V La
proliferación del pecado
1865 El
pecado crea una facilidad para el pecado, engendra el vicio por la repetición
de actos. De ahí resultan
inclinaciones desviadas que oscurecen la conciencia y corrompen la valoración
concreta del bien y del mal. Así el pecado tiende a reproducirse y a
reforzarse, pero no puede destruir el sentido moral hasta su raíz.
1866 Los
vicios pueden ser catalogados según las virtudes a que se oponen, o también
pueden ser referidos a los pecados capitales que la experiencia
cristiana ha distinguido siguiendo a san Juan Casiano y a san Gregorio Magno
(mor. 31, 45). Son llamados
capitales porque generan otros pecados, otros vicios. Son la soberbia,
la avaricia, la envidia, la ira, la lujuria, la gula, la pereza.
1867 La
tradición catequética recuerda también que existen ‘pecados que claman al
cielo’. Claman al cielo: la sangre de Abel (cf Gn 4, 10); el pecado de los
sodomitas (cf Gn 18, 20; 19, 13); el clamor del pueblo oprimido en Egipto (cf
Ex 3, 7-10); el lamento del extranjero, de la viuda y el huérfano (cf Ex 22,
20-22); la injusticia para con el asalariado (cf Dt 24, 14-15; Jc 5, 4).
1868 El
pecado es un acto personal. Pero nosotros tenemos una responsabilidad en los
pecados cometidos por otros cuando cooperamos a ellos:
— participando directa y voluntariamente;
— ordenándolos, aconsejándolos, alabándolos o aprobándolos;
— no revelándolos o no impidiéndolos cuando se tiene obligación de
hacerlo;
— protegiendo a los que hacen el mal.
1869 Así el pecado convierte a los hombres en
cómplices unos de otros, hace reinar entre ellos la concupiscencia, la
violencia y la injusticia. Los pecados provocan situaciones sociales e
instituciones contrarias a la bondad divina. Las ‘estructuras de pecado’ son
expresión y efecto de los pecados personales. Inducen a sus víctimas a cometer
a su vez el mal. En un sentido analógico constituyen un ‘pecado social’ (cf RP
16).
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