Párrafo 4
EL CREADOR
279 "En el principio, Dios creó el cielo y la
tierra" (Gn 1,1). Con estas palabras solemnes comienza la Sagrada
Escritura. El Símbolo de la fe las recoge confesando a Dios Padre Todopoderoso
como "el Creador del cielo y de la tierra", "del universo
visible e invisible". Hablaremos, pues, primero del Creador, luego de su
creación, finalmente de la caída del pecado de la que Jesucristo, el Hijo de
Dios, vino a levantarnos.
280 La creación es el fundamento de "todos
los designios salvíficos de Dios", "el comienzo de la historia de la
salvación" (DCG 51), que culmina en Cristo. Inversamente, el Misterio de
Cristo es la luz decisiva sobre el Misterio de la creación; revela el fin en
vista del cual, "al principio, Dios creó el cielo y la tierra" (Gn
1,1): desde el principio Dios preveía la gloria de la nueva creación en Cristo
(cf. Rom 8,18-23).
281 Por esto, las lecturas de la Noche Pascual,
celebración de la creación nueva en Cristo, comienzan con el relato de la
creación; de igual modo, en la liturgia bizantina, el relato de la creación
constituye siempre la primera lectura de las vigilias de las grandes fiestas
del Señor. Según el testimonio de los antiguos, la instrucción de los
catecúmenos para el bautismo sigue el mismo camino (cf. Aeteria, pereg. 46; S. Agustín,
catech. 3,5).
I La
catequesis sobre la Creación
282 La catequesis sobre la Creación reviste una
importancia capital. Se refiere a los fundamentos mismos de la vida humana y
cristiana: explicita la respuesta de la fe cristiana a la pregunta básica que
los hombres de todos los tiempos se han formulado: "¿De dónde
venimos?" "¿A dónde vamos?" "¿Cuál es nuestro
origen?" "¿Cuál es nuestro fin?" "¿De dónde viene y a dónde
va todo lo que existe?" Las dos cuestiones, la del origen y la del fin,
son inseparables. Son decisivas para el sentido y la orientación de nuestra
vida y nuestro obrar.
283 La cuestión sobre los orígenes del mundo y del hombre es
objeto de numerosas investigaciones científicas que han enriquecido magníficamente
nuestros conocimientos sobre la edad y las dimensiones del cosmos, el devenir
de las formas vivientes, la aparición del hombre. Estos descubrimientos nos
invitan a admirar más la grandeza del Creador, a darle gracias por todas sus
obras y por la inteligencia y la sabiduría que da a los sabios e
investigadores. Con Salomón, estos pueden decir: "Fue él quien me concedió
el conocimiento verdadero de cuanto existe, quien me dio a conocer la
estructura del mundo y las propiedades de los elementos...porque la que todo lo
hizo, la Sabiduría, me lo enseñó" (Sb 7,17-21).
284 El gran interés que despiertan a estas investigaciones
está fuertemente estimulado por una cuestión de otro orden, y que supera el
dominio propio de las ciencias naturales. No se trata sólo de saber cuándo y
cómo ha surgido materialmente el cosmos, ni cuando apareció el hombre, sino más
bien de descubrir cuál es el sentido de tal origen: si está gobernado por el
azar, un destino ciego, una necesidad anónima, o bien por un Ser transcendente,
inteligente y bueno, llamado Dios. Y si el mundo procede de la sabiduría y de
la bondad de Dios, ¿por qué existe el mal? ¿de dónde viene? ¿quién es responsable de él? ¿dónde está la posibilidad
de liberarse del mal?
