Párrafo 7
LA CAÍDA
385 Dios es infinitamente bueno y todas sus
obras son buenas. Sin embargo, nadie escapa a la experiencia del sufrimiento,
de los males en la naturaleza -que aparecen como ligados a los límites propios
de las criaturas -, y sobre todo a la cuestión del mal moral. ¿De dónde viene
el mal? "Quaerebam unde malum et non erat exitus" ("Buscaba el
origen del mal y no encontraba solución") dice S. Agustín (conf. 7,7.11),
y su propia búsqueda dolorosa sólo encontrará salida en su conversión al Dios
vivo. Porque "el misterio de la iniquidad" (2 Ts 2,7) sólo se
esclarece a la luz del "Misterio de la piedad" (1 Tm 3,16). La
revelación del amor divino en Cristo ha manifestado a la vez la extensión del
mal y la sobreabundancia de la gracia (cf. Rm 5,20). Debemos, por tanto,
examinar la cuestión del origen del mal fijando la mirada de nuestra fe en el
que es su único Vencedor (cf. Lc 11,21-22; Jn 16,11; 1 Jn 3,8).
I Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia
La realidad del pecado
386 El
pecado está presente en la historia del hombre: sería vano intentar ignorarlo o
dar a esta oscura realidad otros nombres. Para intentar comprender lo que es el
pecado, es preciso en primer lugar reconocer el vínculo profundo del hombre
con Dios, porque fuera de esta relación, el mal del pecado no es
desenmascarado en su verdadera identidad de rechazo y oposición a Dios, aunque
continúe pesando sobre la vida del hombre y sobre la historia.
387 La
realidad del pecado, y más particularmente del pecado de los orígenes, sólo se
esclarece a la luz de la Revelación divina. Sin el conocimiento que ésta nos da
de Dios no se puede reconocer claramente el pecado, y se siente la tentación de
explicarlo únicamente como un defecto de crecimiento, como una debilidad
sicológica, un error, la consecuencia necesaria de una estructura social
inadecuada, etc. Sólo en el conocimiento del designio de Dios sobre el hombre
se comprende que el pecado es un abuso de la libertad que Dios da a las
personas creadas para que puedan amarle y amarse mutuamente.
El pecado original: una verdad esencial de la fe
388 Con el
desarrollo de la Revelación se va iluminando también la realidad del pecado.
Aunque el Pueblo de Dios del Antiguo Testamento conoció de alguna manera la
condición humana a la luz de la historia de la caída narrada en el Génesis, no
podía alcanzar el significado último de esta historia que sólo se manifiesta a
la luz de la Muerte y de la Resurrección de Jesucristo (cf. Rm 5,12-21). Es
preciso conocer a Cristo como fuente de la gracia para conocer a Adán como
fuente del pecado. El Espíritu-Paráclito, enviado por Cristo resucitado, es
quien vino "a convencer al mundo en lo referente al pecado" (Jn 16,8)
revelando al que es su Redentor.
389 La
doctrina del pecado original es, por así decirlo, "el reverso" de la
Buena Nueva de que Jesús es el Salvador de todos los hombres, que todos
necesitan salvación y que la salvación es ofrecida a todos gracias a Cristo. La
Iglesia, que tiene el sentido de Cristo (cf. 1 Cor 2,16) sabe bien que no se
puede lesionar la revelación del pecado original sin atentar contra el Misterio
de Cristo.
Para leer el relato de la caída
390 El
relato de la caída (Gn 3) utiliza un lenguaje hecho de imágenes, pero afirma un
acontecimiento primordial, un hecho que tuvo lugar al comienzo de la
historia del hombre (cf. GS 13,1). La Revelación nos da la certeza de fe de
que toda la historia humana está marcada por el pecado original libremente
cometido por nuestros primeros padres (cf. Cc. de Trento: DS 1513; Pío XII: DS
3897; Pablo VI, discurso 11 Julio 1966).
