II Las etapas de la revelación
Desde el
origen, Dios se da a conocer
54 "Dios, creándolo todo y conservándolo por su Verbo,
da a los hombres testimonio perenne de sí en las cosas creadas, y, queriendo
abrir el camino de la salvación sobrenatural, se manifestó, además,
personalmente a nuestros primeros padres ya desde el principio" (DV 3). Los invitó a una comunión íntima con él
revistiéndolos de una gracia y de una justicia resplandecientes.
55 Esta revelación no fue interrumpida por el pecado de
nuestros primeros padres. Dios, en efecto, "después de su caída alentó en
ellos la esperanza de la salvación con la promesa de la redención, y tuvo
incesante cuidado del género humano, para dar la vida eterna a todos los que
buscan la salvación con la perseverancia en las buenas obras" (DV 3).
Cuando por desobediencia perdió tu amistad,
no lo abandonaste al poder de la muerte...Reiteraste, además, tu alianza a los
hombres (MR, Plegaria eucarística IV,118).
La alianza con Noé
56 Una vez rota la unidad del género humano por el
pecado, Dios decide desde el comienzo salvar a la humanidad a través de una
serie de etapas. La Alianza con Noé después del diluvio (cf. Gn 9,9) expresa el
principio de la Economía divina con las "naciones", es decir con los
hombres agrupados "según sus países, cada uno según su lengua, y según sus
clanes" (Gn 10,5; cf. 10,20-31).
57 Este orden a la vez cósmico, social y religioso de
la pluralidad de las naciones (cf. Hch 17,26-27), está destinado a limitar el
orgullo de una humanidad caída que, unánime en su perversidad (cf. Sb 10,5),
quisiera hacer por sí misma su unidad a la manera de Babel (cf. Gn 11,4-6). Pero,
a causa del pecado (cf. Rom 1,18-25), el politeísmo así como la idolatría de la
nación y de su jefe son una amenaza constante de vuelta al paganismo para esta
economía aún no definitiva.
58 La alianza con Noé permanece en vigor mientras dura
el tiempo de las naciones (cf. Lc 21,24), hasta la proclamación universal del
evangelio. La Biblia venera algunas grandes figuras de las
"naciones", como "Abel el justo", el rey-sacerdote
Melquisedec (cf. Gn 14,18), figura de Cristo (cf. Hb 7,3), o los justos
"Noé, Daniel y Job" (Ez 14,14). De esta manera, la Escritura expresa
qué altura de santidad pueden alcanzar los que viven según la alianza de Noé en
la espera de que Cristo "reúna en uno a todos los hijos de Dios dispersos"
(Jn 11,52).
Dios elige a Abraham
59 Para reunir a la humanidad dispersa, Dios elige a
Abraham llamándolo "fuera de su tierra, de su patria y de su casa"
(Gn 12,1), para hacer de él "Abraham", es decir, "el padre de
una multitud de naciones" (Gn 17,5): "En ti serán benditas todas las
naciones de la tierra" (Gn 12,3 LXX; cf. Ga 3,8).
60 El pueblo nacido de Abraham será el depositario de
la promesa hecha a los patriarcas, el pueblo de la elección (cf. Rom 11,28),
llamado a preparar la reunión un día de todos los hijos de Dios en la unidad de
loa Iglesia (cf. Jn 11,52; 10,16); ese pueblo será la raíz en la que serán
injertados los paganos hechos creyentes (cf. Rom 11,17-18.24).
61 Los patriarcas, los profetas y otros personajes del
Antiguo Testamento han sido y serán siempre venerados como santos en todas las
tradiciones litúrgicas de la Iglesia.
Dios forma a su pueblo Israel
62 Después de la etapa de los patriarcas, Dios
constituyó a Israel como su pueblo salvándolo de la esclavitud de Egipto.
Estableció con él la alianza del Sinaí y le dio por medio de Moisés su Ley,
para que lo reconociese y le sirviera como al único Dios vivo y verdadero,
Padre providente y juez justo, y para que esperase al Salvador prometido (cf.
DV 3).
63 Israel es el pueblo sacerdotal de Dios (cf. Ex
19,6), el que "lleva el Nombre del Señor" (Dt 28,10). Es el pueblo de aquellos
"a quienes Dios habló primero" (MR, Viernes Santo 13: oración
universal VI), el pueblo de los "hermanos mayores" en la fe de
Abraham.
64 Por los profetas, Dios forma a su pueblo en la esperanza
de la salvación, en la espera de una Alianza nueva y eterna destinada a todos
los hombres (cf. Is 2,2-4), y que será grabada en los corazones (cf. Jr
31,31-34; Hb 10,16). Los profetas anuncian una redención radical del pueblo de
Dios, la purificación de todas sus infidelidades (cf. Ez 36), una salvación que
incluirá a todas las naciones (cf. Is 49,5-6; 53,11). Serán sobre todo los pobres
y los humildes del Señor (cf. So 2,3) quienes mantendrán esta esperanza. Las
mujeres santas como Sara, Rebeca, Raquel, Miriam, Débora, Ana, Judit y Ester
conservaron viva la esperanza de la salvación de Israel. De ellas la figura más
pura es María (cf. Lc 1,38).
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