Artículo
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EN LA PLENITUD DE LOS TIEMPOS
2598 El drama de la oración se nos revela plenamente
en el Verbo que se ha hecho carne y que habita entre nosotros. Intentar
comprender su oración, a través de lo que sus testigos nos dicen en el
Evangelio, es aproximarnos al Santo Señor Jesús como a la Zarza ardiendo:
primero contemplando a él mismo en oración y después escuchando cómo nos enseña
a orar, para conocer finalmente cómo acoge nuestra plegaria.
Jesús ora
2599 El
Hijo de Dios hecho hombre también aprendió a orar conforme a su corazón de
hombre. El aprende de su madre las
fórmulas de oración; de ella, que conservaba toas las "maravillas "
del Todopoderoso y las meditaba en su corazón (cf Lc 1, 49; 2, 19; 2, 51). Lo
aprende en las palabras y en los ritmos de la oración de su pueblo, en la
sinagoga de Nazaret y en el Templo. Pero su oración brota de una fuente
secreta distinta, como lo deja presentir a la edad de los doce años: "Yo
debía estar en las cosas de mi Padre" (Lc 2, 49). Aquí comienza a
revelarse la novedad de la oración en la plenitud de los tiempos: la oración
filial, que el Padre esperaba de sus hijos va a ser vivida por fin por el
propio Hijo único en su Humanidad, con y para los hombres.
2600 El
Evangelio según San Lucas subraya la acción del Espíritu Santo y el sentido de
la oración en el ministerio de Cristo. Jesús ora antes de los momentos
decisivos de su misión: antes de que el Padre dé testimonio de él en su
Bautismo (cf Lc 3, 21) y de su Transfiguración (cf Lc 9, 28), y antes de dar
cumplimiento con su Pasión al Plan amoroso del Padre (cf Lc 22, 41-44); ora
también ante los momentos decisivos que van a comprometer la misión de sus
Apóstoles: antes de elegir y de llamar a los Doce (cf Lc 6, 12), antes de que
Pedro lo confiese como "el Cristo de Dios" (Lc 9, 18-20) y para que
la fe del príncipe de los Apóstoles no desfallezca ante la tentación (cf Lc 22,
32). La oración de Jesús ante los acontecimientos de salvación que el Padre le
pide es una entrega, humilde y confiada, de su voluntad humana a la voluntad
amorosa del Padre.
2601
"Estando él orando en cierto lugar, cuando terminó, le dijo uno de sus
discípulos: `Maestro, enséñanos a orar'" (Lc 11, 1). Es, sobre todo, al
contemplar a su Maestro en oración, cuando el discípulo de Cristo desea orar.
Entonces, puede aprender del Maestro de la oración. Contemplando y
escuchando al Hijo, los hijos aprenden a orar al Padre.
2602 Jesús
se aparta con frecuencia a la soledad en la montaña, con preferencia por la
noche, para orar (cf Mc 1, 35; 6, 46; Lc 5, 16). Lleva a los hombres en
su oración, ya que también asume la humanidad en la Encarnación, y los ofrece
al Padre, ofreciéndose a sí mismo. El, el Verbo que ha "asumido la
carne", comparte en su oración humana todo lo que viven "sus
hermanos" (Hb 2, 12); comparte sus debilidades para librarlos de ellas (cf
Hb 2, 15; 4, 15). Para eso le ha enviado el Padre. Sus palabras y sus obras aparecen entonces como la
manifestación visible de su oración "en lo secreto".
2603 Los
evangelistas han conservado dos oraciones más explícitas de Cristo durante su
ministerio. Cada una de el las comienza precisamente con la acción de gracias.
En la primera (cf Mt 11, 25-27 y Lc 10, 21-23), Jesús confiesa al Padre, le da
gracias y lo bendice porque ha escondido los misterios del Reino a los que se
creen doctos y los ha revelado a los "pequeños" (los pobres de las
Bienaventuranzas). Su conmovedor "¡Sí, Padre!" expresa el fondo de su
corazón, su adhesión al querer del Padre, de la que fue un eco el "Fiat"
de Su Madre en el momento de su concepción y que preludia lo que dirá al Padre
en su agonía. Toda la oración de Jesús está en esta adhesión amorosa de su
corazón de hombre al "misterio de la voluntad" del Padre (Ef 1, 9).
