Examinar el pasado: la purificación de la memoria
9. El esplendor del testimonio de fe y el servicio
generoso a la unidad deben ir acompañados siempre, en la Iglesia, por el incansable
compromiso en favor de la verdad, en que se purifica y se consolida el
dinamismo de la esperanza. Este es el clima del jubileo del año 2000, con
ocasión del cual toda la Iglesia siente el deber de volver a examinar su pasado
para reconocer las incoherencias de sus hijos con respecto a la enseñanza
evangélica, y así poder caminar con el rostro purificado hacia el futuro que
Dios quiere.
Las actuales dificultades que encuentra vuestra Iglesia para recobrarse
después de la supresión, así como sus limitados recursos humanos y materiales,
que frenan su impulso, podrían llevar al desaliento. Pero el cristiano sabe que
cuanto mayores sean los obstáculos que debe afrontar, tanto mayor ha de ser su
confianza en la ayuda de Dios, que está cerca de él y camina a su lado.
Esto nos lo recuerda también vuestro hermosísimo canto "Cu noi este
Dumnezeu", tan rico en significado y tan profundamente grabado en el alma
de vuestra gente.
En este jubileo vuestra Iglesia, junto con la Iglesia universal, tiene el
deber de volver a su pasado y, sobre todo, al período de las persecuciones,
para actualizar su "martirologio". No es una tarea fácil, debido a la
escasez de las fuentes y al tiempo transcurrido, un tiempo muy breve para la
maduración de un juicio suficientemente imparcial, pero también bastante largo
para que se produzcan olvidos desagradables. Gracias a Dios, muchos testigos
del pasado reciente viven aún.
Por tanto, es preciso hacer todo lo posible para enriquecer la
documentación sobre los hechos ocurridos, de manera que las generaciones
futuras puedan conocer su historia, analizada críticamente y, por eso mismo,
digna de fe. Desde esta perspectiva, será conveniente examinar el testimonio y
el martirio de vuestra Iglesia en el marco más amplio de los sufrimientos y las
persecuciones padecidos por los cristianos en el siglo XX.
En la carta apostólica Tertio millennio adveniente me referí
explícitamente a los mártires de nuestro siglo, "con frecuencia
desconocidos, casi milites ignoti de la gran causa de Dios" (n. 37), y
afirmé que "al término del segundo milenio, la Iglesia ha vuelto de nuevo
a ser Iglesia de mártires. (...) El testimonio de Cristo dado hasta el
derramamiento de la sangre se ha hecho patrimonio común de católicos,
ortodoxos, anglicanos y protestantes. (...) Es un testimonio que no hay que
olvidar" (ib.). La unidad de la Iglesia aparece con una nueva luz en la fe
y en el martirio de esos cristianos. Su sangre, derramada por Cristo y con
Cristo, es una base segura sobre la que hay que fundar la búsqueda de la unidad
de toda la ecúmene cristiana.
En Bucarest puse de manifiesto que también en Rumanía sufristeis juntos:
"El régimen comunista suprimió la Iglesia de rito bizantino-rumano unida a
Roma y persiguió a obispos y sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos,
muchos de los cuales pagaron con su sangre la fidelidad a Cristo. (...)
Quisiera expresar el debido reconocimiento también a los que, perteneciendo a
la Iglesia ortodoxa rumana y a otras Iglesias y comunidades religiosas,
sufrieron análoga persecución y graves limitaciones. A estos hermanos nuestros
en la fe la muerte los ha unido en el heroico testimonio del martirio: nos
dejan una lección inolvidable de amor a Cristo y a su Iglesia" (Discurso
durante la ceremonia de bienvenida en el aeropuerto de Bucarest, 7 de mayo
de 1999, n. 4: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 14 de mayo de
1999, p. 6). A este respecto, os exhorto también ahora, durante la celebración
del jubileo y del tercer centenario de vuestra unión, a descubrir y valorar las
figuras de los mártires de la Iglesia greco-católica de Rumanía,
reconociéndoles el mérito de haber dado un notable impulso a la causa de la
unidad de todos los cristianos.
10. Será muy útil, además, considerar la situación actual
a la luz de vuestra historia. En
efecto, es necesario un profundo examen del contexto, del espíritu y de las
decisiones de vuestros Sínodos provinciales que se celebraron en los años 1872,
1882 y 1900. También habría que hacer ese mismo tipo de análisis
histórico con respecto a otros importantes acontecimientos que han marcado la
historia de la Iglesia greco-católica rumana. El ejemplo de los ilustres
estudiosos de la escuela transilvana de Blaj, que hicieron una evaluación de
los acontecimientos inspirada en un serio análisis histórico y lingüístico,
puede servir para esta investigación como importante base de referencia a fin
de obtener resultados fiables. En el ámbito de este tipo de análisis sin duda
se iluminarán algunos aspectos fundamentales para la tradición teológica,
litúrgica y espiritual de la Iglesia greco-católica de Rumanía. De esta forma,
la identidad de vuestra Iglesia y su perfil espiritual aparecerán con nueva
fuerza, contribuyendo tanto a la cultura de Rumanía como a la de toda la ecúmene
cristiana. De todo corazón aliento y bendigo todos los esfuerzos que realicéis
a este propósito.
Con especial empeño tendréis que afrontar también el problema de la acogida
del concilio Vaticano II por parte de la Iglesia greco-católica de Rumanía. A
causa de las persecuciones de aquella época, vuestra Iglesia no tuvo la
posibilidad de participar de manera plena en ese acontecimiento histórico y no
pudo percibir claramente la acción del Espíritu. Precisamente en ese Concilio
se afrontaron con mayor atención las delicadas cuestiones de las Iglesias
católicas orientales, del ecumenismo y de la Iglesia en general. La enseñanza
conciliar ha proseguido luego en el Magisterio sucesivo. Compruebo con
satisfacción que la Iglesia greco-católica de Rumanía actualmente está
comprometida en un largo y arduo esfuerzo por acoger plenamente las directrices
de la Santa Sede.
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