I Vida moral y magisterio de la Iglesia
2032. La Iglesia, ‘columna y fundamento de la verdad’ (1 Tm 3,
15), ‘recibió de los apóstoles este solemne mandato de Cristo de anunciar la
verdad que nos salva’ (LG 17). ‘Compete siempre y en todo lugar a la Iglesia
proclamar los principios morales, incluso los referentes al orden social, así
como dar su juicio sobre cualesquiera asuntos humanos, en la medida en que lo
exijan los derechos fundamentales de la persona humana o la salvación de las
almas’ ( [link] CIC can. 747, 2).
2033 El magisterio de los pastores de la Iglesia en
materia moral se ejerce ordinariamente en la catequesis y en la predicación,
con la ayuda de las obras de los teólogos y de los autores espirituales. Así se ha transmitido de
generación en generación, bajo la dirección y vigilancia de los pastores, el
‘depósito’ de la moral cristiana, compuesto de un conjunto característico de
normas, de mandamientos y de virtudes que proceden de la fe en Cristo y están
vivificados por la caridad. Esta catequesis ha
tomado tradicionalmente como base, junto al Credo y el Padre Nuestro, el
Decálogo que enuncia los principios de la vida moral válidos para todos los
hombres.
2034 El Romano Pontífice y los obispos como ‘maestros
auténticos por estar dotados de la autoridad de Cristo... predican al pueblo
que tienen confiado la fe que hay que creer y que hay que llevar a la práctica’
(LG 25). El magisterio
ordinario y universal del Papa y de los obispos en comunión con él enseña a
los fieles la verdad que han de creer, la caridad que han de practicar, la
bienaventuranza que han de esperar.
2035 El grado supremo de la participación en la autoridad de
Cristo está asegurado por el carisma de la infalibilidad. Esta se
extiende a todo el depósito de la revelación divina (cf LG 25); se extiende
también a todos los elementos de doctrina, comprendida la moral, sin los cuales
las verdades salvíficas de la fe no pueden ser salvaguardadas, expuestas u
observadas (cf CDF, decl. "Mysterium ecclesiae" 3).
2036 La autoridad del Magisterio se extiende también a los
preceptos específicos de la ley natural, porque su observancia, exigida
por el Creador, es necesaria para la salvación. Recordando las prescripciones
de la ley natural, el Magisterio de la Iglesia ejerce una parte esencial de su
función profética de anunciar a los hombres lo que son en verdad y de
recordarles lo que deben ser ante Dios (cf. DH 14).
2037 La ley de Dios, confiada a la Iglesia, es enseñada a los
fieles como camino de vida y de verdad. Los fieles, por tanto, tienen el derecho
(cf [link] CIC can. 213) de ser instruidos en los
preceptos divinos salvíficos que purifican el juicio y, con la gracia, sanan la
razón humana herida. Tienen el deber de observar las constituciones y los decretos
promulgados por la autoridad legítima de la Iglesia. Aunque sean disciplinares,
estas determinaciones requieren la docilidad en la caridad.
2038 En la obra de enseñanza y de
aplicación de la moral cristiana, la Iglesia necesita la dedicación de los
pastores, la ciencia de los teólogos, la contribución de todos los cristianos y
de los hombres de buena voluntad. La fe y la
práctica del Evangelio procuran a cada uno una experiencia de la vida ‘en
Cristo’ que ilumina y da capacidad para estimar las realidades divinas y humanas
según el Espíritu de Dios (cf 1 Co 2, 10-15). Así el Espíritu Santo puede servirse
de los más humildes para iluminar a los sabios y los constituidos en más alta
dignidad.
2039 Los ministerios deben
ejercerse en un espíritu de servicio fraternal y de entrega a la Iglesia en
nombre del Señor (cf Rm 12, 8.11). Al mismo tiempo, la conciencia de cada cual
en su juicio moral sobre sus actos personales, debe evitar encerrarse en una
consideración individual. Con mayor empeño debe abrirse a la consideración del
bien de todos según se expresa en la ley moral, natural y revelada, y
consiguientemente en la ley de la Iglesia y en la enseñanza autorizada del
Magisterio sobre las cuestiones morales. No se
ha de oponer la conciencia personal y la razón a la ley moral o al Magisterio
de la Iglesia.
2040 Así puede desarrollarse entre los cristianos un verdadero espíritu
filial con respecto a la Iglesia. Es el desarrollo normal de la gracia bautismal, que nos
engendró en el seno de la Iglesia y nos hizo miembros del Cuerpo de Cristo. En
su solicitud materna, la Iglesia nos concede la misericordia de Dios que va más
allá del simple perdón de nuestros pecados y actúa especialmente en el
sacramento de la Reconciliación. Como madre previsora, nos prodiga también en
su liturgia, día tras día, el alimento de la Palabra y de la Eucaristía del
Señor.
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