2604 La
segunda oración es narrada por San Juan (cf Jn 11, 41-42) en el pasaje de la
resurrección de Lázaro. La acción de gracias precede al acontecimiento:
"Padre, yo te doy gracias por haberme escuchado", lo que implica que
el Padre escucha siempre su súplica; y Jesús añade a continuación: "Yo
sabía bien que tú siempre me escuchas", lo que implica que Jesús, por su
parte, pide de una manera constante. Así, apoyada en la acción de gracias, la oración de Jesús nos revela cómo
pedir: antes de que la petición sea otorgada, Jesús se adhiere a Aquél
que da y que se da en sus dones. El Dador es más precioso que el don otorgado,
es el "tesoro", y en El está el corazón de su Hijo; el don se otorga
como "por añadidura" (cf Mt 6, 21. 33).
La oración "sacerdotal" de Jesús (cf. Jn 17) ocupa un lugar único
en la Economía de la salvación. (Su explicación se hace al final de esta
primera sección) Esta oración, en efecto, muestra el carácter permanente de la
plegaria de nuestro Sumo Sacerdote, y al mismo tiempo contiene lo que Jesús nos
enseña en la oración del Padrenuestro (la cual se explica en la sección
segunda).
2605 Cuando
llega la hora de realizar el plan amoroso del Padre, Jesús deja entrever la
profundidad insondable de su plegaria filial, no solo antes de entregarse
libremente ("Abbá ...no mi voluntad, sino la tuya": Lc 22, 42), sino
hasta en sus últimas palabras en la Cruz, donde orar y entregarse son
una sola cosa: "Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen" (Lc
23, 34); "Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso" (Lc 24,43);
"Mujer, ahí tienes a tu Hijo" - "Ahí tienes a tu madre" (Jn
19, 26-27); "Tengo sed" (Jn 19, 28); "¡Dios mío, Dios mío! ¿Por
qué me has abandonado?" (Mc 15, 34; cf Sal 22, 2); "Todo está
cumplido" (Jn 19, 30); "Padre, en tus manos pongo mi espíritu"
(Lc 23, 46), hasta ese "fuerte grito" cuando expira entregando el
espíritu (cf Mc 15, 37; Jn 19, 30b).
2606 Todos los infortunios de la humanidad de
todos los tiempos, esclava del pecado y de la muerte, todas las súplicas y las
intercesiones de la historia de la salvación están recogidas en este grito del
Verbo encarnado. He aquí que el Padre las acoge y, por encima de toda
esperanza, las escucha al resucitar a su Hijo. Así se realiza y se consuma el
drama de la oración en la Economía de la creación y de la salvación. El
salterio nos da la clave para su comprensión en Cristo. Es en el
"hoy" de la Resurrección cuando dice el Padre: "Tú eres mi Hijo;
yo te he engendrado hoy. Pídeme, y te daré en herencia las
naciones, en propiedad los confines de la tierra" (Sal 2, 7-8; cf Hch 13,
33).
La carta a los Hebreos expresa en
términos dramáticos cómo actúa la plegaria de Jesús en la victoria de la
salvación: "El cual, habiendo ofrecido en los días de su vida mortal
ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarle de la
muerte, fue escuchado por su actitud reverente, y aun siendo Hijo, con lo que
padeció experimentó la obediencia; y llegado a la perfección, se convirtió en
causa de salvación eterna para todos los que le obedecen" (Hb 5, 7-9).
Jesús enseña a orar
2607 Cuando
Jesús ora, ya nos enseña a orar. El camino teologal de nuestra oración es su
oración a su Padre. Pero el Evangelio nos entrega una enseñanza explícita de
Jesús sobre la oración. Como un pedagogo, nos toma donde estamos y,
progresivamente, nos conduce al Padre. Dirigiéndose a las multitudes que le
siguen, Jesús comienza con lo que ellas ya saben de la oración por la Antigua
Alianza y las prepara para la novedad del Reino que está viniendo. Después les revela en parábolas esta
novedad. Por último, a sus discípulos que deberán ser los pedagogos de la
oración en su Iglesia, les hablará abiertamente del Padre y del Espíritu Santo.