285 Desde sus comienzos, la fe cristiana se ha visto
confrontada a respuestas distintas de las suyas sobre la cuestión de los
orígenes. Así, en las religiones y culturas antiguas encontramos numerosos
mitos referentes a los orígenes. Algunos filósofos han dicho que todo es Dios,
que el mundo es Dios, o que el devenir del mundo es el devenir de Dios
(panteísmo); otros han dicho que el mundo es una emanación necesaria de Dios,
que brota de esta fuente y retorna a ella ; otros han afirmado incluso la existencia
de dos principios eternos, el Bien y el Mal, la Luz y las Tinieblas, en lucha
permanente (dualismo, maniqueísmo); según algunas de estas concepciones, el
mundo (al menos el mundo material) sería malo, producto de una caída, y por
tanto que se ha de rechazar y superar (gnosis); otros admiten que el mundo ha
sido hecho por Dios, pero a la manera de un relojero que, una vez hecho, lo
habría abandonado a él mismo (deísmo); otros, finalmente, no aceptan ningún
origen transcendente del mundo, sino que ven en él el puro juego de una materia
que ha existido siempre (materialismo). Todas estas tentativas dan testimonio
de la permanencia y de la universalidad de la cuestión de los orígenes. Esta búsqueda es inherente al hombre.
286 La inteligencia humana puede ciertamente encontrar
ya una respuesta a la cuestión de los orígenes. En efecto, la existencia de
Dios Creador puede ser conocida con certeza por sus obras gracias a la luz de
la razón humana (DS: 3026), aunque este conocimiento es con frecuencia
oscurecido y desfigurado por el error. Por eso la fe viene a confirmar y a
esclarecer la razón para la justa inteligencia de esta verdad: "Por la fe,
sabemos que el universo fue formado por la palabra de Dios, de manera que lo
que se ve resultase de lo que no aparece" (Hb 11,3).
287 La verdad en la creación es tan importante para toda
la vida humana que Dios, en su ternura, quiso revelar a su pueblo todo lo que
es saludable conocer a este respecto. Más allá del conocimiento natural que
todo hombre puede tener del Creador (cf. Hch 17,24-29; Rom 1,19-20), Dios
reveló progresivamente a Israel el misterio de la creación. El que eligió a los
patriarcas, el que hizo salir a Israel de Egipto y que, al escoger a Israel, lo
creó y formó (cf. Is 43,1), se revela como aquel a quien pertenecen todos los
pueblos de la tierra y la tierra entera, como el único Dios que "hizo el
cielo y la tierra" (Sal 115,15;124,8;134,3).
288 Así, la revelación de la creación es inseparable de
la revelación y de la realización de la Alianza del Dios único, con su Pueblo.
La creación es revelada como el primer paso hacia esta Alianza, como el primero
y universal testimonio del amor todopoderoso de Dios (cf. Gn 15,5; Jr
33,19-26). Por eso, la verdad de la creación se expresa con un vigor creciente en el
mensaje de los profetas (cf. Is 44,24), en la oración de los salmos (cf. Sal
104) y de la liturgia, en la reflexión de la sabiduría (cf. Pr 8,22-31) del
Pueblo elegido.
289 Entre todas las palabras de la Sagrada Escritura sobre
la creación, los tres primeros capítulos del Génesis ocupan un lugar único. Desde el punto de vista literario, estos textos
pueden tener diversas fuentes. Los autores inspirados los han colocado al comienzo de la
Escritura de suerte que expresa, en su lenguaje solemne, las verdades de la
creación, de su origen y de su fin en Dios, de su orden y de su bondad, de la
vocación del hombre, finalmente, del drama del pecado y de la esperanza de la
salvación. Leídas a la luz e Cristo, en la unidad de la Sagrada Escritura y en
la Tradición viva de la Iglesia, estas palabras siguen siendo la fuente
principal para la catequesis de los Misterios del "comienzo":
creación, caída, promesa de la salvación.
II La Creación: obra de la Santísima Trinidad
290 "En el principio, Dios creó el cielo y la
tierra": tres cosas se afirman en estas primeras palabras de la Escritura:
el Dios eterno ha dado principio a todo lo que existe fuera de él. El solo es
creador (el verbo "crear" -en hebreo "bara"-tiene siempre
por sujeto a Dios). La totalidad de lo que existe (expresada por la fórmula "el cielo y la
tierra") depende de aquel que le da el ser.
