Párrafo 1
JESÚS E ISRAEL
574 Desde
los comienzos del ministerio público de Jesús, fariseos y partidarios de
Herodes, junto con sacerdotes y escribas, se pusieron de acuerdo para perderle
(cf. Mc 3, 6). Por algunas de sus obras (expulsión de demonios, cf. Mt 12, 24;
perdón de los pecados, cf. Mc 2, 7; curaciones en sábado, cf. 3, 1-6;
interpretación original de los preceptos de pureza de la Ley, cf. Mc 7, 14-23;
familiaridad con los publicanos y los pecadores públicos, (cf. Mc 2, 14-17),
Jesús apareció a algunos malintencionados sospechoso de posesión diabólica (cf.
Mc 3, 22; Jn 8, 48; 10, 20). Se le acusa de blasfemo (cf. Mc 2, 7; Jn 5,18; 10,
33) y de falso profetismo (cf. Jn 7, 12; 7, 52), crímenes religiosos que la Ley
castigaba con pena de muerte a pedradas (cf. Jn 8, 59; 10, 31).
575 Muchas
de las obras y de las palabras de Jesús han sido, pues, un "signo de
contradicción" (Lc 2, 34) para las autoridades religiosas de Jerusalén,
aquellas a las que el Evangelio de S. Juan denomina con frecuencia "los
Judíos" (cf. Jn 1, 19; 2, 18; 5, 10; 7, 13; 9, 22; 18, 12; 19, 38; 20,
19), más incluso que a la generalidad del pueblo de Dios (cf. Jn 7, 48-49).
Ciertamente, sus relaciones con los fariseos no fueron solamente polémicas.
Fueron unos fariseos los que le previnieron del peligro que corría (cf. Lc 13,
31). Jesús alaba a alguno de ellos como al escriba de Mc 12, 34 y come varias
veces en casa de fariseos (cf. Lc 7, 36; 14, 1). Jesús confirma doctrinas
sostenidas por esta élite religiosa del pueblo de Dios: la resurrección de los
muertos (cf. Mt 22, 23-34; Lc 20, 39), las formas de piedad (limosna, ayuno y
oración, cf. Mt 6, 18) y la costumbre de dirigirse a Dios como Padre, carácter
central del mandamiento de amor a Dios y al prójimo (cf. Mc 12, 28-34).
576 A los
ojos de muchos en Israel, Jesús parece actuar contra las instituciones
esenciales del Pueblo elegido:
– Contra el sometimiento a la Ley en la integridad de sus preceptos
escritos, y, para los fariseos, su interpretación por la tradición oral.
– Contra el carácter central del Templo de Jerusalén como lugar santo donde
Dios habita de una manera privilegiada.
– Contra la fe en el Dios único, cuya gloria ningún hombre puede compartir.
I Jesús y la Ley
577 Al
comienzo del Sermón de la montaña, Jesús hace una advertencia solemne
presentando la Ley dada por Dios en el Sinaí con ocasión de la Primera Alianza,
a la luz de la gracia de la Nueva Alianza:
"No penséis que he venido a
abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir sino a dar
cumplimiento. Sí, os lo aseguro: el cielo y la tierra pasarán antes que pase
una i o un ápice de la Ley sin que todo se haya cumplido. Por tanto, el que quebrante uno de estos
mandamientos menores, y así lo enseñe a los hombres, será el menor en el Reino
de los cielos; en cambio el que los observe y los enseñe, ese será grande en el
Reino de los cielos" (Mt 5, 17-19).
578 Jesús, el Mesías de Israel, por lo tanto
el más grande en el Reino de los cielos, se debía sujetar a la Ley cumpliéndola
en su totalidad hasta en sus menores preceptos, según sus propias palabras. Incluso
es el único en poderlo hacer perfectamente (cf. Jn 8, 46). Los judíos, según su
propia confesión, jamás han podido cumplir jamás la Ley en su totalidad, sin
violar el menor de sus preceptos (cf. Jn 7, 19; Hch 13, 38-41; 15, 10). Por eso, en cada fiesta anual de la
Expiación, los hijos de Israel piden perdón a Dios por sus transgresiones de la
Ley. En efecto, la Ley constituye un todo y, como recuerda Santiago,
"quien observa toda la Ley, pero falta en un solo precepto, se hace reo de
todos" (St 2, 10; cf. Ga 3, 10; 5, 3).