II La caída de los ángeles
391 Tras la elección desobediente de nuestros
primeros padr es se halla una voz seductora, opuesta a Dios (cf. Gn 3,1-5) que,
por envidia, los hace caer en la muerte (cf. Sb 2,24). La Escritura y la Tradición
de la Iglesia ven en este ser un ángel caído, llamado Satán o diablo (cf. Jn
8,44; Ap 12,9). La Iglesia enseña que primero fue un ángel bueno, creado
por Dios. "Diabolus enim et alii daemones a Deo quidem natura creati sunt
boni, sed ipsi per se facti sunt mali" ("El diablo y los otros
demonios fueron creados por Dios con una naturaleza buena, pero ellos se
hicieron a sí mismos malos") (Cc. de Letrán IV, año 1215: DS 800).
392 La
Escritura habla de un pecado de estos ángeles (2 P 2,4). Esta "caída" consiste en la elección
libre de estos espíritus creados que rechazaron radical e
irrevocablemente a Dios y su Reino. Encontramos un reflejo de esta rebelión en
las palabras del tentador a nuestros primeros padres: "Seréis como
dioses" (Gn 3,5). El diablo es "pecador desde el principio" (1
Jn 3,8), "padre de la mentira" (Jn 8,44).
393 Es el carácter irrevocable de su
elección, y no un defecto de la infinita misericordia divina lo que hace que el
pecado de los ángeles no pueda ser perdonado. "No hay arrepentimiento para
ellos después de la caída, como no hay arrepentimiento para los hombres después
de la muerte" (S. Juan Damasceno, f.o. 2,4: PG 94, 877C).
394 La
Escritura atestigua la influencia nefasta de aquel a quien Jesús llama
"homicida desde el principio" (Jn 8,44) y que incluso intentó
apartarlo de la misión recibida del Padre (cf. Mt 4,1-11). "El Hijo de Dios se manifestó para deshacer
las obras del diablo" (1 Jn 3,8). La más grave en consecuencias de
estas obras ha sido la seducción mentirosa que ha inducido al hombre a
desobedecer a Dios.
395 Sin
embargo, el poder de Satán no es infinito. No es más que una criatura, poderosa
por el hecho de ser espíritu puro, pero siempre criatura: no puede impedir la
edificación del Reino de Dios. Aunque Satán actúe en el mundo por odio contra
Dios y su Reino en Jesucristo, y aunque su acción cause graves daños -de
naturaleza espiritual e indirectamente incluso de naturaleza física - en cada
hombre y en la sociedad, esta acción es permitida por la divina providencia que
con fuerza y dulzura dirige la historia del hombre y del mundo. El que Dios
permita la actividad diabólica es un gran misterio, pero "nosotros sabemos
que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman" (Rm
8,28).
III El pecado original
La prueba de la libertad
396 Dios
creó al hombre a su imagen y lo estableció en su amistad. Criatura espiritual,
el hombre no puede vivir esta amistad más que en la forma de libre sumisión a
Dios. Esto es lo que expresa la prohibición hecha al hombre de comer del árbol
del conocimiento del bien y del mal, "porque el día que comieres de él,
morirás" (Gn 2,17). "El árbol del conocimiento del bien y del
mal" evoca simbólicamente el límite infranqueable que el hombre en cuanto
criatura debe reconocer libremente y respetar con confianza. El hombre depende del Creador, está sometido a las
leyes de la Creación y a las normas morales que regulan el uso de la libertad.
El primer pecado del hombre
397 El
hombre, tentado por el diablo, dejó morir en su corazón la confianza hacia su
creador (cf. Gn 3,1-11) y, abusando de su libertad, desobedeció al
mandamiento de Dios. En esto consistió el primer pecado del hombre (cf. Rm
5,19). En adelante, todo pecado será una desobediencia a Dios y una falta de
confianza en su bondad.
398 En este
pecado, el hombre se prefirió a sí mismo en lugar de Dios, y por ello
despreció a Dios: hizo elección de sí mismo contra Dios, contra las exigencias
de su estado de criatura y, por tanto, contra su propio bien. El hombre,
constituido en un estado de santidad, estaba destinado a ser plenamente
"divinizado" por Dios en la gloria. Por la seducción del diablo quiso
"ser como Dios" (cf. Gn 3,5), pero "sin Dios, antes que Dios y
no según Dios" (S. Máximo Confesor, ambig.).
