Artículo
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GRACIA Y JUSTIFICACIÓN
I La justificación
1987 La gracia del Espíritu Santo tiene el
poder de santificarnos, es decir, de lavarnos de nuestros pecados y
comunicarnos ‘la justicia de Dios por la fe en Jesucristo’ (Rm 3, 22) y por el
Bautismo (cf Rm 6, 3-4):
Y si hemos muerto con Cristo,
creemos que también viviremos con él, sabiendo que Cristo, una vez resucitado
de entre los muertos, ya no muere más, y que la muerte no tiene ya señorío
sobre él. Su muerte fue un morir al pecado, de una vez para siempre; mas
su vida, es un vivir para Dios. Así también vosotros, consideraos como muertos
al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús (Rm 6, 8-11).
1988 Por el
poder del Espíritu Santo participamos en la Pasión de Cristo, muriendo al
pecado, y en su Resurrección, naciendo a una vida nueva; somos miembros de su
Cuerpo que es la Iglesia (cf 1 Co 12), sarmientos unidos a la Vid que es él
mismo (cf Jn 15, 1-4)
Por el Espíritu Santo
participamos de Dios. Por la participación del Espíritu venimos a ser
partícipes de la naturaleza divina... Por eso, aquellos en quienes habita el
Espíritu están divinizados (S. Atanasio, ep. Serap. 1, 24).
1989 La primera obra de la gracia del Espíritu
Santo es la conversión, que obra la justificación según el anuncio de
Jesús al comienzo del Evangelio: ‘Convertíos porque el Reino de los cielos está
cerca’ (Mt 4, 17). Movido por la gracia, el hombre se vuelve a Dios y se
aparta del pecado, acogiendo así el perdón y la justicia de lo alto. ‘La
justificación entraña, por tanto, el perdón de los pecados, la santificación y
la renovación del hombre interior’(Cc. de Trento: DS 1528).
1990 La
justificación arranca al hombre del pecado que contradice al amor de
Dios, y purifica su corazón. La justificación es prolongación de la iniciativa
misericordiosa de Dios que otorga el perdón. Reconcilia al hombre con Dios,
libera de la servidumbre del pecado y sana.
1991 La
justificación es, al mismo tiempo, acogida de la justicia de Dios por la
fe en Jesucristo. La justicia designa aquí la rectitud del amor divino. Con la
justificación son difundidas en nuestros corazones la fe, la esperanza y la
caridad, y nos es concedida la obediencia a la voluntad divina.
1992 La justificación nos fue merecida por
la pasión de Cristo, que se ofreció en la cruz como hostia viva, santa y
agradable a Dios y cuya sangre vino a ser instrumento de propiciación por los
pecados de todos los hombres. La justificación es concedida por el bautismo,
sacramento de la fe. Nos asemeja a la justicia de Dios que nos hace
interiormente justos por el poder de su misericordia. Tiene por fin la gloria
de Dios y de Cristo, y el don de la vida eterna (cf Cc de Trento: DS 1529)
Pero ahora, independientemente de
la ley, la justicia de Dios se ha manifestado, atestiguada por la ley y los
profetas, justicia de Dios por la fe en Jesucristo, para todos los que creen
-pues no hay diferencia alguna; todos pecaron y están privados de la gloria de
Dios - y son justificados por el don de su gracia, en virtud de la redención
realizada en Cristo Jesús, a quien Dios exhibió como instrumento de propiciación
por su propia sangre, mediante la fe, para mostrar su justicia, pasando por
alto los pecados cometidos anteriormente, en el tiempo de la paciencia de Dios;
en orden a mostrar su justicia en el tiempo presente, para ser él justo y
justificador del que cree en Jesús (Rm 3 ,21-26).
1993 La justificación establece la colaboración
entre la gracia de Dios y la libertad del hombre. Por parte del hombre se
expresa en el asentimiento de la fe a la Palabra de Dios que lo invita a la
conversión, y en la cooperación de la caridad al impulso del Espíritu Santo que
lo previene y lo custodia:
Cuando Dios toca el corazón del
hombre mediante la iluminación del Espíritu Santo, el hombre no está sin hacer
nada al recibir esta inspiración, que por otra parte puede rechazar; y, sin
embargo, sin la gracia de Dios, tampoco puede dirigirse, por su voluntad libre,
hacia la justicia delante de El. [Cc. de Trento: DS 1525).
1994 La justificación es la obra más
excelente del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús y concedido por el
Espíritu Santo. San Agustín afirma que ‘la justificación del impío es una obra
más grande que la creación del cielo y de la tierra’, porque ‘el cielo y la
tierra pasarán, mientras la salvación y la justificación de los elegidos
permanecerán’ (S. Agustín, ev. Jo 72, 3). Dice incluso que la justificación de
los pecadores supera a la creación de los ángeles en la justicia porque
manifiesta una misericordia mayor.
1995 El
Espíritu Santo es el maestro interior. Haciendo nacer al ‘hombre interior’ (Rm
7, 22 ; Ef 3, 16), la justificación implica la santificación de todo el
ser:
Si en otros tiempos ofrecisteis vuestros miembros como esclavos a la
impureza y al desorden hasta desordenaros, ofrecedlos igualmente ahora a la
justicia para la santidad... al presente, libres del pecado y esclavos de Dios,
fructificáis para la santidad; y el fin, la vida eterna (Rm 6, 19.22).
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