I Fundamentos en la economía de la salvación
La enfermedad en la vida humana
1500 La
enfermedad y el sufrimiento se han contado siempre entre los problemas más
graves que aquejan la vida humana. En
la enfermedad, el hombre experimenta su impotencia, sus límites y su finitud.
Toda enfermedad puede hacernos entrever la muerte.
1501 La
enfermedad puede conducir a la angustia, al repliegue sobre sí mismo, a veces
incluso a la desesperación y a la rebelión contra Dios. Puede también h acer a
la persona más madura, ayudarla a discernir en su vida lo que no es esencial
para volverse hacia lo que lo es. Con mucha frecuencia, la enfermedad empuja a
una búsqueda de Dios, un retorno a él.
El enfermo ante Dios
1502 El
hombre del Antiguo Testamento vive la enfermedad de cara a Dios. Ante Dios se lamenta por su enfermedad (cf Sal 38)
y de él, que es el Señor de la vida y de la muerte, implora la curación (cf Sal
6,3; Is 38). La enfermedad se convierte en camino de conversión (cf Sal 38,5;
39,9.12) y el perdón de Dios inaugura la curación (cf Sal 32,5; 107,20; Mc
2,5-12). Israel experimenta que la enfermedad, de una manera misteriosa, se
vincula al pecado y al mal; y que la fidelidad a Dios, según su Ley, devuelve
la vida: "Yo, el Señor, soy el que te sana" (Ex 15,26). El profeta
entreve que el sufrimiento puede tener también un sentido redentor por los
pecados de los demás (cf Is 53,11). Finalmente, Isaías anuncia que Dios hará
venir un tiempo para Sión en que perdonará toda falta y curará toda enfermedad
(cf Is 33,24).
Cristo, médico
1503 La compasión de Cristo hacia los enfermos
y sus numerosas curaciones de dolientes de toda clase (cf Mt 4,24) son un signo
maravilloso de que "Dios ha visitado a su pueblo" (Lc 7,16) y de que
el Reino de Dios está muy cerca. Jesús no tiene solamente poder para
curar, sino también de perdonar los pecados (cf Mc 2,5-12): vino a curar al
hombre entero, alma y cuerpo; es el médico que los enfermos necesitan (Mc
2,17). Su compasión hacia todos los que sufren llega hasta identificarse con
ellos: "Estuve enfermo y me visitasteis" (Mt 25,36). Su amor de
predilección para con los enfermos no ha cesado, a lo largo de los siglos, de
suscitar la atención muy particular de los cristianos hacia todos los que
sufren en su cuerpo y en su alma. Esta atención dio origen a infatigables
esfuerzos por aliviar a los que sufren.
1504 A
menudo Jesús pide a los enfermos que crean (cf Mc 5,34.36; 9,23). Se sirve de
signos para curar: saliva e imposición de manos (cf Mc 7,32-36; 8, 22-25),
barro y ablución (cf Jn 9,6s). Los enfermos tratan de tocarlo (cf Mc 1,41;
3,10; 6,56) "pues salía de él una fuerza que los curaba a todos" (Lc
6,19). Así, en los sacramentos, Cristo continúa "tocándonos" para
sanarnos.
1505
Conmovido por tantos sufrimientos, Cristo no sólo se deja tocar por los
enfermos, sino que hace suyas sus miserias: "El tomó nuestras flaquezas y
cargó con nuestras enfermedades" (Mt 8,17; cf Is 53,4). No curó a todos
los enfermos. Sus curaciones eran signos de la venida del Reino de Dios.
Anunciaban una curación más radical: la victoria sobre el pecado y la muerte
por su Pascua. En la Cruz, Cristo tomó sobre sí todo el peso del mal (cf Is
53,4-6) y quitó el "pecado del mundo" (Jn 1,29), del que la
enfermedad no es sino una consecuencia. Por su pasión y su muerte en la Cruz,
Cristo dio un sentido nuevo al sufrimiento: desde entonces éste nos configura con
él y nos une a su pasión redentora.
“Sanad a los enfermos...”
1506 Cristo
invita a sus discípulos a seguirle tomando a su vez su cruz (cf Mt 10,38).
Siguiéndole adquieren una nueva visión sobre la enfermedad y sobre los
enfermos. Jesús los asocia a su vida pobre y humilde. Les hace participar de su ministerio de compasión
y de curación: "Y, yéndose de allí, predicaron que se convirtieran;
expulsaban a muchos demonios, y ungían con aceite a muchos enfermos y los
curaban" (Mc 6,12-13).
