I El matrimonio en el plan de Dios
1602 La Sagrada Escritura se abre con el relato de la creación del
hombre y de la mujer a imagen y semejanza de Dios (Gn 1,26- 27) y se cierra con
la visión de las "bodas del Cordero" (Ap 19,7.9). De un extremo a
otro la Escritura habla del matrimonio y de su "misterio", de su
institución y del sentido que Dios le dio, de su origen y de su fin, de sus
realizaciones diversas a lo largo de la historia de la salvación, de sus
dificultades nacidas del pecado y de su renovación "en el Señor" (1
Co 7,39) todo ello en la perspectiva de la Nueva Alianza de Cristo y de la
Iglesia (cf Ef 5,31-32).
El matrimonio en el orden de
la creación
1603 "La íntima comunidad de vida y amor conyugal, fundada por
el Creador y provista de leyes propias, se establece sobre la alianza del
matrimonio... un vínculo sagrado... no depende del arbitrio humano. El mismo
Dios es el autor del matrimonio" (GS 48,1). La vocación al matrimonio se
inscribe en la naturaleza misma del hombre y de la mujer, según salieron de la
mano del Creador. El matrimonio no es una institución puramente humana a pesar
de las numerosas variaciones que ha podido sufrir a lo largo de los siglos en
las diferentes culturas, estructuras sociales y actitudes espirituales. Estas diversidades no deben hacer olvidar
sus rasgos comunes y permanente. A pesar de que la dignidad de esta institución
no se trasluzca siempre con la misma claridad (cf GS 47,2), existe en todas las
culturas un cierto sentido de la grandeza de la unión matrimonial. "La
salvación de la persona y de la sociedad humana y cristiana está estrechamente
ligada a la prosperidad de la comunidad conyugal y familiar" (GS 47,1).
1604 Dios
que ha creado al hombre por amor lo ha llamado también al amor, vocación
fundamental e innata de todo ser humano. Porque el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios (Gn 1,2), que es
Amor (cf 1 Jn 4,8.16). Habiéndolos creado Dios hombre y mujer, el amor mutuo
entre ellos se convierte en imagen del amor absoluto e indefectible con que
Dios ama al hombre. Este amor es bueno, muy bueno, a los ojos del Creador (cf
Gn 1,31). Y este amor que Dios bendice es destinado a ser fecundo y a
realizarse en la obra común del cuidado de la creación. "Y los bendijo
Dios y les dijo: "Sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra y
sometedla'" (Gn 1,28).
1605 La
Sagrada escritura afirma que el hombre y la mujer fueron creados el uno para el
otro: "No es bueno que el hombre esté solo". La mujer, "carne de
su carne", su igual, la criatura más semejante al hombre mismo, le es dada
por Dios como una "auxilio", representando así a Dios que es nuestro
"auxilio" (cf Sal 121,2). "Por eso deja el hombre a su padre y a
su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne" (cf Gn 2,18-25).
Que esto significa una unión indefectible de sus dos vidas, el Señor mismo lo
muestra recordando cuál fue "en el principio", el plan del Creador:
"De manera que ya no son dos sino una sola carne" (Mt 19,6).
El matrimonio bajo la esclavitud del pecado
1606 Todo hombre, tanto en su entorno como en su propio corazón, vive
la experiencia del mal. Esta
experiencia se hace sentir también en las relaciones entre el hombre y la
mujer. En todo tiempo, la unión del hombre y la mujer vive amenazada por la
discordia, el espíritu de dominio, la infidelidad, los celos y conflictos que
pueden conducir hasta el odio y la ruptura. Este desorden puede manifestarse de
manera más o menos aguda, y puede ser más o menos superado, según las culturas,
las épocas, los individuos, pero siempre aparece como algo de carácter
universal.
1607 Según la fe, este desorden que
constatamos dolorosamente, no se origina en la naturaleza del hombre y
de la mujer, ni en la naturaleza de sus relaciones, sino en el pecado.