399 La
Escritura muestra las consecuencias dramáticas de esta primera desobediencia.
Adán y Eva pierden inmediatamente la gracia de la santidad original (cf. Rm
3,23). Tienen miedo del Dios (cf. Gn 3,9-10) de quien han concebido una falsa
imagen, la de un Dios celoso de sus prerrogativas (cf. Gn 3,5).
400 La
armonía en la que se encontraban, establecida gracias a la justicia original,
queda destruida; el dominio de las facultades espirituales del alma sobre el
cuerpo se quiebra (cf. Gn 3,7); la unión entre el hombre y la mujer es sometida
a tensiones (cf. Gn 3,11-13); sus relaciones estarán marcadas por el deseo y el
dominio (cf. Gn 3,16). La armonía con la creación se rompe; la creación visible
se hace para el hombre extraña y hostil (cf. Gn 3,17.19). A causa del hombre,
la creación es sometida "a la servidumbre de la corrupción" (Rm
8,21). Por fin, la consecuencia explícitamente anunciada para el caso de
desobediencia (cf. Gn 2,17), se realizará: el hombre "volverá al polvo del
que fue formado" (Gn 3,19). La muerte hace su entrada en la historia de la humanidad (cf. Rm 5,12).
401 Desde este primer pecado, una verdadera
invasión de pec ado inunda el mundo: el fratricidio cometido por Caín en Abel
(cf. Gn 4,3-15); la corrupción universal, a raíz del pecado (cf. Gn 6,5.12; Rm
1,18-32); en la historia de Israel, el pecado se manifiesta frecuentemente,
sobre todo como una infidelidad al Dios de la Alianza y como transgresión de la
Ley de Moisés; e incluso tras la Redención de Cristo, entre los cristianos, el
pecado se manifiesta, entre los cristianos, de múltiples maneras (cf. 1 Co 1-6;
Ap 2-3). La Escritura y la Tradición de la Iglesia no cesan de recordar
la presencia y la universalidad del pecado en la historia del hombre:
Lo que la revelación divina nos enseña coincide con la misma experiencia.
Pues el hombre, al examinar su corazón, se descubre también inclinado al mal e
inmerso en muchos males que no pueden proceder de su Creador, que es bueno.
Negándose con frecuencia a reconocer a Dios como su principio, rompió además el
orden debido con respecto a su fin último y, al mismo tiempo, toda su
ordenación en relación consigo mismo, con todos los otros hombres y con todas
las cosas creadas (GS 13,1).
Consecuencias del pecado de Adán para la humanidad
402 Todos
los hombres están implicados en el pecado de Adán. S. Pablo lo afirma:
"Por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos
pecadores" (Rm 5,19): "Como por un solo hombre entró el pecado en el
mundo y por el pecado la muerte y así la muerte alcanzó a todos los hombres,
por cuanto todos pecaron..." (Rm 5,12). A la universalidad del pecado y de
la muerte, el Apóstol opone la universalidad de la salvación en Cristo:
"Como el delito de uno solo atrajo sobre todos los hombres la condenación,
así también la obra de justicia de uno solo (la de Cristo) procura a todos una
justificación que da la vida" (Rm 5,18).
403
Siguiendo a S. Pablo, la Iglesia ha enseñado siempre que la inmensa miseria que
oprime a los hombres y su inclinación al mal y a la muerte no son comprensibles
sin su conexión con el pecado de Adán y con el hecho de que nos ha transmitido
un pecado con que todos nacemos afectados y que es "muerte del alma"
(Cc. de Trento: DS 1512). Por esta certeza de fe, la Iglesia concede el
Bautismo para la remisión de los pecados incluso a los niños que no han
cometido pecado personal (Cc. de Trento: DS 1514).
404 ¿Cómo
el pecado de Adán vino a ser el pecado de todos sus descendientes? Todo el
género humano es en Adán "sicut unum corpus unius hominis"
("Como el cuerpo único de un único hombre") (S. Tomás de A., mal.
4,1). Por esta "unidad del
género humano", todos los hombres están implicados en el pecado de Adán,
como todos están implicados en la justicia de Cristo. Sin embargo, la
transmisión del pecado original es un misterio que no podemos comprender plenamente.
