III Las características
de la fe
La fe es una gracia
153 Cuando San Pedro confiesa que Jesús es el Cristo, el
Hijo de Dios vivo, Jesús le declara que esta revelación no le ha venido
"de la carne y de la sangre, sino de mi Padre que está en los cielos"
(Mt 16,17; cf. Ga 1,15; Mt 11,25). La fe es un don de Dios, una virtud
sobrenatural infundida por él, "Para dar esta respuesta de la fe es
necesaria la gracia de Dios, que se adelanta y nos ayuda, junto con el auxilio
interior del Espíritu Santo, que mueve el corazón, lo dirige a Dios, abre los
ojos del espíritu y concede `a todos gusto en aceptar y creer la verdad'"
(DV 5).
La fe es un
acto humano
154 Sólo es posible creer por la gracia y los auxilios
interiores del Espíritu Santo. Pero no es menos cierto que creer es un acto
auténticamente humano. No es contrario ni a la libertad ni a la inteligencia
del hombre depositar la confianza en Dios y adherirse a las verdades por él
reveladas. Ya en las relaciones humanas no es contrario a nuestra propia
dignidad creer lo que otras personas nos dicen sobre ellas mismas y sobre sus
intenciones, y prestar confianza a sus promesas (como, por ejemplo, cuando un
hombre y una mujer se casan), para entrar así en comunión mutua. Por ello, es
todavía menos contrario a nuestra dignidad "presentar por la fe la
sumisión plena de nuestra inteligencia y de nuestra voluntad al Dios que
revela" (Cc. Vaticano I: DS 3008) y
entrar así en comunión íntima con El.
155 En la fe, la inteligencia y la voluntad humanas
cooperan con la gracia divina: "Creer es un acto del entendimiento que
asiente a la verdad divina por imperio de la voluntad movida por Dios mediante
la gracia" (S. Tomás de A., s.th. 2-2, 2,9; cf. Cc. Vaticano I: DS 3010).
La fe y la
inteligencia
156 El motivo de creer no radica en el hecho de que
las verdades reveladas aparezcan como verdaderas e inteligibles a la luz de
nuestra razón natural. Creemos "a causa de la autoridad de Dios mismo que
revela y que no puede engañarse ni engañarnos". "Sin embargo, para
que el homenaje de nuestra fe fuese conforme a la razón, Dios ha querido que
los auxilios interiores del Espíritu Santo vayan acompañados de las pruebas
exteriores de su revelación" (ibid., DS 3009). Los milagros de Cristo y de
los santos (cf. Mc 16,20; Hch 2,4), las profecías, la propagación y la santidad
de la Iglesia, su fecundidad y su estabilidad "son signos ciertos de la
revelación, adaptados a la inteligencia de todos", "motivos de
credibilidad que muestran que el asentimiento de la fe no es en modo alguno un
movimiento ciego del espíritu" (Cc. Vaticano
I: DS 3008-10).
157 La fe es cierta, más cierta que todo
conocimiento humano, porque se funda en la Palabra misma de Dios, que no puede
mentir. Ciertamente las verdades reveladas pueden parecer oscuras a la razón y
a la experiencia humanas, pero "la certeza que da la luz divina es mayor
que la que da la luz de la razón natural" (S. Tomás de Aquino, s.th. 2-2,
171,5, obj.3). "Diez mil dificultades no hacen una sola duda" (J.H.
Newman, apol.).
158 "La fe trata de comprender" (S.
Anselmo, prosl. proem.): es inherente a la fe que el creyente desee conocer
mejor a aquel en quien ha puesto su fe, y comprender mejor lo que le ha sido
revelado; un conocimiento más penetrante suscitará a su vez una fe mayor, cada
vez más encendida de amor. La gracia de la fe abre "los ojos del
corazón" (Ef 1,18) para una inteligencia viva de los contenidos de la
Revelación, es decir, del conjunto del designio de Dios y de los misterios de
la fe, de su conexión entre sí y con Cristo, centro del Misterio revelado.
Ahora bien, "para que la inteligencia de la Revelación sea más profunda,
el mismo Espíritu Santo perfecciona constantemente la fe por medio de sus
dones" (DV 5). Así, según el adagio de S. Agustín (serm. 43,7,9),
"creo para comprender y comprendo para creer mejor".
