Artículo 7
“DESDE ALLÍ HA DE VENIR A JUZGAR A VIVOS Y MUERTOS”
I Volverá en gloria
Cristo reina ya mediante la Iglesia ...
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"Cristo murió y volvió a la vida para eso, para ser Señor de muertos y
vivos" (Rm 14, 9). La Ascensión de Cristo al Cielo significa su
participación, en su humanidad, en el poder y en la autoridad de Dios mismo. Jesucristo es Señor: Posee todo poder en
los cielos y en la tierra. El está "por encima de todo Principado,
Potestad, Virtud, Dominación" porque el Padre "bajo sus pies sometió
todas las cosas"(Ef 1, 20-22). Cristo es el Señor del cosmos (cf.
Ef 4, 10; 1 Co 15, 24. 27-28) y de
la historia. En él, la historia de la humanidad e incluso toda la
Creación encuentran su recapitulación (Ef 1, 10), su cumplimiento
transcendente.
669 Como Señor,
Cristo es también la cabeza de la Iglesia que es su Cuerpo (cf. Ef 1, 22).
Elevado al cielo y glorificado, habiendo cumplido así su misión, permanece en
la tierra en su Iglesia. La Redención es la fuente de la autoridad que Cristo,
en virtud del Espíritu Santo, ejerce sobre la Iglesia (cf. Ef 4, 11-13).
"La Iglesia, o el reino de Cristo presente ya en misterio",
"constituye el germen y el comienzo de este Reino en la tierra" (LG
3;5).
670 Desde
la Ascensión, el designio de Dios ha entrado en su consumación. Estamos ya en
la "última hora" (1 Jn 2, 18; cf. 1 P 4, 7). "El final de la
historia ha llegado ya a nosotros y la renovación del mundo está ya decidida de
manera irrevocable e incluso de alguna manera real está ya por anticipado en este
mundo. La Iglesia, en efecto, ya en la tierra, se caracteriza por una verdadera
santidad, aunque todavía imperfecta" (LG 48). El Reino de Cristo
manifiesta ya su presencia por los signos milagrosos (cf. Mc 16, 17-18) que
acompañan a su anuncio por la Iglesia (cf. Mc 16, 20).
... esperando que todo le sea sometido
671 El
Reino de Cristo, presente ya en su Iglesia, sin embargo, no está todavía
acabado "con gran poder y gloria" (Lc 21, 27; cf. Mt 25, 31) con el
advenimiento del Rey a la tierra. Este
Reino aún es objeto de los ataques de los poderes del mal (cf. 2 Te 2, 7) a
pesar de que estos poderes hayan sido vencidos en su raíz por la Pascua de
Cristo. Hasta que todo le haya sido sometido (cf. 1 Co 15, 28), y
"mientras no haya nuevos cielos y nueva tierra, en los que habite la
justicia, la Iglesia peregrina lleva en sus sacramentos e instituciones, que
pertenecen a este tiempo, la imagen de este mundo que pasa. Ella misma vive
entre las criaturas que gimen en dolores de parto hasta ahora y que esperan la
manifestación de los hijos de Dios" (LG 48). Por esta razón los cristianos
piden, sobre todo en la Eucaristía (cf. 1 Co 11, 26), que se apresure el
retorno de Cristo (cf. 2 P 3, 11-12) cuando suplican: "Ven, Señor
Jesús" (cf.1 Co 16, 22; Ap 22, 17-20).
672 Cristo afirmó antes de su Ascensión que
aún no era la hora del establecimiento glorioso del Reino mesiánico esperado
por Israel (cf. Hch 1, 6-7) que, según los profetas (cf. Is 11, 1-9), debía
traer a todos los hombres el orden definitivo de la justicia, del amor y de la
paz. El tiempo presente, según el Señor, es el tiempo del Espíritu y del
testimonio (cf Hch 1, 8), pero es también un tiempo marcado todavía por la
"tristeza" (1 Co 7, 26) y la prueba del mal (cf. Ef 5, 16) que afecta
también a la Iglesia(cf. 1 P 4, 17) e inaugura los combates de los últimos días
(1 Jn 2, 18; 4, 3; 1 Tm 4, 1). Es un tiempo de espera y de vigilia (cf.