2608 Ya en el Sermón de la Montaña,
Jesús insiste en la conversión del corazón: la reconciliación con el
hermano antes de presentar una ofrenda sobre el altar (cf Mt 5, 23-24), el amor
a los enemigos y la oración por los perseguidores (cf Mt 5, 44-45), orar al
Padre "en lo secreto" (Mt 6, 6), no gastar muchas palabras (cf Mt 6,
7), perdonar desde el fondo del corazón al orar (cf, Mt 6, 14-15), la pureza
del corazón y la búsqueda del Reino (cf Mt 6, 21. 25. 33). Esta
conversión está toda ella polarizada hacia el Padre, es filial.
2609
Decidido así el corazón a convertirse, aprende a orar en la fe. La fe es
una adhesión filial a Dios, más allá de lo que nosotros sentimos y
comprendemos. Se ha hecho posible porque el Hijo amado nos abre el acceso al
Padre. Puede pedirnos que
"busquemos" y que "llamemos" porque él es la puerta y el
camino (cf Mt 7, 7-11. 13-14).
2610 Del mismo modo que Jesús ora al Padre y
le da gracias antes de recibir sus dones, nos enseña esta audacia filial:
"todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido"
(Mc 11, 24). Tal es la fuerza de la oración, "todo es posible para
quien cree" (Mc 9, 23), con una fe "que no duda" (Mt 21, 22).
Tanto como Jesús se entristece por la "falta de fe" de los de Nazaret
(Mc 6, 6) y la "poca fe" de sus discípulos (Mt 8, 26), así se admira
ante la "gran fe" del centurión romano (cf Mt 8, 10) y de la cananea
(cf Mt 15, 28).
2611 La
oración de fe no consiste solamente en decir "Señor, Señor", sino en
disponer el corazón para hacer la voluntad del Padre (Mt 7, 21). Jesús
invita a sus discípulos a llevar a la oración esta voluntad de cooperar con el
plan divino (cf Mt 9, 38; Lc 10, 2; Jn 4, 34).
2612 En
Jesús "el Reino de Dios está próximo", llama a la conversión y a la
fe pero también a la vigilancia. En la oración, el discípulo espera
atento a aquél que "es y que viene", en el recuerdo de su primera
venida en la humildad de la carne, y en la esperanza de su segundo advenimiento
en la gloria (cf Mc 13; Lc 21, 34-36). En comunión con su Maestro, la oración
de los discípulos es un combate, y velando en la oración es como no se cae en
la tentación (cf Lc 22, 40. 46).
2613 S.
Lucas nos ha trasmitido tres parábolas principales sobre la oración:
La primera, "el amigo importuno" (cf Lc 11, 5-13), invita a una
oración insistente: "Llamad y se os abrirá". Al que ora así, el Padre
del cielo "le dará todo lo que necesite", y sobre todo el Espíritu
Santo que contiene todos los dones.
La segunda, "la viuda importuna" (cf Lc 18, 1-8), está centrada en
una de las cualidades de la oración: es necesario orar siempre, sin cansarse,
con la paciencia de la fe. "Pero, cuando el Hijo del hombre venga,
¿encontrará fe sobre la tierra?"
La tercera parábola, "el fariseo y el publicano" (cf Lc 18, 9-14),
se refiere a la humildad del corazón que ora. "Oh Dios, ten compasión de mí que soy
pecador". La Iglesia no cesa de hacer suya esta oración:
"¡Kyrie eleison!".
2614 Cuando
Jesús confía abiertamente a sus discípulos el misterio de la oración al Padre,
les desvela lo que deberá ser su oración, y la nuestra, cuando haya vuelto, con
su humanidad glorificada, al lado del Padre. Lo que es nuevo ahora es "pedir en su Nombre" (Jn 14, 13).
La fe en El introduce a los discípulos en el conocimiento del Padre porque
Jesús es "el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn 14, 6). La fe da su
fruto en el amor: guardar su Palabra, sus mandamientos, permanecer con El en el
Padre que nos ama en El hasta permanecer en nosotros. En esta nueva Alianza, la
certeza de ser escuchados en nuestras peticiones se funda en la oración de
Jesús (cf Jn 14, 13-14).
