IV La santidad cristiana
2012. “Sabemos que en todas las cosas interviene Dios para
bien de los que le aman... a los que de antemano conoció, también los
predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera él el primogénito
entre muchos hermanos; y a los que predestinó, a ésos también los llamó; y a
los que llamó, a ésos también los justificó; a los que justificó, a ésos
también los glorificó” (Rm 8, 28-30).
2013 ‘Todos los fieles, de cualquier estado o
régimen de vida, son llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la
perfección de la caridad’ (LG 40). Todos son llamados a la santidad:
‘Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto’ (Mt 5, 48):
Para alcanzar esta perfección, los creyentes han de emplear sus fuerzas,
según la medida del don de Cristo, para entregarse totalmente a la gloria de
Dios y al servicio del prójimo. Lo harán siguiendo las huellas de Cristo,
haciéndose conformes a su imagen, y siendo obedientes en todo a la voluntad del
Padre. De esta manera, la santidad del Pueblo de Dios producirá frutos
abundantes, como lo muestra claramente en la historia de la Iglesia la vida de
los santos. (LG 40).
2014 El
progreso espiritual tiende a la unión cada vez más íntima con Cristo. Esta
unión se llama ‘mística’, porque participa del misterio de Cristo mediante los
sacramentos -‘los santos misterios’- y, en El, del misterio de la Santísima
Trinidad. Dios nos llama a todos a esta unión íntima con El, aunque las gracias
especiales o los signos extraordinarios de esta vida mística sean concedidos
solamente a algunos para manifestar así el don gratuito hecho a todos.
2015 “El
camino de la perfección pasa por la cruz. No hay santidad sin renuncia y sin
combate espiritual (cf 2 Tm 4). El progreso espiritual implica la ascesis y la
mortificación que conducen gradualmente a vivir en la paz y el gozo de las
bienaventuranzas:
El que asciende no cesa nunca de ir de comienzo en comienzo mediante
comienzos que no tienen fin. Jamás el que asciende deja de desear lo que ya
conoce (S. Gregorio de Nisa, hom. in Cant. 8).
2016 Los
hijos de la Santa Madre Iglesia esperan justamente la gracia de la
perseverancia final y de la recompensa de Dios, su Padre, por las obras
buenas realizadas con su gracia en comunión con Jesús (cf Cc. de Trento: DS
1576). Siguiendo la misma norma de vida, los creyentes comparten la
‘bienaventurada esperanza’ de aquellos a los que la misericordia divina congrega
en la ‘Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, que baja del cielo, de junto a Dios,
engalanada como una novia ataviada para su esposo’ (Ap 21, 2).
|