Mt 25, 1-13; Mc 13, 33-37).
El glorioso advenimiento de Cristo, esperanza de Israel
673 Desde
la Ascensión, el advenimiento de Cristo en la gloria es inminente (cf Ap 22,
20) aun cuando a nosotros no nos "toca conocer el tiempo y el momento que
ha fijado el Padre con su autoridad" (Hch 1, 7; cf. Mc 13, 32). Este advenimiento escatológico se puede
cumplir en cualquier momento (cf. Mt 24, 44: 1 Te 5, 2), aunque tal
acontecimiento y la prueba final que le ha de preceder estén
"retenidos" en las manos de Dios (cf. 2 Te 2, 3-12).
674 La
Venida del Mesías glorioso, en un momento determinad o de la historia se
vincula al reconocimiento del Mesías por "todo Israel" (Rm 11, 26; Mt
23, 39) del que "una parte está endurecida" (Rm 11, 25) en "la
incredulidad" respecto a Jesús (Rm 11, 20). San Pedro dice a los judíos de
Jerusalén después de Pentecostés: "Arrepentíos, pues, y convertíos para
que vuestros pecados sean borrados, a fin de que del Señor venga el tiempo de
la consolación y envíe al Cristo que os había sido destinado, a Jesús, a quien
debe retener el cielo hasta el tiempo de la restauración universal, de que Dios
habló por boca de sus profetas" (Hch 3, 19-21). Y San Pablo le hace eco:
"si su reprobación ha sido la reconciliación del mundo ¿qué será su
readmisión sino una resurrección de entre los muertos?" (Rm 11, 5). La entrada de "la plenitud de los
judíos" (Rm 11, 12) en la salvación mesiánica, a continuación de "la
plenitud de los gentiles (Rm 11, 25; cf. Lc 21, 24), hará al Pueblo de Dios
"llegar a la plenitud de Cristo" (Ef 4, 13) en la cual "Dios
será todo en nosotros" (1 Co 15, 28).
La última prueba de la Iglesia
675 Antes
del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que
sacudirá la fe de numerosos creyentes (cf. Lc 18, 8; Mt 24, 12). La persecución
que acompaña a su peregrinación sobre la tierra (cf. Lc 21, 12; Jn 15, 19-20)
desvelará el "Misterio de iniquidad" bajo la forma de una impostura
religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas
mediante el precio de la apostasía de la verdad. La impostura religiosa suprema
es la del Anticristo, es decir, la de un seudo-mesianismo en que el hombre se
glorifica a sí mismo colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en
la carne (cf. 2 Te 2, 4-12; 1Te 5, 2-3;2 Jn 7; 1 Jn 2, 18.22).
676 Esta
impostura del Anticristo aparece esbozada ya en el mundo cada vez que se
pretende llevar a cabo la esperanza mesiánica en la historia, lo cual no puede
alcanzarse sino más allá del tiempo histórico a través del juicio escatológico:
incluso en su forma mitigada, la Iglesia ha rechazado esta falsificación del
Reino futuro con el nombre de milenarismo (cf. DS 3839), sobre todo bajo la
forma política de un mesianismo secularizado, "intrínsecamente
perverso" (cf. Pío XI, "Divini Redemptoris" que condena el
"falso misticismo" de esta "falsificación de la redención de los
humildes"; GS 20-21).
677 La
Iglesia sólo entrará en la gloria del Reino a través de esta última Pascua en
la que seguirá a su Señor en su muerte y su Resurrección (cf. Ap 19, 1-9). El
Reino no se realizará, por tanto, mediante un triunfo histórico de la Iglesia
(cf. Ap 13, 8) en forma de un proceso creciente, sino por una victoria de Dios
sobre el último desencadenamiento del mal (cf. Ap 20, 7-10) que hará descender
desde el Cielo a su Esposa (cf. Ap 21, 2-4). El triunfo de Dios sobre la
rebelión del mal tomará la forma de Juicio final (cf. Ap 20, 12) después de la
última sacudida cósmica de este mundo que pasa (cf. 2 P 3, 12-13).
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