El recuerdo y la presencia
2. En este marco se insertan con particular importancia
también los trescientos años de existencia de la Iglesia greco-católica de
Rumanía. Exactamente hace un año oramos juntos en vuestra querida patria.
Durante la divina liturgia que celebré con vosotros en la catedral de San José
de Bucarest afirmé que "considero providencial y significativo que las
celebraciones de su tercer centenario coincidan con el gran jubileo del año
2000" (Homilía, 8 de mayo de 1999, n. 3: L'Osservatore Romano,
edición en lengua española, 14 de mayo de 1999, p. 9).
Haber podido estar en medio de vosotros, en mayo del año pasado, fue para mí
un don especial del Señor que, en cierto modo, me permitió revivir con vosotros
la experiencia de los discípulos que "iban de camino": "el mismo
Jesús se acercó y siguió con ellos", explicándoles "lo que se refería
a él en todas las Escrituras" (Lc 24, 13-15. 27). Iluminados por
las palabras de Cristo, pudimos contemplar juntos su presencia reflejada en el
rostro de vuestra Iglesia. Además, él nos alimentó con su Cuerpo y su Sangre, y
nuestro corazón ardía dentro de nosotros (cf. Lc 24, 32).
3. Desde entonces han quedado grabadas en mi alma la
belleza de vuestra tierra y la fe del pueblo que habita en ella. El recuerdo de
ese encuentro se ha reavivado más aún en el tiempo pascual de este año, durante
el cual se celebra también el tercer centenario de la unión de vuestra Iglesia
con la Iglesia de Roma. Mi corazón desea unirse a vosotros con aquel canto
gozoso -Hristos a înviat! (¡Cristo ha resucitado!)- que, con ocasión de mi
visita, me produjo una gran emoción y me ha dejado una profunda resonancia.
Este anuncio va más allá de las palabras: encierra en sí la fuerza victoriosa
del Resucitado, que camina con su Iglesia en la historia. A la luz de esta
Presencia, me dirijo a vosotros, que estáis celebrando con alegría el tercer
centenario de la unión.
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