El primer pecado, ruptura con Dios, tiene como consecuencia primera la ruptura
de la comunión original entre el hombre y la mujer. Sus relaciones quedan
distorsionadas por agravios recíprocos (cf Gn 3,12); su atractivo mutuo, don propio
del creador (cf Gn 2,22), se cambia en relaciones de dominio y de
concupiscencia (cf Gn 3,16b); la hermosa vocación del hombre y de la mujer de
ser fecundos, de multiplicarse y someter la tierra (cf Gn 1,28) queda sometida
a los dolores del parto y los esfuerzos de ganar el pan (cf Gn 3,16-19).
1608 Sin embargo, el orden de la Creación
subsiste aunque gravemente perturbado. Para sanar las heridas del pecado, el
hombre y la mujer necesitan la ayuda de la gracia que Dios, en su misericordia
infinita, jamás les ha negado (cf Gn 3,21). Sin esta ayuda, el hombre y la
mujer no pueden llegar a realizar la unión de sus vidas en orden a la cual Dios
los creó "al comienzo".
El matrimonio bajo la pedagogía de la antigua Ley
1609 En su misericordia, Dios no abandonó al hombre pecador. Las
penas que son consecuencia del pecado, "los dolores del parto" (Gn
3,16), el trabajo "con el sudor de tu frente" (Gn 3,19), constituyen
también remedios que limitan los daños del pecado. Tras la caída, el matrimonio
ayuda a vencer el repliegue sobre s í mismo, el egoísmo, la búsqueda del propio
placer, y a abrirse al otro, a la ayuda mutua, al don de sí.
1610 La
conciencia moral relativa a la unidad e indisolubilidad del matrimonio se
desarrolló bajo la pedagogía de la Ley antigua. La poligamia de los patriarcas y de los reyes no es todavía prohibida de
una manera explícita. No obstante, la Ley dada por Moisés se orienta a
proteger a la mujer contra un dominio arbitrario del hombre, aunque ella lleve
también, según la palabra del Señor, las huellas de "la dureza del
corazón" de la persona humana, razón por la cual Moisés permitió el
repudio de la mujer (cf Mt 19,8; Dt 24,1).
1611
Contemplando la Alianza de Dios con Israel bajo la imagen de un amor conyugal
exclusivo y fiel (cf Os 1-3; Is 54.62; Jr 2-3. 31; Ez 16,62;23), los profetas
fueron preparando la conciencia del Pueblo elegido para una comprensión más
profunda de la unidad y de la indisolubilidad del matrimonio (cf Mal 2,13-17). Los libros de Rut y de Tobías dan
testimonios conmovedores del sentido hondo del matrimonio, de la fidelidad y de
la ternura de los esposos. La Tradición ha visto siempre en el Cantar de los
Cantares una expresión única del amor humano, en cuanto que éste es reflejo del
amor de Dios, amor "fuerte como la muerte" que "las grandes
aguas no pueden anegar" (Ct 8,6-7).
El matrimonio en el Señor
1612 La alianza nupcial entre Dios y su pueblo Israel había preparado
la nueva y eterna alianza mediante la que el Hijo de Dios, encarnándose y dando
su vida, se unió en cierta manera con toda la humanidad salvada por él (cf. GS
22), preparando así "las bodas del cordero" (Ap 19,7.9).
1613 En el
umbral de su vida pública, Jesús realiza su primer signo -a petición de su
Madre - con ocasión de un banquete de boda (cf Jn 2,1-11). La Iglesia concede
una gran importancia a la presencia de Jesús en las bodas de Caná. Ve en ella
la confirmación de la bondad del matrimonio y el anuncio de que en adelante el
matrimonio será un signo eficaz de la presencia de Cristo.
1614 En su
predicación, Jesús enseñó sin ambigüedad el sentido original de la unión del
hombre y la mujer, tal como el Creador la quiso al comienzo: la autorización,
dada por Moisés, de repudiar a su mujer era una concesión a la dureza del
corazón (cf Mt 19,8); la unión matrimonial del hombre y la mujer es
indisoluble: Dios mismo la estableció: "lo que Dios unió, que no lo separe
el hombre" (Mt 19,6).