Pero sabemos por la Revelación que Adán había recibido la santidad y la
justicia originales no para él solo sino para toda la naturaleza humana:
cediendo al tentador, Adán y Eva cometen un pecado personal, pero este
pecado afecta a la naturaleza humana, que transmitirán en un estado
caído (cf. Cc. de Trento: DS 1511-12). Es un pecado que será transmitido
por propagación a toda la humanidad, es decir, por la transmisión de una
naturaleza humana privada de la santidad y de la justicia originales. Por eso,
el pecado original es llamado "pecado" de manera análoga: es un
pecado "contraído", "no cometido", un estado y no un acto.
405 Aunque
propio de cada uno (cf. Cc. de Trento: DS 1513), el pecado original no tiene,
en ningún descendiente de Adán, un carácter de falta personal. Es la privación
de la santidad y de la justicia originales, pero la naturaleza humana no está
totalmente corrompida: está herida en sus propias fuerzas naturales, sometida a
la ignorancia, al sufrimiento y al imperio de la muerte e inclinada al pecado
(esta inclinación al mal es llamada "concupiscencia"). El Bautismo,
dando la vida de la gracia de Cristo, borra el pecado original y devuelve el
hombre a Dios, pero las consecuencias para la naturaleza, debilitada e
inclinada al mal, persisten en el hombre y lo llaman al combate espiritual.
406 La
doctrina de la Iglesia sobre la transmisión del pecado original fue precisada
sobre todo en el siglo V, en particular bajo el impulso de la reflexión de S.
Agustín contra el pelagianismo, y en el siglo XVI, en oposición a la Reforma
protestante. Pelagio sostenía que el hombre podía, por la fuerza natural de su
voluntad libre, sin la ayuda necesaria de la gracia de Dios, llevar una vida
moralmente buena: así reducía la influencia de la falta de Adán a la de un mal
ejemplo. Los primeros reformadores protestantes, por el contrario, enseñaban
que el hombre estaba radicalmente pervertido y su libertad anulada por el
pecado de los orígenes; identificaban el pecado heredado por cada hombre con la
tendencia al mal ("concupiscentia"), que sería insuperable. La
Iglesia se pronunció especialmente sobre el sentido del dato revelado respecto
al pecado original en el II Concilio de Orange en el año 529 (cf. DS 371-72) y
en el Concilio de Trento, en el año 1546 (cf. DS 1510-1516).
Un duro combate...
407 La
doctrina sobre el pecado original -vinculada a la de la Redención de Cristo -
proporciona una mirada de discernimiento lúcido sobre la situación del hombre y
de su obrar en el mundo. Por el pecado de los primeros padres, el diablo
adquirió un cierto dominio sobre el hombre, aunque éste permanezca libre. El
pecado original entraña "la servidumbre bajo el poder del que poseía el
imperio de la muerte, es decir, del diablo" (Cc. de Trento: DS 1511, cf.
Hb 2,14). Ignorar que el hombre posee una naturaleza herida, inclinada al mal,
da lugar a graves errores en el dominio de la educación, de la política, de la
acción social (cf. CA 25) y de las costumbres.
408 Las
consecuencias del pecado original y de todos los pecados personales de los
hombres confieren al mundo en su conjunto una condición pecadora, que puede ser
designada con la expresión de S. Juan: "el pecado del mundo" (Jn
1,29). Mediante esta expresión se
significa también la influencia negativa que ejercen sobre las personas las
situaciones comunitarias y las estructuras sociales que son fruto de los
pecados de los hombres (cf. RP 16).
409 Esta
situación dramática del mundo que "todo entero yace en poder del
maligno" (1 Jn 5,19; cf. 1 P 5,8), hace de la vida del hombre un combate:
A través de toda la historia del hombre se extiend e una dura batalla contra
los poderes de las tinieblas que, iniciada ya desde el origen del mundo, durará
hasta el último día según dice el Señor. Inserto en esta lucha, el hombre debe
combatir continuamente para adherirse al bien, y no sin grandes trabajos, con
la ayuda de la gracia de Dios, es capaz de lograr la unidad en sí mismo (GS
37,2).
