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Ioannes Paulus PP. II III cent. unión Iglesia greco-católica de Rumanía con Igl. de Roma IntraText CT - Texto |
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Testigos y mártires de la unidad 7. El camino de la Iglesia greco-católica de Rumanía nunca fue fácil, como lo demuestran sus vicisitudes. A lo largo de los siglos se le pidió dar un doloroso y difícil testimonio de fidelidad a la exigencia evangélica de la unidad. Así, se ha convertido, de modo especial, en la Iglesia de los testigos de la unidad, de la verdad y del amor. La Iglesia greco-católica de Rumanía, a pesar de las numerosas dificultades que ha encontrado, ante toda la ecúmene cristiana se ha presentado cada vez más como testigo singular del valor irrenunciable de la unidad eclesial. Pero es sobre todo en la segunda mitad del siglo XX, en la época del totalitarismo comunista, cuando vuestra Iglesia debió soportar una durísima prueba, mereciendo justamente el título de "Iglesia de los confesores y de los mártires". Fue entonces cuando se manifestó, con mayor evidencia, la lucha entre el mysterium iniquitatis (2 Ts 2, 7) y el mysterium pietatis (1 Tm 3, 16), que actúan en el mundo. Y también desde entonces la gloria del martirio resplandece con mayor claridad en el rostro de vuestra Iglesia como luz que se refleja en la conciencia de los cristianos de todo el mundo, suscitando admiración y gratitud. 8. Impulsado por esta certeza, he aprovechado cualquier ocasión para tener noticias de vosotros, amadísimos hermanos y hermanas, y ahora deseo enviaros una nueva expresión de mi solidaridad y de mi apoyo. Cuando, el año pasado, durante mi peregrinación a vuestra tierra, oré con vosotros en el cementerio católico de Bucarest, lo hice llevando en mi corazón a toda la Iglesia de Cristo y, en unión con toda la Iglesia, me arrodillé en silencio ante las tumbas de vuestros mártires. De muchos de ellos no conocemos ni siquiera el lugar de su sepultura, porque los perseguidores quisieron privarlos incluso de este último signo de distinción y respeto. Pero sus nombres están inscritos en el Libro de la vida y cada uno de ellos ha recibido también "una piedrecita blanca, y, grabado en la piedrecita, un nombre nuevo que nadie conoce sino el que lo recibe" (Ap 2, 17). La sangre de esos mártires es un fermento de vida evangélica que obra no sólo en vuestra tierra, sino también en muchas otras partes del mundo. En esa "muchedumbre inmensa" (Ap 7, 9), con vestiduras blancas (cf. Ap 7, 13), de mártires y de confesores de vuestra Iglesia, "que vienen de la gran tribulación y han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la sangre del Cordero" (Ap 7, 14), y que "están delante del trono de Dios" (Ap 7, 15), resplandecen los nombres ilustres de obispos como Vasile Aftenie, Ioan Balan, Valeriu Traian Frentin, Ioan Suciu, Tit Liviu Chinezu, Alexandru Rusu y del cardenal Iuliu Hossu. Ellos, como los orantes que "dan culto a Dios día y noche en su santuario" (Ap 7, 15), interceden junto con los demás mártires y confesores por su pueblo, que siente por ellos una veneración verdadera y profunda. Que el testimonio del martirio y la profesión de fe en Cristo y en la unidad de su Iglesia suban como el incienso del sacrificio vespertino (cf. Sal 141, 2) hasta el trono de Dios, en nombre de toda la Iglesia, que los estima y los venera.
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