291 "En el principio existía el Verbo... y el Verbo era
Dios...Todo fue hecho por él y sin él nada ha sido hecho" (Jn 1,1-3). El Nuevo Testamento revela que Dios creó todo por el
Verbo Eterno, su Hijo amado. "En el fueron creadas todas las cosas, en los cielos
y en la tierra...todo fue creado por él y para él, él existe con anterioridad a
todo y todo tiene en él su consistencia" (Col 1, 16-17). La fe de la
Iglesia afirma también la acción creadora del Espíritu Santo: él es el
"dador de vida" (Símbolo de Nicea-Constantinopla), "el Espíritu
Creador" ("Veni, Creator Spiritus"), la "Fuente de todo
bien" (Liturgia bizantina, tropario de vísperas de Pentecostés).
292 La acción creadora del Hijo y del Espíritu, insinuada en
el Antiguo Testamento (cf. Sal 33,6;104,30; Gn 1,2-3), revelada en la Nueva
Alianza, inseparablemente una con la del Padre, es claramente afirmada por la
regla de fe de la Iglesia: "Sólo existe un Dios...: es el Padre, es Dios,
es el Creador, es el Autor, es el Ordenador. Ha hecho todas las cosas por sí
mismo, es decir, por su Verbo y por su Sabiduría" (S. Ireneo, haer.
2,30,9), "por el Hijo y el Espíritu", que son como "sus
manos" (ibid., 4,20,1). La creación
es la obra común de la Santísima Trinidad.
III “El mundo ha sido creado para la gloria de Dios”
293 Es una verdad fundamental que la Escritura y la
Tradición no cesan de enseñar y de celebrar: "El mundo ha sido creado para
la gloria de Dios" (Cc. Vaticano I: DS 3025). Dios ha creado todas las
cosas, explica S. Buenaventura, "non propter gloriam augendam, sed propter
gloriam manifestandam et propter gloriam suam communicandam" ("no
para aumentar su gloria, sino para manifestarla y comunicarla") (sent.
2,1,2,2,1). Porque Dios no tiene otra razón para crear que su amor y su bondad:
"Aperta manu clave amoris creaturae prodierunt" ("Abierta su
mano con la llave del amor surgieron las criaturas") (S. Tomás de A. sent.
2, prol.) Y el Concilio Vaticano I explica:
En su bondad y por su fuerza todopoderosa,
no para aumentar su bienaventuranza, ni para adquirir su perfección, sino para
manifestarla por los bienes que otorga a sus criaturas, el solo verdadero Dios,
en su libérrimo designio , en el comienzo del tiempo, creó de la nada a la vez
una y otra criatura, la espiritual y la corporal (DS 3002).
294 La gloria de Dios consiste en que se realice esta
manifestación y esta comunicación de su bondad para las cuales el mundo ha sido
creado. Hacer de nosotros "hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según
el beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su
gracia" (Ef 1,5-6): "Porque la gloria de Dios es el hombre vivo, y la
vida del hombre es la visión de Dios: si ya la revelación de Dios por la
creación procuró la vida a todos los seres que viven en la tierra, cuánto más
la manifestación del Padre por el Verbo procurará la vida a los que ven a
Dios" (S. Ireneo, haer. 4,20,7). El fin último de la creación es que Dios
, "Creador de todos los seres, se hace por fin `todo en todas las cosas'
(1 Co 15,28), procurando al mismo tiempo su gloria y nuestra felicidad"
(AG 2).
IV El
misterio de la Creación
Dios crea por sabiduría y por amor
295 Creemos que Dios creó el mundo según su sabiduría
(cf. Sb 9,9). Este no es producto de una necesidad cualquiera, de un destino
ciego o del azar. Creemos que procede de la voluntad libre de Dios que ha querido hacer
participar a las criaturas de su ser, de su sabiduría y de su bondad:
"Porque tú has creado todas las cosas; por tu voluntad lo que no existía
fue creado" (Ap 4,11). "¡Cuán numerosas son tus obras, Señor! Todas
las has hecho con sabiduría" (Sal 104,24 "Bueno es el Señor para con
todos, y sus ternuras sobre todas sus obras" (Sal 145,9).