579 Este
principio de integridad en la observancia de la Ley, no sólo en su letra sino
también en su espíritu, era apreciado por los fariseos. Al subrayarlo para
Israel, muchos judíos del tiempo de Jesús fueron conducidos a un celo religioso
extremo (cf. Rm 10, 2), el cual, si no quería convertirse en una casuística
"hipócrita" (cf. Mt 15, 3-7; Lc 11, 39-54) no podía más que preparar
al pueblo a esta intervención inaudita de Dios que será la ejecución perfecta
de la Ley por el único Justo en lugar de todos los pecadores (cf. Is 53, 11; Hb
9, 15).
580 El
cumplimiento perfecto de la Ley no podía ser sino obra del divino Legislador
que nació sometido a la Ley en la persona del Hijo (cf Ga 4, 4). En Jesús la
Ley ya no aparece grabada en tablas de piedra sino "en el fondo del
corazón" (Jr 31, 33) del Siervo, quien, por "aportar fielmente el
derecho" (Is 42, 3), se ha convertido en "la Alianza del pueblo"
(Is 42, 6). Jesús cumplió la Ley hasta tomar sobre sí mismo "la maldición
de la Ley" (Ga 3, 13) en la que habían incurrido los que no
"practican todos los preceptos de la Ley" (Ga 3, 10) porque, ha
intervenido su muerte para remisión de las transgresiones de la Primera
Alianza" (Hb 9, 15).
581 Jesús
fue considerado por los Judíos y sus jefes espirituales como un
"rabbi" (cf. Jn 11, 28; 3, 2; Mt 22, 23-24, 34-36). Con frecuencia
argumentó en el marco de la interpretación rabínica de la Ley (cf. Mt 12, 5; 9,
12; Mc 2, 23-27; Lc 6, 6-9; Jn 7, 22-23). Pero al mismo tiempo, Jesús no podía
menos que chocar con los doctores de la Ley porque no se contentaba con
proponer su interpretación entre los suyos, sino que "enseñaba como quien
tiene autoridad y no como sus escribas" (Mt 7, 28-29). La misma Palabra de Dios, que resonó en el Sinaí
para dar a Moisés la Ley escrita, es la que en él se hace oír de nuevo en el
Monte de las Bienaventuranzas (cf. Mt 5, 1). Esa palabra no revoca la
Ley sino que la perfecciona aportando de modo divino su interpretación
definitiva: "Habéis oído también que se dijo a los antepasados ... pero yo
os digo" (Mt 5, 33-34). Con esta misma autoridad divina, desaprueba ciertas
"tradiciones humanas" (Mc 7, 8) de los fariseos que "anulan la
Palabra de Dios" (Mc 7, 13).
582 Yendo
más lejos, Jesús da plenitud a la Ley sobre la pureza de los alimentos, tan
importante en la vida cotidiana judía, manifestando su sentido
"pedagógico" (cf. Ga 3, 24) por medio de una interpretación divina:
"Todo lo que de fuera entra en el hombre no puede hacerle impuro ... -así
declaraba puros todos los alimentos - ... Lo que sale del hombre, eso es lo que
hace impuro al hombre. Porque de dentro,
del corazón de los hombres, salen las intenciones malas" (Mc 7, 18-21).
Jesús, al dar con autoridad divina la interpretación definitiva de la Ley, se
vio enfrentado a algunos doctores de la Ley que no recibían su interpretación a
pesar de estar garantizada por los signos divinos con que la acompañaba (cf. Jn
5, 36; 10, 25. 37-38; 12, 37). Esto ocurre, en particular, respecto al problema
del sábado: Jesús recuerda, frecuentemente con argumentos rabínicos (cf. Mt
2,25-27; Jn 7, 22-24), que el descanso del sábado no se quebranta por el
servicio de Dios (cf. Mt 12, 5; Nm 28, 9) o al prójimo (cf. Lc 13, 15-16; 14,
3-4) que realizan sus curaciones.
