IV ¿Cómo hablar de Dios?
39 Al defender la capacidad de la razón
humana para conocer a Dios, la Iglesia expresa su confianza en la posibilidad
de hablar de Dios a todos los hombres y con todos los hombres. Esta convicción
está en la base de su diálogo con las otras religiones, con la filosofía y las
ciencias, y también con los no creyentes y los ateos.
40 Puesto
que nuestro conocimiento de Dios es limitado, nuestro lenguaje sobre Dios lo es
también. No podemos nombrar a Dios sino a partir de las criaturas, y según
nuestro modo humano limitado de conocer y de pensar.
41 Todas
las criaturas poseen una cierta semejanza con Dios, muy especialmente el
hombre creado a imagen y semejanza de Dios. Las múltiples perfecciones de las
criaturas (su verdad, su bondad, su belleza) reflejan, por tanto, la perfección
infinita de Dios. Por ello, podemos
nombrar a Dios a partir de las perfecciones de sus criaturas, "pues de la
grandeza y hermosura de las criaturas se llega, por analogía, a contemplar a su
Autor" (Sb 13,5).
42 Dios
transciende toda criatura. Es preciso, pues, purificar sin cesar nuestro
lenguaje de todo lo que tiene de limitado, de expresión por medio de imágenes,
de imperfecto, para no confundir al Dios "inefable, incomprensible,
invisible, inalcanzable" (Anáfora de la Liturgia de San Juan Crisóstomo)
con nuestras representaciones humanas. Nuestras palabras humanas quedan siempre
más acá del Misterio de Dios.
43 Al
hablar así de Dios, nuestro lenguaje se expresa ciertamente de modo humano,
pero capta realmente a Dios mismo, sin poder, no obstante, expresarlo en su
infinita simplicidad. Es preciso recordar, en efecto, que "entre el
Creador y la criatura no se puede señalar una semejanza tal que la diferencia
entre ellos no sea mayor todavía" (Cc. Letrán IV: DS 806), y que "nosotros no podemos captar de Dios lo que
él es, sino solamente lo que no es y cómo los otros seres se sitúan con
relación a él" (S. Tomás de A., s. gent. 1,30).
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