La historia y la unidad
4. El misterio de la unidad brota del misterio de la
Encarnación. En efecto, las
Escrituras afirman que es voluntad del Padre "recapitular en Cristo todas
las cosas" (Ef 1, 10). En la realización de este misterio se cumple
la misión de la Iglesia, cuya tarea consiste en realizar progresivamente la
unidad con Dios y entre los hombres: "La Iglesia es en Cristo como un
sacramento o signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de
todo el género humano" (Lumen gentium, 1). En la Iglesia florecen la unidad y la paz: de este
modo, la historia de los hombres puede transformarse en historia de
unidad.
El misterio de la unidad caracteriza de manera particular al pueblo rumano.
Sabemos, y aquí lo recuerdo con profunda veneración, que Cristo resucitado, a
través de la predicación apostólica, se unió al camino histórico de vuestro
pueblo ya en época paleocristiana y le ha confiado una misión peculiar en el
valioso servicio a la unidad. En
este sentido, los nombres del apóstol Andrés, hermano de Pedro, de Nicetas de
Remesiana, de Juan Casiano y de Dionisio el Exiguo son significativos. La
Providencia divina dispuso que, durante el tiempo en que la santa Iglesia no
había experimentado aún en su seno la gran división, vosotros recogierais,
además de la herencia de Roma, también la de Bizancio.
5. En efecto,
los rumanos, sin dejar de ser un pueblo latino, se abrieron para acoger los
tesoros de la fe y la cultura bizantinas. A pesar de la herida de la
división, esta herencia es compartida por la Iglesia greco-católica y por la
Iglesia ortodoxa de Rumanía. Esta es la clave para interpretar la historia de
vuestra Iglesia, que se ha desarrollado en medio de las tensiones dramáticas
que se han producido entre el Oriente y el Occidente cristiano. Desde siempre,
en el corazón de los hijos y las hijas de esa antigua Iglesia, late con fuerza
el anhelo de la unidad que Cristo quiso. Yo mismo, el año pasado, lo comprobé
con emoción.
La Iglesia rumana de Transilvania vivió de manera singular ese anhelo de
unidad, sobre todo después de la tragedia de la división entre la cristiandad
de Oriente y la de Occidente. En aquella tierra muchos pueblos -rumanos,
húngaros, armenios y sajones- vivieron juntos una historia común, a veces
difícil, que ha dejado su huella en la configuración humana y religiosa de sus
habitantes. Por desgracia, la unidad que caracterizó a la Iglesia de los
primeros siglos no ha vuelto a alcanzarse nunca más, y también vuestra historia
ha estado marcada con creciente intensidad por la división y las
lágrimas.
En ese panorama resplandecen como luces de esperanza los esfuerzos de
quienes, sin resignarse a la herida de la división, han procurado sanarla. En
Transilvania el deseo de restablecer la comunión perfecta con la Sede apostólica
del Sucesor de Pedro surgió en el corazón de los cristianos rumanos y de sus
pastores sobre todo durante los siglos XVI y XVII. Esos discípulos de Cristo,
impulsados por la ardiente aspiración a la reforma de la Iglesia y a su unidad,
y sintiendo en lo más profundo de su corazón un antiguo vínculo con la Iglesia
y con la ciudad del martirio y de la sepultura de los bienaventurados apóstoles
san Pedro y san Pablo, suscitaron un movimiento que, paso a paso, llegó a
realizar la unión plena con Roma. Entre
las etapas decisivas merecen recordarse los Sínodos celebrados en Alba Julia en
los años 1697 y 1698, que se pronunciaron en favor de la unión: decidida
oficialmente el 7 de octubre de 1698, fue ratificada solemnemente en el Sínodo
del 7 de mayo de 1700.
6. Gracias a la
obra de ilustres obispos como Atanasio Anghel (+ 1713), Juan Inocencio
Micu-Klein (+ 1768) y Pedro Pablo Aron (+ 1764), y de otros beneméritos prelados,
sacerdotes y laicos, la Iglesia greco-católica de Rumanía reforzó su identidad
y experimentó muy pronto un desarrollo significativo. Por ello, mi
venerado predecesor Pío IX, con la bula Ecclesiam Christi, del 16 de noviembre
de 1853, quiso erigir la sede metropolitana de Fagaras y Alba Julia para los
rumanos unidos.
¡Cómo no reconocer los valiosos servicios prestados por la Iglesia
greco-católica a todo el pueblo rumano de Transilvania! Ha dado a su
crecimiento una contribución decisiva, representada emblemáticamente por los
"corifeos" de la escuela transilvana de Blaj, pero asimismo por
numerosas personalidades, clérigos y laicos, que han dejado una huella
indeleble también en la vida eclesial, cultural y social de los rumanos. Mérito
insigne de vuestra Iglesia ha sido, en particular, haber mediado entre Oriente
y Occidente, asumiendo, por una parte, los valores promovidos en Transilvania
por la Santa Sede; y por otra, comunicando a toda la catolicidad los valores
del Oriente cristiano, que a causa de la división existente eran poco
accesibles. Por eso, la Iglesia greco-católica se transformó en testimonio
elocuente de la unidad de toda la Iglesia, mostrando cómo lleva en sí los
valores de las instituciones, los ritos litúrgicos y las tradiciones
eclesiásticas que se remontan, por caminos diversos, hasta la misma tradición
apostólica (cf. Orientalium Ecclesiarum, 1).
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