II Jesús y el Templo
583 Como
los profetas anteriores a él, Jesús profesó el más profundo respeto al Templo
de Jerusalén. Fue presentado en él
por José y María cuarenta días después de su nacimiento (Lc. 2, 22-39). A la
edad de doce años, decidió quedarse en el Templo para recordar a sus padres que
se debía a los asuntos de su Padre (cf. Lc 2, 46-49). Durante su vida oculta,
subió allí todos los años al menos con ocasión de la Pascua (cf. Lc 2, 41); su
ministerio público estuvo jalonado por sus peregrinaciones a Jerusalén con
motivo de las grandes fiestas judías (cf. Jn 2, 13-14; 5, 1. 14; 7, 1. 10.
14; 8, 2; 10, 22-23).
584 Jesús
subió al Templo como al lugar privilegiado para el encuentro con Dios. El
Templo era para él la casa de su Padre, una casa de oración, y se indigna
porque el atrio exterior se haya convertido en un mercado (Mt 21, 13). Si
expulsa a los mercaderes del Templo es por celo hacia las cosas de su Padre:
"no hagáis de la Casa de mi Padre una casa de mercado. Sus discípulos se
acordaron de que estaba escrito: 'El celo por tu Casa me devorará' (Sal 69, 10)"
(Jn 2, 16-17). Después de su Resurrección, los Apóstoles mantuvieron un respeto
religioso hacia el Templo (cf. Hch 2, 46; 3, 1; 5, 20. 21; etc.).
585 Jesús
anunció, no obstante, en el umbral de su Pasión, la ruina de ese espléndido
edificio del cual no quedará piedra sobre piedra (cf. Mt 24, 1-2). Hay aquí un
anuncio de una señal de los últimos tiempos que se van a abrir con su propia
Pascua (cf. Mt 24, 3; Lc 13, 35). Pero esta profecía pudo ser deformada por
falsos testigos en su interrogatorio en casa del sumo sacerdote (cf. Mc 14,
57-58) y serle reprochada como injuriosa cuando estaba clavado en la cruz (cf.
Mt 27, 39-40).
586 Lejos
de haber sido hostil al Templo (cf. Mt 8, 4; 23, 21; Lc 17, 14; Jn 4, 22) donde
expuso lo esencial de su enseñanza (cf. Jn 18, 20), Jesús quiso pagar el
impuesto del Templo asociándose con Pedro (cf. Mt 17, 24-27), a quien acababa
de poner como fundamento de su futura Iglesia (cf. Mt 16, 18). Aún más, se
identificó con el Templo presentándose como la morada definitiva de Dios entre
los hombres (cf. Jn 2, 21; Mt 12, 6). Por eso su muerte corporal (cf. Jn 2,
18-22) anuncia la destrucción del Templo que señalará la entrada en una nueva
edad de la historia de la salvación:"Llega la hora en que, ni en este
monte, ni en Jerusalén adoraréis al Padre"(Jn 4, 21; cf. Jn 4, 23-24; Mt
27, 51; Hb 9, 11; Ap 21, 22).
III Jesús y la fe de Israel en el Dios único y
Salvador
587 Si la Ley y el Templo pudieron ser
ocasión de "contradicción" (cf. Lc 2, 34) entre Jesús y las
autoridades religiosas de Israel, la razón está en que Jesús, para la redención
de los pecados -obra divina por excelencia - acepta ser verdadera piedra de
escándalo para aquellas autoridades (cf. Lc 20, 17-18; Sal 118, 22).
