Signo de la unidad
11. Gracias a la presencia del Espíritu Santo, la
multiformidad en la Iglesia puede resplandecer con una belleza inefable, sin
perjudicar la unidad. A este respecto, el concilio Vaticano II habló de los
tesoros de las Iglesias orientales en comunión con Roma: "Pues en ellas,
preclaras por su venerable antigüedad, resplandece la tradición que viene de
los Apóstoles por los Padres y que forma parte del patrimonio indiviso, y
revelado por Dios, de la Iglesia universal" (Orientalium Ecclesiarum,
1).
Por consiguiente, toda la ecúmene cristiana necesita su voz y su presencia:
"La santa Iglesia católica, que es el Cuerpo místico de Cristo, consta de
fieles que se unen orgánicamente en el Espíritu Santo por la misma fe, los
mismos sacramentos y el mismo gobierno, y que, agrupadas en varias comunidades
unidas por la jerarquía, constituyen Iglesias particulares o ritos. Entre ellas
rige una admirable comunión, de tal modo que su variedad en la Iglesia no sólo
no daña a su unidad, sino que más bien la manifiesta" (ib.,
2).
La Iglesia católica, sostenida por las enseñanzas del concilio Vaticano II,
se ha comprometido con gran decisión, sobre todo durante los últimos decenios,
en el camino de la búsqueda de la unidad entre los discípulos de Cristo. Mis
inmediatos predecesores, comenzando por Juan XXIII, de venerada memoria,
multiplicaron sus esfuerzos en favor de la reconciliación ecuménica, en
particular con las Iglesias ortodoxas, considerándolos una precisa exigencia
derivada del Evangelio y una respuesta a la insistente acción del Espíritu
Santo. Bajo la mirada misericordiosa de su Señor, la Iglesia hace memoria de su
pasado, reconoce los errores de sus hijos, confiesa su falta de amor con
respecto a los hermanos en Cristo y, en consecuencia, pide perdón y perdona,
procurando restablecer la unidad plena entre los cristianos.
12. El intento de buscar la comunión plena está
condicionado inevitablemente por el contexto histórico, por la situación
política y por la mentalidad dominante de cada época. En este sentido, la unión transilvana siguió el
modelo de unidad que prevaleció después de los concilios de Florencia y de
Trento. En aquel tiempo, el deseo ardiente de la unidad llevó a los rumanos de
Transilvania a la unión con la Iglesia de Roma, y por este don todos damos
vivamente gracias a Dios. Sin embargo, puesto que la comunión entre las
Iglesias no puede considerarse jamás una meta alcanzada definitivamente, al don
de la unidad ofrecido por el Señor Jesús de una vez para siempre debe
corresponder una actitud constante de acogida, fruto de la conversión interior
de cada uno. En efecto, las circunstancias actuales, que han cambiado, exigen
que se busque la unidad en un horizonte ecuménico más amplio, en el que hay que
estar abiertos a la escucha del Espíritu y a renovar con valentía las
relaciones con las demás Iglesias y con todos los hermanos en Cristo, con la
actitud de quien sabe "esperar contra toda esperanza" (cf. Rm
4, 18).
Precisamente a propósito del don de la unidad, escribí en la carta
apostólica Tertio millennio adveniente: "A nosotros se nos pide
secundar este don sin caer en ligerezas y reticencias al testimoniar la
verdad" (n. 34). Así pues, será necesario volver a considerar los tres
siglos de historia de la Iglesia greco-católica de Rumanía con nuevo espíritu,
mediante un enfoque imparcial y sereno de los eventos que marcaron su
camino.
Así como he impulsado el proceso de examen de las formas de ejercicio del
servicio petrino dentro de la ecúmene cristiana, quedando a salvo las
exigencias que derivan de la voluntad de Cristo (cf. Ut unum sint, 95),
así también exhorto a actualizar y ahondar la vocación específica de las
Iglesias orientales en comunión con Roma en la nueva situación, contando con la
contribución de estudio y reflexión de todas las Iglesias. Ojalá que las comisiones teológicas establecidas por
los pastores de la Iglesia católica y de las Iglesias ortodoxas en su conjunto
se esfuercen por trabajar en esta compleja perspectiva. Los cristianos
se plantean actualmente el problema de cómo "acoger los resultados
alcanzados hasta ahora. No pueden quedarse en conclusiones de las comisiones
bilaterales, sino que deben llegar a ser patrimonio común. Para que sea así y
se refuercen los vínculos de comunión, es necesario un serio examen que, de
modos, formas y competencias diversas, abarque a todo el pueblo de Dios" (ib.,
80). Para que "este proceso (...) tenga un resultado favorable, es
necesario que sus aportaciones sean divulgadas oportunamente" (ib.,
81). La búsqueda de la unidad entre los cristianos, con amor y verdad, es
elemento fundamental para una evangelización más eficaz. En efecto, por
voluntad de Cristo la Iglesia es una e indivisible. La vuelta auténtica a las
tradiciones litúrgicas y patrísticas, tesoro que compartís con la Iglesia
ortodoxa, contribuirá a la reconciliación con las demás Iglesias presentes en
Rumanía. Con este espíritu de reconciliación hay que apoyar intensamente la
prosecución del diálogo entre vuestra Iglesia y la Iglesia ortodoxa, tanto a
nivel nacional como a nivel local, esperando que pronto se aclaren todos los
puntos controvertidos, con espíritu de justicia y caridad cristiana.
El espíritu del diálogo exige, al mismo tiempo, que vuestra Iglesia descubra
cada vez más, con acción de gracias, el rostro de Cristo Jesús, que el Espíritu
Santo dibuja en la Iglesia hermana ortodoxa, y lo mismo hay que esperar de esta
última con respecto a vosotros. Así, daréis el testimonio al que el apóstol san
Pablo invita a los cristianos de Roma (cf. Rm 12, 9-13).
|