1507 El Señor resucitado renueva este envío
("En mi nombre...impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán
bien"; Mc 16,17-18) y lo confirma con los signos que la Iglesia realiza
invocando su nombre (cf. Hch 9,34; 14,3). Estos signos manifiestan de
una manera especial que Jesús es verdaderamente "Dios que salva" (cf
Mt 1,21; Hch 4,12).
1508 El
Espíritu Santo da a algunos un carisma especial de curación (cf 1 Co
12,9.28.30) para manifestar la fuerza de la gracia del Resucitado. Sin embargo, ni siquiera las oraciones más
fervorosas obtienen la curación de todas las enfermedades. Así S. Pablo aprende
del Señor que "mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la
flaqueza" (2 Co 12,9), y que los sufrimientos que tengo que padecer,
tienen como sentido lo siguiente: "completo en mi carne lo que falta a las
tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia" (Col
1,24).
1509
"¡Sanad a los enfermos!" (Mt 10,8). La Iglesia ha recibido esta tarea
del Señor e intenta realizarla tanto mediante los cuidados que proporciona a
los enfermos como por la oración de intercesión con la que los acompaña. Cree en la presencia vivificante de
Cristo, médico de las almas y de los cuerpos. Esta presencia actúa
particularmente a través de los sacramentos, y de manera especial por la
Eucaristía, pan que da la vida eterna (cf Jn 6,54.58) y cuya conexión con la
salud corporal insinúa S. Pablo (cf 1 Co 11,30).
1510 No
obstante la Iglesia apostólica tuvo un rito propio en favor de los enfermos,
atestiguado por Santiago: "Está enfermo alguno de vosotros? Llame a los
presbíteros de la Iglesia, que oren sobre él y le unjan con óleo en el nombre
del Señor. Y la oración de la fe salvará al enfermo, y el Señor hará que se
levante, y s i hubiera cometido pecados, le serán perdonados" (St
5,14-15). La Tradición ha reconocido en este rito uno de los siete sacramentos
de la Iglesia (cf DS 216; 1324-1325; 1695-1696; 1716-1717).
Un sacramento de los enfermos
1511 La
Iglesia cree y confiesa que, entre los siete sacramentos, existe un sacramento
especialmente destinado a reconfortar a los atribulados por la enfermedad: la
Unción de los enfermos:
Esta unción santa de los enfermos fue instituida por Cristo nuestro Señor
como un sacramento del Nuevo Testamento, verdadero y propiamente dicho,
insinuado por Mc (cf.Mc 6,13), y recomendado a los fieles y promulgado por
Santiago, apóstol y hermano del Señor [cf. St 5,14-15] (Cc. de Trento: DS 1695).
1512 En la
tradición litúrgica, tanto en Oriente como en Occidente, se poseen desde la
antigüedad testimonios de unciones de enfermos practicadas con aceite bendito. En el transcurso de los siglos, la Unción
de los enfermos fue conferida, cada vez más exclusivamente, a los que estaban a
punto de morir. A causa de esto, había recibido el nombre de
"Extremaunción". A pesar de esta evolución, la liturgia nunca dejó de
orar al Señor a fin de que el enfermo pudiera recobrar su salud si así convenía
a su salvación (cf. DS 1696).
1513 La
Constitución apostólica "Sacram Unctionem Infirmorum" del 30 de
Noviembre de 1972, de conformidad con el Concilio Vaticano II (cf SC 73)
estableció que, en adelante, en el rito romano, se observara lo que sigue:
El sacramento de la Unción de los enfermos se administra a los gravemente
enfermos ungiéndolos en la frente y en las manos con aceite de oliva
debidamente bendecido o, según las circunstancias, con otro aceite de plantas,
y pronunciando una sola vez estas palabras: "per istam sanctam unctionem
et suam piissimam misericordiam adiuvet te Dominus gratia spiritus sancti ut a
peccatis liberatum te salvet atque propitius allevet" ("Por esta
santa Unción, y por su bondadosa misericordia te ayude el Señor con la gracia
del Espíritu Santo, para que, libre de tus pecados, te conceda la salvación y
te conforte en tu enfermedad", cf. [link] CIC, can. 847,1).
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