Dios crea “de la nada”
296 Creemos
que Dios no necesita nada preexistente ni ninguna ayuda para crear (cf. Cc.
Vaticano I: DS 3022). La creación tampoco es una emanación necesaria de la
substancia divina (cf. Cc. Vaticano I: DS 3023-3024). Dios crea libremente
" de la nada" (DS 800; 3025):
¿Qué tendría de extraordinario si Dios hubiera sacado el mundo de una
materia preexistente? Un artífice humano, cuando se le da un material, hace de
él todo lo que quiere. Mientras que el poder de Dios se muestra precisamente
cuando parte de la nada para hacer todo lo que quiere (S. Teófilo de Antioquía,
Autol. 2,4).
297 La fe
en la creación "de la nada" está atestiguada en la Escritura como una
verdad llena de promesa y de esperanza. Así la madre de los siete hijos
macabeos los alienta al martirio:
Yo no sé cómo aparecisteis en mis entrañas, ni fui yo quien os regaló el
espíritu y la vida, ni tampoco organicé yo los elementos de cada uno. Pues así
el Creador del mundo, el que modeló al hombre en su nacimiento y proyectó el
origen de todas las cosas, os devolverá el espíritu y la vida con misericordia,
porque ahora no miráis por vosotros mismos a causa de sus leyes...Te ruego,
hijo, que mires al cielo y a la tierra y, al ver todo lo que hay en ellos,
sepas que a partir de la nada lo hizo Dios y que también el género humano ha
llegado así a la existencia (2 M 7,22-23.28).
298 Puesto
que Dios puede crear de la nada, puede por el Espíritu Santo dar la vida del
alma a los pecadores creando en ellos un corazón puro (cf. Sal 51,12), y la
vida del cuerpo a los difuntos mediante la Resurrección. El "da la vida a
los muertos y llama a las cosas que no son para que sean" (Rom 4,17). Y
puesto que, por su Palabra, pudo hacer resplandecer la luz en las tinieblas
(cf. Gn 1,3), puede también dar la luz de la fe a los que lo ignoran (cf. 2 Co
4,6).
Dios crea un mundo ordenado y bueno
299 Porque
Dios crea con sabiduría, la creación está ordenada: "Tú todo lo dispusiste
con medida, número y peso" (Sb 11,20). Creada en y por el Verbo eterno,
"imagen del Dios invisible" (Col 1,15), la creación está destinada,
dirigida al hombre, imagen de Dios (cf. Gn 1,26), llamado a una relación
personal con Dios. Nuestra inteligencia, participando en la luz del
Entendimiento divino, puede entender lo que Dios nos dice por su creación (cf.
Sal 19,2-5), ciertamente no sin gran esfuerzo y en un espíritu de humildad y de
respeto ante el Creador y su obra (cf. Jb 42,3). Salida de la bondad divina, la
creación participa en esa bondad ("Y vio Dios que era bueno...muy
bueno": Gn 1,4.10.12.18.21.31). Porque la creación es querida por Dios
como un don dirigido al hombre, como una herencia que le es destinada y
confiada. La Iglesia ha debido, en repetidas ocasiones, defender la bondad de
la creación, comprendida la del mundo material (cf. DS 286; 455-463; 800; 1333;
3002).
Dios transciende la creación y
está presente en ella
300 Dios es infinitamente más grande que
todas sus obras (cf. Si 43,28): "Su majestad es más alta que los
cielos" (Sal 8,2), "su grandeza no tiene medida" (Sal 145,3). Pero
porque es el Creador soberano y libre, causa primera de todo lo que existe,
está presente en lo más íntimo de sus criaturas: "En el vivimos, nos
movemos y existimos" (Hch 17,28). Según las palabras de S. Agustín, Dios
es "superior summo meo et interior intimo meo" ("Dios está por
encima de lo más alto que hay en mí y está en lo más hondo de mi
intimidad") (conf. 3,6,11).
