo nos une a su combate y a su agonía. La vigilancia del
corazón es recordada con insistencia en comunión con la suya (cf Mc 13, 9. 23.
33-37; 14, 38; Lc 12, 35-40). La vigilancia es "guarda del
corazón", y Jesús pide al Padre que "nos guarde en su Nombre"
(Jn 17, 11). El Espíritu Santo trata de despertarnos continuamente a esta
vigilancia (cf 1 Co 16, 13; Col 4, 2; 1 Ts 5, 6; 1 P 5, 8). Esta petición
adquiere todo su sentido dramático referida a la tentación final de nuestro
combate en la tierra; pide la perseverancia final. "Mira que vengo
como ladrón. Dichoso el que esté en
vela" (Ap 16, 15).
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