588 Jesús escandalizó a los fariseos comiendo
con los publicanos y los pecadores (cf. Lc 5, 30) tan familiarmente como con
ellos mismos (cf. Lc 7, 36; 11, 37; 14, 1). Contra algunos de los "que se
tenían por justos y despreciaban a los demás" (Lc 18, 9; cf. Jn 7, 49; 9,
34), Jesús afirmó: "No he venido a llamar a conversión a justos, sino a
pecadores" (Lc 5, 32). Fue más lejos todavía al proclamar frente a
los fariseos que, siendo el pecado una realidad universal (cf. Jn 8, 33-36),
los que pretenden no tener necesidad de salvación se ciegan con respecto a sí
mismos (cf. Jn 9, 40-41).
589 Jesús
escandalizó sobre todo porque identificó su conducta misericordiosa hacia los
pecadores con la actitud de Dios mismo con respecto a ellos (cf. Mt 9, 13; Os
6, 6). Llegó incluso a dejar entender que compartiendo la mesa con los
pecadores (cf. Lc 15, 1-2), los admitía al banquete mesiánico (cf. Lc 15,
22-32). Pero es especialmente, al perdonar los pecados, cuando Jesús puso a las
autoridades de Israel ante un dilema. Porque como ellas dicen, justamente
asombradas, "¿Quién puede perdonar los pecados sino sólo Dios?" (Mc
2, 7). Al perdonar los pecados, o bien Jesús blasfema porque es un hombre que
pretende hacerse igual a Dios (cf. Jn 5, 18; 10, 33) o bien dice verdad y su
persona hace presente y revela el Nombre de Dios (cf. Jn 17, 6-26).
590 Sólo la
identidad divina de la persona de Jesús puede justificar una exigencia tan
absoluta como ésta: "El que no está conmigo está contra mí" (Mt 12,
30); lo mismo cuando dice que él es "más que Jonás ... más que
Salomón" (Mt 12, 41-42), "más que el Templo" (Mt 12, 6); cuando
recuerda, refiriéndose a que David llama al Mesías su Señor (cf. Mt 12, 36-37),
cuando afirma: "Antes que naciese Abraham, Yo soy" (Jn 8, 58); e
incluso: "El Padre y yo somos una sola cosa" (Jn 10, 30).
591 Jesús pidió a las autoridades religiosas
de Jerusalén creer en él en virtud de las obras de su Padre que el realizaba
(Jn 10, 36-38). Pero tal acto de fe debía pasar por una misteriosa
muerte a sí mismo para un nuevo "nacimiento de lo alto" (Jn 3, 7)
atraído por la gracia divina (cf. Jn 6, 44). Tal exigencia de conversión frente
a un cumplimiento tan sorprendente de las promesas (cf. Is 53, 1) permite
comprender el trágico desprecio del sanhedrín al estimar que Jesús merecía la
muerte como blasfemo (cf. Mc 3, 6; Mt 26, 64-66). Sus miembros obraban así
tanto por "ignorancia" (cf. Lc 23, 34;Hch 3, 17-18) como por el
"endurecimiento" (Mc 3, 5;Rm 11, 25) de la "incredulidad"
(Rm 11, 20).
RESUMEN
592 Jesús
no abolió la Ley del Sinaí, sino que la perfeccionó (cf. Mt 5, 17-19) de tal
modo (cf. Jn 8, 46) que reveló su hondo sentido (cf. Mt 5, 33) y satisfizo por
las transgresiones contra ella (cf. Hb 9, 15).
593 Jesús
veneró el Templo subiendo a él en peregrinación en las fiestas judías y amó con
gran celo esa morada de Dios entre los hombres. El Templo prefigura su
Misterio. Anunciando la destrucción del templo anuncia su propia muerte y la
entrada en una nueva edad de la historia de la salvación, donde su cuerpo será
el Templo definitivo.
594 Jesús
realizó obras como el perdón de los pecados que lo revelaron como Dios Salvador
(cf. Jn 5, 16-18). Algunos
judíos que no le reconocían como Dios hecho hombre (cf. Jn 1, 14) veían en él a
"un hombre que se hace Dios" (Jn 10, 33), y lo juzgaron como un
blasfemo.
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