2615 Más todavía, lo que el Padre nos da
cuando nuestra oración está unida a la de Jesús, es "otro Paráclito, para
que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad" (Jn 14,
16-17). Esta novedad de la oración y de sus condiciones aparece en todo
el Discurso de despedida (cf Jn 14, 23-26; 15, 7. 16; 16, 13-15; 16, 23-27). En
el Espíritu Santo, la oración cristiana es comunión de amor con el Padre, no
solamente por medio de Cristo, sino también en El: "Hasta ahora nada le
habéis pedido en mi Nombre. Pedid y recibiréis para que vuestro gozo sea
perfecto" (Jn 16, 24).
Jesús escucha la oración
2616 La
oración a Jesús ya ha sido escuchada por él durante su ministerio, a
través de los signos que anticipan el poder de su muerte y de su resurrección:
Jesús escucha la oración de fe expresada en palabras (el leproso: cf Mc 1,
40-41; Jairo: cf Mc 5, 36; la cananea: cf Mc 7, 29; el buen ladrón: cf Lc 23,
39-43), o en silencio (los portadores del paralítico: cf Mc 2, 5; la hemorroísa
que toca su vestido: cf Mc 5, 28; las lágrimas y el perfume de la pecadora: cf
Lc 7, 37-38). La petición apremiante
de los ciegos: "¡Ten piedad de nosotros, Hijo de David!" (Mt 9, 27) o
"¡Hijo de David, ten compasión de mí!" (Mc 10, 48) ha sido recogida
en la tradición de la Oración a Jesús: "¡Jesús, Cristo, Hijo de
Dios, Señor, ten piedad de mí, pecador!" Curando enfermedades o
perdonando pecados, Jesús siempre responde a la plegaria que le suplica con fe:
"Ve en paz, ¡tu fe te ha salvado!".
San Agustín resume admirablemente
las tres dimensiones de la oración de Jesús: "Orat pro nobis ut sacerdos
noster, orat in nobis ut caput nostrum, oratur a nobis ut Deus noster. Agnoscamus
ergo et in illo voces nostras et voces eius in nobis" ("Ora por
nosotros como sacerdote nuestro; ora en nosotros como cabeza nuestra; a El
dirige nuestra oración como a Dios nuestro. Reconozcamos, por tanto, en El nuestras voces; y la voz de El, en
nosotros", Sal 85, 1; cf IGLH 7).
La oración de la Virgen María
2617 La oración de María se nos revela en la
aurora de la plenitud de los tiempos. Antes de la encarnación del Hijo de Dios
y antes de la efusión del Espíritu Santo, su oración coopera de manera única
con el designio amoroso del Padre: en la anunciación, para la concepción de
Cristo (cf Lc 1, 38); en Pentecostés para la formación de la Iglesia, Cuerpo de
Cristo (cf Hch 1, 14). En la fe de su humilde esclava, el don de Dios encuentra
la acogida que esperaba desde el comienzo de los tiempos. La que el
Omnipotente ha hecho "llena de gracia" responde con la ofrenda de
todo su ser: "He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu
palabra". Fiat, ésta es la oración cristiana: ser todo de El, ya
que El es todo nuestro.
2618 El
Evangelio nos revela cómo María ora e intercede en la fe: en Caná (cf Jn 2,
1-12) la madre de Jesús ruega a su hijo por las necesidades de un banquete de
bodas, signo de otro banquete, el de las bodas del Cordero que da su Cuerpo y
su Sangre a petición de la Iglesia, su Esposa. Y en la hora de la nueva
Alianza, al pie de la Cruz, María es escuchada como la Mujer, la nueva Eva, la
verdadera "madre de los que viven".
2619 Por
eso, el cántico de María (cf Lc 1, 46-55; el "Magnificat"
latino, el "Megalynei" bizantino) es a la vez el cántico de la
Madre de Dios y el de la Iglesia, cántico de la Hija de Sión y del nuevo Pueblo
de Dios, cántico de acción de gracias por la plenitud de gracias derramadas en
la Economía de la salvación, cántico de los "pobres" cuya esperanza
ha sido colmada con el cumplimiento de las promesas hechas a nuestros padres
"en favor de Abraham y su descendencia, para siempre".
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