I ‘Hombre y mujer los creó’
2331 ‘Dios
es amor y vive en sí mismo un misterio de comunión personal de amor. Creándola
a su imagen... Dios inscribe en la
humanidad del hombre y de la mujer la vocación, y consiguientemente la
capacidad y la responsabilidad del amor y de la comunión’ (FC 11).
‘Dios creó el hombre a imagen
suya... hombre y mujer los creó’ (Gn 1, 27). ‘Creced y multiplicaos’ (Gn 1,
28); ‘el día en que Dios creó al hombre, le hizo a imagen de Dios. Los creó
varón y hembra, los bendijo, y los llamó ‘Hombre’ en el día de su creación’ (Gn
5, 1-2).
2332 La sexualidad abraza todos los
aspectos de la persona humana, en la unidad de su cuerpo y de su alma. Concierne
particularmente a la afectividad, a la capacidad de amar y de procrear y, de
manera más general, a la aptitud para establecer vínculos de comunión con otro.
2333 Corresponde a cada uno, hombre y mujer,
reconocer y aceptar su identidad sexual. La diferencia y la complementariedad
físicas, morales y espirituales, están orientadas a los bienes del matrimonio y
al desarrollo de la vida familiar. La armonía de la pareja humana y de la
sociedad depende en parte de la manera en que son vividas entre los sexos la
complementariedad, la necesidad y el apoyo mutuos.
2334
‘Creando al hombre «varón y mujer», Dios da la dignidad personal de igual modo
al hombre y a la mujer’ (FC 22; cf GS 49, 2). ‘El hombre es una persona, y esto
se aplica en la misma medida al hombre y a la mujer, porque los dos fueron
creados a imagen y semejanza de un Dios personal’ (MD 6).
2335 Cada
uno de los dos sexos es, con una dignidad igual, aunque de manera distinta,
imagen del poder y de la ternura de Dios. La unión del hombre y de la mujer
en el matrimonio es una manera de imitar en la carne la generosidad y la
fecundidad del Creador: ‘El hombre deja a su padre y a su madre y se une a su
mujer, y se hacen una sola carne’ (Gn 2, 24). De esta unión proceden todas las generaciones
humanas (cf Gn 4, 1-2.25-26; 5, 1).
2336 Jesús vino a restaurar la creación
en la pureza de sus orígenes. En el Sermón de la Montaña interpreta de manera
rigurosa el plan de Dios: ‘Habéis oído que se dijo: «no cometerás adulterio». Pues
yo os digo: «Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con
ella en su corazón’» (Mt 5, 27-28). El hombre no debe separar lo que Dios ha
unido (cf Mt 19, 6).
La Tradición de la Iglesia ha entendido el sexto mandamiento como referido a
la globalidad de la sexualidad humana.
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