1615 Esta
insistencia, inequívoca, en la indisolubilidad del vínculo matrimonial pudo
causar perplejidad y aparecer como una exigencia irrealizable (cf Mt 19,10).
Sin embargo, Jesús no impuso a los esposos una carga imposible de llevar y
demasiado pesada (cf Mt 11,29-30), más pesada que la Ley de Moisés. Viniendo
para restablecer el orden inicial de la creación perturbado por el pecado, da
la fuerza y la gracia para vivir el matrimonio en la dimensión nueva del Reino
de Dios. Siguiendo a Cristo, renunciando a s í mismos, tomando sobre s í sus
cruces (cf Mt 8,34), los esposos podrán "comprender" (cf Mt 19,11) el
sentido original del matrimonio y vivirlo con la ayuda de Cristo. Esta gracia
del Matrimonio cristiano es un fruto de la Cruz de Cristo, fuente de toda la
vida cristiana.
1616 Es lo que el apóstol Pablo da a entender diciendo:
"Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se
entregó a sí mismo por ella, para santificarla" (Ef 5,25-26), y añadiendo
enseguida: "`Por es o dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá
a su mujer, y los dos se harán una sola carne'. Gran misterio es éste, lo digo
respecto a Cristo y a la Iglesia" (Ef 5,31-32).
1617 Toda la vida cristiana está marcada por el amor esponsal de
Cristo y de la Iglesia. Ya el Bautismo, entrada en el Pueblo de Dios, es un
misterio nupcial. Es, por así decirlo, como el baño de bodas (cf Ef 5,26-27)
que precede al banquete de bodas, la Eucaristía. El Matrimonio cristiano viene
a ser por su parte signo eficaz, sacramento de la alianza de Cristo y de la
Iglesia. Puesto que es signo y comunicación de la gracia, el matrimonio entre
bautizados es un verdadero sacramento de la Nueva Alianza (cf DS 1800;
[link] CIC, can. 1055,2).
La virginidad por el Reino de Dios
1618 Cristo es el centro de toda vida cristiana. El vínculo con El
ocupa el primer lugar entre todos los demás vínculos, familiares o sociales (cf
Lc 14,26; Mc 10,28-31). Desde los comienzos de la Iglesia ha habido hombres y
mujeres que han renunciado al gran bien del matrimonio para seguir al Cordero
dondequiera que vaya (cf Ap 14,4), para ocuparse de las cosas del Señor, para
tratar de agradarle (cf 1 Co 7,32), para ir al encuentro del Esposo que viene
(cf Mt 25,6). Cristo mismo invitó a algunos a seguirle en este modo de vida del
que El es el modelo:
Hay eunucos que nacieron así del seno materno, y hay eunucos hechos por los
hombres, y hay eunucos que se hicieron tales a sí mismos por el Reino de los
Cielos. Quien pueda entender, que
entienda (Mt 19,12).
1619 La
virginidad por el Reino de los Cielos es un desarrollo de la gracia bautismal,
un signo poderoso de la preeminencia del vínculo con Cristo, de la ardiente
espera de su retorno, un signo que recuerda también que el matrimonio es una
realidad que manifiesta el carácter pasajero de este mundo (cf 1 Co 7,31; Mc
12,25).
1620 Estas
dos realidades, el sacramento del Matrimonio y la virginidad por el Reino de
Dios, vienen del Señor mismo. Es él quien les da sentido y les concede la
gracia indispensable para vivirlos conforme a su voluntad (cf Mt 19,3-12). La
estima de la virginidad por el Reino (cf LG 42; PC 12; OT 10) y el sentido
cristiano del Matrimonio son inseparables y se apoyan mutuamente:
Denigrar el matrimonio es reducir a la vez la gloria de la virginidad;
elogiarlo es realzar a la vez la admiración que corresponde a la virginidad...
(S. Juan Crisóstomo, virg. 10,1; cf FC, 16).
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