CAPÍTULO
SEGUNDO
CREO EN JESUCRISTO, HIJO ÚNICO DE DIOS
La Buena Nueva: Dios ha enviado a su Hijo
422.
"Pero, al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido
de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley,
y para que recibiéramos la filiación adoptiva" (Ga 4, 4-5). He aquí
"la Buena Nueva de Jesucristo, Hijo de Dios" (Mc 1, 1): Dios ha
visitado a su pueblo (cf. Lc 1, 68), ha cumplido las promesas hechas a Abraham
y a su descendencia (cf. Lc 1, 55); lo ha hecho más allá de toda expectativa:
El ha enviado a su "Hijo amado" (Mc 1, 11).
423
Nosotros creemos y confesamos que Jesús de Nazaret, nacido judío de una hija de
Israel, en Belén en el tiempo del rey Herodes el Grande y del emperador César
Augusto; de oficio carpintero, muerto crucificado en Jerusalén, bajo el
procurador Poncio Pilato, durante el reinado del emperador Tiberio, es el Hijo
eterno de Dios hecho hombre, que ha "salido de Dios" (Jn 13, 3),
"bajó del cielo" (Jn 3, 13; 6, 33), "ha venido en carne" (1
Jn 4, 2), porque "la Palabra se hizo carne, y puso su morada entre
nosotros, y hemos visto su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único,
lleno de gracia y de verdad... Pues
de su plenitud hemos recibido todos, y gracia por gracia" (Jn 1, 14. 16).
424 Movidos por la gracia del Espíritu Santo
y atraídos por el Padre nosotros creemos y confesamos a propósito de Jesús:
"Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo" (Mt 16, 16). Sobre
la roca de esta fe, confesada por San Pedro, Cristo ha construido su Iglesia
(cf. Mt 16, 18; San León Magno, serm. 4, 3;51, 1;62, 2;83, 3).
"Anunciar... la
inescrutable riqueza de Cristo" (Ef 3, 8)
425 La
transmisión de la fe cristiana es ante todo el anuncio de Jesucristo para
llevar a la fe en el. Desde el principio, los primeros discípulos ardieron en
deseos de anunciar a Cristo: "No podemos nosotros dejar de hablar de lo
que hemos visto y oído" (Hch 4, 20). Y ellos mismos invitan a los hombres de todos los tiempos a entrar en la
alegría de su comunión con Cristo:
Lo que existía desde el
principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que
contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida, -pues la
Vida se manifestó, y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos
la vida eterna, que estaba con el Padre y se nos manifestó - lo que hemos visto
y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con
nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo,
Jesucristo. Os escribimos esto para que vuestro gozo sea completo (1 Jn 1,
1-4).
En el centro de la catequesis: Cristo
426
"En el centro de la catequesis encontramos esencialmente una Persona, la
de Jesús de Nazaret, Unigénito del Padre, que ha sufrido y ha muerto por
nosotros y que ahora, resucitado, vive para siempre con nosotros... Catequizar
es ... descubrir en la Persona de Cristo el designio eterno de Dios... Se trata
de procurar comprender el significado de los gestos y de las palabras de
Cristo, los signos realizados por El mismo" (CT 5). El fin de la
catequesis: "conducir a la comunión con Jesucristo: sólo El puede
conducirnos al amor del Padre en el Espíritu y hacernos partícipes de la vida
de la Santísima Trinidad". (ibid.).
427
"En la catequesis lo que se enseña es a Cristo, el Verbo encarnado e Hijo
de Dios y todo lo demás en referencia a El; el único que enseña es Cristo, y
cualquier otro lo hace en la medida en que es portavoz suyo, permitiendo que
Cristo enseñe por su boca... Todo catequista debería poder aplicarse a sí mismo
la misteriosa palabra de Jesús: 'Mi doctrina no es mía, sino del que me ha
enviado' (Jn 7, 16)" (ibid., 6).
428 El que
está llamado a "enseñar a Cristo" debe por tanto, ante todo, buscar
esta "ganancia sublime que es el conocimiento de Cristo"; es
necesario "aceptar perder todas las cosas ... para ganar a Cristo, y ser
hallado en él" y "conocerle a él, el poder de su resurrección y la
comunión en sus padecimientos hasta hacerme semejante a él en su muerte,
tratando de llegar a la resurrección de entre los muertos" (Flp 3, 8-11).
429 De este
conocimiento amoroso de Cristo es de donde brota el deseo de anunciarlo, de
"evangelizar", y de llevar a otros al "sí" de la fe en
Jesucristo. Y al mismo tiempo se hace sentir la necesidad de conocer siempre
mejor esta fe. Con este fin, siguiendo el orden del Símbolo de la fe,
presentaremos en primer lugar los principales títulos de Jesús: Cristo, Hijo de
Dios, Señor (Artículo 2). El Símbolo
confiesa a continuación los principales misterios de la vida de Cristo: los de
su encarnación (Artículo 3), los de su Pascua (Artículos 4 y 5), y, por último,
los de su glorificación (Artículos 6 y 7).
|