Dios mantiene y conduce la creación
301
Realizada la creación, Dios no abandona su criatura a ella misma. No sólo le da
el ser y el existir, sino que la mantiene a cada instante en el ser, le da el
obrar y la lleva a su término. Reconocer esta dependencia completa con respecto
al Creador es fuente de sabiduría y de libertad, de gozo y de confianza:
Amas a todos los seres y nada de lo que hiciste aborreces pues, si algo
odiases, no lo hubieras creado. Y ¿cómo podría subsistir cosa que no hubieses
querido? ¿Cómo se conservaría si no la hubieses llamado? Mas tú todo lo
perdonas porque todo es tuyo, Señor que amas la vida (Sb 11, 24-26).
V Dios realiza su designio: La divina Providencia
302 La
creación tiene su bondad y su perfección propias, pero no salió plenamente
acabada de las manos del Creador. Fue creada "en estado de vía"
("In statu viae") hacia una perfección última todavía por alcanzar, a
la que Dios la destinó. Llamamos divina providencia a las disposiciones por las
que Dios conduce la obra de su creación hacia esta perfección:
Dios guarda y gobierna por su providencia todo lo que creó, "alcanzando
con fuerza de un extremo al otro del mundo y disponiéndolo todo con
dulzura" (Sb 8, 1). Porque "todo está desnudo y patente a sus
ojos" (Hb 4, 13), incluso lo que la acción libre de las criaturas
producirá (Cc. Vaticano I: DS 3003).
303 El
testimonio de la Escritura es unánime: la solicitud de la divina providencia es
concreta e inmediata; tiene cuidado de todo, de las cosas más
pequeñas hasta los grandes acontecimientos del mundo y de la historia. Las
Sagradas Escrituras afirman con fuerza la soberanía absoluta de Dios en el
curso de los acontecimientos: "Nuestro Dios en los cielos y en la tierra,
todo cuanto le place lo realiza" (Sal 115, 3); y de Cristo se dice:
"si él abre, nadie puede cerrar; si él cierra, nadie puede abrir" (Ap
3, 7); "hay muchos proyectos en el corazón del hombre, pero sólo el plan
de Dios se realiza" (Pr 19, 21).
304 Así
vemos al Espíritu Santo, autor principal de la Sagrada Escritura atribuir con
frecuencia a Dios acciones sin mencionar causas segundas. Esto no es "una
manera de hablar" primitiva, sino un modo profundo de recordar la primacía
de Dios y su señorío absoluto sobre la historia y el mundo (cf Is 10, 5-15; 45,
5-7; Dt 32, 39; Si 11, 14) y de educar así para la confianza en El. La oración
de los salmos es la gran escuela de esta confianza (cf Sal 22; 32; 35; 103;
138).
305 Jesús
pide un abandono filial en la providencia del Padre celestial que cuida de las
más pequeñas necesidades de sus hijos: "No andéis, pues, preocupados
diciendo: ¿qué vamos a comer? ¿qué vamos a beber?... Ya sabe vuestro Padre
celestial que tenéis necesidad de todo eso. Buscad primero su Reino y su
justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura" (Mt 6, 31-33; cf
10, 29-31).
La providencia y las causas segundas
306 Dios es
el Señor soberano de su designio. Pero para su realización se sirve también del
concurso de las criaturas. Esto no es un signo de debilidad, sino de la
grandeza y bondad de Dios Todopoderoso. Porque Dios no da solamente a sus
criaturas la existencia, les da también la dignidad de actuar por sí mismas, de
ser causas y principios unas de otras y de cooperar así a la realización de su
designio.
307 Dios
concede a los hombres incluso poder participar libremente en su providencia
confiándoles la responsabilidad de "someter'' la tierra y dominarla (cf Gn
1, 26-28). Dios da así a los hombres
el ser causas inteligentes y libres para completar la obra de la Creación, para
perfeccionar su armonía para su bien y el de sus prójimos. Los hombres,
cooperadores a menudo inconscientes de la voluntad divina, pueden entrar
libremente en el plan divino no sólo por su acciones y sus oraciones, sino
también por sus sufrimientos (cf Col I, 24) Entonces llegan a ser plenamente
"colaboradores de Dios" (1 Co 3, 9; 1 Ts 3, 2) y de su Reino (cf Col
4, 11).