IV “No lo abandonaste al poder de la muerte”
410 Tras la
caída, el hombre no fue abandonado por Dios. Al contrario, Dios lo llama (cf.
Gn 3,9) y le anuncia de modo misterioso la victoria sobre el mal y el
levantamiento de su caída (cf. Gn 3,15). Este pasaje del Génesis ha sido
llamado "Protoevangelio", por ser el primer anuncio del Mesías
redentor, anuncio de un combate entre la serpiente y la Mujer, y de la victoria
final de un descendiente de ésta.
411 La
tradición cristiana ve en este pasaje un anuncio del "nuevo Adán"
(cf. 1 Co 15,21-22.45) que, por su "obediencia hasta la muerte en la
Cruz" (Flp 2,8) repara con sobreabundancia la descendencia de Adán (cf. Rm
5,19-20). Por otra parte, numerosos Padres y doctores de la Iglesia ven en la
mujer anunciada en el "protoevangelio" la madre de Cristo, María,
como "nueva Eva". Ella ha sido la que, la primera y de una manera
única, se benefició de la victoria sobre el pecado alcanzada por Cristo: fue
preservada de toda mancha de pecado original (cf. Pío IX: DS 2803) y, durante
toda su vida terrena, por una gracia especial de Dios, no cometió ninguna clase
de pecado (cf. Cc. de Trento: DS 1573).
412 Pero, ¿por
qué Dios no impidió que el primer hombre pecara? S. León Magno responde:
"La gracia inefable de Cristo nos ha dado bienes mejores que los que nos
quitó la envidia del demonio" (serm. 73,4). Y S. Tomás de Aquino:
"Nada se opone a que la naturaleza humana haya sido destinada a un fin más
alto después de pecado. Dios, en
efecto, permite que los males se hagan para sacar de ellos un mayor bien. De
ahí las palabras de S. Pablo: `Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia'
(Rm 5,20). Y el canto del Exultet: `¡Oh feliz culpa que mereció tal y
tan grande Redentor!'" (s.th. 3,1,3, ad 3).
RESUMEN
413
"No fue Dios quien hizo la muerte ni se recrea en la destrucción de los
vivientes...por envidia del diablo entró la muerte en el mundo" (Sb 1,13;
2,24).
414 Satán
o el diablo y los otros demonios son ángeles caídos por haber rechazado
libremente servir a Dios y su designio. Su opción contra Dios es definitiva.
Intentan asociar al hombre en su rebelión contra Dios.
415 "Constituido
por Dios en la justicia, el hombre, sin em bargo, persuadido por el Maligno,
abusó de su libertad, desde el comienzo de la historia, levantándose contra
Dios e intentando alcanzar su propio fin al margen de Dios" (GS 13,1).
416 Por
su pecado, Adán, en cuanto primer hombre, perdió la santidad y la justicia
originales que había recibido de Dios no solamente para él, sino para todos los
humanos.
417 Adán
y Eva transmitieron a su descendencia la naturaleza humana herida por su primer
pecado, privada por tanto de la santidad y la justicia originales. Esta
privación es llamada "pecado original".
418 Como
consecuencia del pecado original, la naturaleza humana quedó debilitada en sus
fuerzas, sometida a la ignorancia, al sufrimiento y al dominio de la muerte, e
inclinada al pecado (inclinación llamada "concupiscencia").
419 "Mantenemos,
pues, siguiendo el concilio de Trento, que el pecado original se transmite,
juntamente con la naturaleza humana, `por propagación, no por imitación' y que
`se halla como propio en cada uno' " (Pablo VI, SPF 16).
420 La
victoria sobre el pecado obtenida por Cristo nos ha dado bienes mejores que los
que nos quitó el pecado: "Donde abundó el pecado, sobreabundó la
gracia" (Rm 5,20).
421 "El
mundo que los fieles cristianos creen creado y conservado por el amor del
creador, colocado ciertamente bajo la esclavitud del pecado, pero liberado por
Cristo crucificado y resucitado, una vez que fue quebrantado el poder del
Maligno..." (GS 2,2).
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