159 Fe y ciencia. "A pesar de que la
fe esté por encima de la razón, jamás puede haber desacuerdo entre ellas. Puesto que el mismo Dios que revela los misterios y
comunica la fe ha hecho descender en el espíritu humano la luz de la razón,
Dios no podría negarse a sí mismo ni lo verdadero contradecir jamás a lo
verdadero" (Cc. Vaticano I: DS 3017). "Por eso, la investigación
metódica en todas las disciplinas, si se procede de un modo realmente
científico y según las normas morales, nuca estará realmente en oposición con
la fe, porque las realidades profanas y las realidades de fe tienen su origen
en el mismo Dios. Más aún, quien con espíritu humilde y ánimo constante se
esfuerza por escrutar lo escondido de las cosas, aun sin saberlo, está como
guiado por la mano de Dios, que, sosteniendo todas las cosas, hace que sean lo
que son" (GS 36,2).
La libertad
de la fe
160 "El hombre, al creer, debe responder
voluntariamente a Dios; nadie debe estar obligado contra su voluntad a abrazar
la fe. En efecto, el acto de fe es voluntario por su propia naturaleza"
(DH 10; cf. [link] CIC, can.748,2). "Ciertamente, Dios
llama a los hombres a servirle en espíritu y en verdad. Por ello, quedan vinculados por su conciencia, pero
no coaccionados...Esto se hizo patente, sobre todo, en Cristo Jesús" (DH
11). En efecto, Cristo invitó a la fe y a la conversión, él no forzó jamás a
nadie jamás. "Dio testimonio de la verdad, pero no quiso imponerla por la
fuerza a los que le contradecían. Pues su reino...crece por el amor con que Cristo,
exaltado en la cruz, atrae a los hombres hacia Él" (DH 11).
La necesidad de la fe
161 Creer en Cristo Jesús y en aquél que lo envió para
salvarnos es necesario para obtener esa salvación (cf. Mc 16,16; Jn 3,36; 6,40
e.a.). "Puesto que `sin la fe... es imposible agradar a Dios' (Hb 11,6) y
llegar a participar en la condición de sus hijos, nadie es justificado sin ella
y nadie, a no ser que `haya perseverado en ella hasta el fin' (Mt 10,22;
24,13), obtendrá la vida eterna" (Cc. Vaticano I: DS 3012; cf. Cc. de
Trento: DS 1532).
La perseverancia en la fe
162 La fe es un don gratuito que Dios hace al hombre.
Este don inestimable podemos perderlo; S. Pablo advierte de ello a Timoteo:
"Combate el buen combate, conservando la fe y la conciencia recta;
algunos, por haberla rechazado, naufragaron en la fe" (1 Tm 1,18-19). Para
vivir, crecer y perseverar hasta el fin en la fe debemos alimentarla con la
Palabra de Dios; debemos pedir al Señor que la aumente (cf. Mc 9,24; Lc 17,5;
22,32); debe "actuar por la caridad" (Ga 5,6; cf. St 2,14-26), ser
sostenida por la esperanza (cf. Rom 15,13) y estar enraizada en la fe de la
Iglesia.
La fe, comienzo de la vida eterna
163 La fe nos hace gustar de antemano el gozo y la luz
de la visión beatífica, fin de nuestro caminar aquí abajo. Entonces veremos a
Dios "cara a cara" (1 Cor 13,12), "tal cual es" (1 Jn 3,2).
La fe es
pues ya el comienzo de la vida eterna:
Mientras que
ahora contemplamos las bendiciones de la fe como el reflejo en un espejo, es
como si poseyéramos ya las cosas maravillosas de que nuestra fe nos asegura que
gozaremos un día ( S. Basilio, Spir. 15,36; cf. S. Tomás de A., s.th. 2-2,4,1).
164 Ahora, sin embargo, "caminamos en la fe y no en la
visión" (2 Cor 5,7), y conocemos a Dios "como en un espejo, de una
manera confusa,...imperfecta" (1 Cor 13,12). Luminosa por aquel en quien
cree, la fe es vivida con frecuencia en la oscuridad. La fe puede ser puesta a
prueba. El mundo en que vivimos parece con frecuencia muy lejos de lo que la fe
nos asegura; las experiencias del mal y del sufrimiento, de las injusticias y
de la muerte parecen contradecir la buena nueva, pueden estremecer la fe y
llegar a ser para ella una tentación.
165 Entonces es cuando debemos volvernos hacia los testigos
de la fe: Abraham, que creyó, "esperando contra toda esperanza" (Rom
4,18); la Virgen María que, en "la peregrinación de la fe" (LG 58),
llegó hasta la "noche de la fe" (Juan Pablo II, R Mat 18)
participando en el sufrimiento de su Hijo y en la noche de su sepulcro; y
tantos otros testigos de la fe: "También nosotros, teniendo en torno
nuestro tan gran nube de testigos, sacudamos todo lastre y el pecado que nos
asedia, y corramos con fortaleza la prueba que se nos propone, fijos los ojos
en Jesús, el que inicia y consuma la fe" (Hb 12,1-2).
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