308 Es una verdad inseparable de la fe en
Dios Creador: Dios actúa en las obras de sus criaturas. Es la causa primera que
opera en y por las causas segundas: "Dios es quien obra en vosotros el
querer y el obrar, como bien le parece" (Flp 2, 13; cf 1 Co 12, 6). Esta
verdad, lejos de disminuir la dignidad de la criatura, la realza. Sacada de la
nada por el poder, la sabiduría y la bondad de Dios, no puede nada si está
separada de su origen, porque "sin el Creador la criatura se diluye"
(GS 36, 3); menos aún puede ella alcanzar su fin último sin la ayuda de la
gracia (cf Mt 19, 26; Jn 15, 5; Flp 4, 13).
La providencia y el escándalo
del mal
309 Si Dios Padre Todopoderoso, Creador del
mundo ordenado y bueno, tiene cuidado de todas sus criaturas, ¿por qué existe
el mal? A esta pregunta tan apremiante como inevitable, tan dolorosa
como misteriosa no se puede dar una respuesta simple. El conjunto de la fe
cristiana constituye la respuesta a esta pregunta: la bondad de la creación, el
drama del pecado, el amor paciente de Dios que sale al encuentro del hombre con
sus Alianzas, con la Encarnación redentora de su Hijo, con el don del Espíritu,
con la congregación de la Iglesia, con la fuerza de los sacramentos, con la
llamada a una vida bienaventurada que las criaturas son invitadas a aceptar
libremente, pero a la cual, también libremente, por un misterio terrible,
pueden negarse o rechazar. No hay un rasgo del mensaje cristiano que no sea
en parte una respuesta a la cuestión del mal.
310 Pero
¿por qué Dios no creó un mundo tan perfecto que en él no pudiera existir ningún
mal? En su poder Infinito, Dios podría siempre crear algo mejor (cf S. Tomás de
A., s. th. I, 25, 6). Sin embargo, en su sabiduría y bondad infinitas, Dios
quiso libremente crear un mundo "en estado de vía" hacia su
perfección última. Este devenir trae consigo en el designio de Dios, junto con
la aparición de ciertos seres, la desaparición de otros; junto con lo más
perfecto lo menos perfecto; junto con las construcciones de la naturaleza
también las destrucciones. Por tanto, con el bien físico existe también el
mal físico, mientras la creación no haya alcanzado su perfección (cf S.
Tomás de A., s. gent. 3, 71).
311 Los
ángeles y los hombres, criaturas inteligentes y libres, deben caminar hacia su
destino último por elección libre y amor de preferencia. Por ello pueden
desviarse. De hecho pecaron. Y fue
así como el mal moral entró en el mundo, incomparablemente más grave que
el mal físico. Dios no es de ninguna manera, ni directa ni indirectamente, la
causa del mal moral, (cf S. Agustín, lib. 1, 1, 1; S. Tomás de A., s. th. 1-2,
79, 1). Sin embargo, lo permite, respetando la libertad de su criatura, y,
misteriosamente, sabe sacar de él el bien:
Porque el Dios Todopoderoso...
por ser soberanamente bueno, no permitiría jamás que en sus obras existiera
algún mal, si El no fuera suficientemente poderoso y bueno para hacer surgir un
bien del mismo mal (S. Agustín, enchir. 11, 3).
312 Así, con el tiempo, se puede descubrir
que Dios, en su providencia todopoderosa, puede sacar un bien de las
consecuencias de un mal, incluso moral, causado por sus criaturas: "No
fuisteis vosotros, dice José a sus hermanos, los que me enviasteis acá, sino
Dios... aunque vosotros pensasteis hacerme daño, Dios lo pensó para bien, para
hacer sobrevivir... un pueblo numeroso" (Gn 45, 8;50, 20; cf Tb 2, 12-18
Vg.). Del mayor mal moral que ha sido cometido jamás, el rechazo y la muerte
del Hijo de Dios, causado por los pecados de todos los hombres, Dios, por la
superabundancia de su gracia (cf Rm 5, 20), sacó el mayor de los bienes: la
glorificación de Cristo y nuestra Redención. Sin embargo, no por esto el mal se
convierte en un bien.
313 "Todo coopera al bien de los que
aman a Dios" (Rm 8, 28). E1 testimonio de los santos no cesa de
confirmar esta verdad:
Así Santa Catalina de Siena dice a "los que se escandalizan y se
rebelan por lo que les sucede": "Todo procede del amor, todo está
ordenado a la salvación del hombre, Dios no hace nada que no sea con este
fin" (dial.4, 138).
Y Santo Tomás Moro, poco antes de su martirio, consuela a su hija:
"Nada puede pasarme que Dios no quiera. Y todo lo que El quiere, por muy
malo que nos parezca, es en realidad lo mejor" (carta).
Y Juliana de Norwich: "Yo comprendí, pues, por la gracia de Dios, que
era preciso mantenerme firmemente en la fe y creer con no menos firmeza que
todas las cosas serán para bien..." "Thou shalt see thyself that all MANNER of thing shall be
well"
(rev.32).
314 Creemos firmemente que Dios es el
Señor del mundo y de la historia. Pero los caminos de su providencia nos son
con frecuencia desconocidos. Sólo al final, cuando tenga fin nuestro
conocimiento parcial, cuando veamos a Dios "cara a cara" (1 Co 13,
12), nos serán plenamente conocidos los caminos por los cuales, incluso a
través de los dramas del mal y del pecado, Dios habrá conducido su creación
hasta el reposo de ese Sabbat (cf Gn 2, 2) definitivo, en vista del cual
creó el cielo y la tierra.
RESUMEN
315 En
la creación del mundo y del hombre, Dios ofreció el primero y universal
testimonio de su amor todopoderoso y de su sabiduría, el primer anuncio de su
"designio benevolente" que encuentra su fin en la nueva creación en
Cristo.
316 Aunque
la obra de la creación se atribuya particularmente al Padre, es igualmente
verdad de fe que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son el principio único e
indivisible de la creación.
317 Sólo
Dios ha creado el universo, libremente, sin ninguna ayuda.
318 Ninguna
criatura tiene el poder Infinito que es necesario para "crear" en el
sentido propio de la palabra, es decir, de producir y de dar el ser a lo que no
lo tenía en modo alguno (llamar a la existencia de la nada) (cf DS
3624).
319 Dios
creó el mundo para manifestar y comunicar su gloria. La gloria para la que Dios creó a sus
criaturas consiste en que tengan parte en su verdad, su bondad y su belleza.
320 Dios,
que ha creado el universo, lo mantiene en la existencia por su Verbo, "el
Hijo que sostiene todo con su palabra poderosa" (Hb 1, 3) y por su
Espirita Creador que da la vida.
321 La
divina providencia consiste en las disposiciones por las que Dios conduce con
sabiduría y amor todas las criaturas hasta su fin último.
322 Cristo
nos invita al abandono filial en la providencia de nuestro Padre celestial (cf
Mt 6, 26-34) y el apóstol S. Pedro insiste: "Confiadle todas vuestras
preocupaciones pues él cuida de vosotros" (I P 5, 7; cf Sal 55, 23).
323 La
providencia divina actúa también por la acción de las criaturas. A los seres humanos Dios les concede
cooperar libremente en sus designios.
324 La
permisión divina del mal físico y del mal moral es misterio que Dios esclarece
por su Hijo, Jesucristo, muerto y resucitado para vencer el mal. La fe nos da
la certeza de que Dios no permitiría el mal si no hiciera salir el bien del mal
mismo, por caminos que nosotros sólo coneceremos plenamente en la vida eterna.
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