El texto de esta obra no es una traducción del original francés,
ni mucho menos una nueva versión de los Evangelios, empresa que consideramos
desde un principio como muy superior a nuestras fuerzas. La obra francesa nos
ha servido únicamente para seguir punto por punto el arduo y delicado trabajo
de coordinación de las cuatro narraciones evangélicas reducidas aquí a un
relato único, habiéndonos valido para ello de la conocida y exacta traducción
de la Vulgata del R. P. Scio de San Miguel, superior a nuestro juicio, a todas
las demás versiones castellanas que se conocen del Viejo y Nuevo Testamento.
Bien habríamos deseado cambiar ciertos giros de frases y palabras que pueden
parecer viciosos o anticuados; pero hemos tenido muy presente, que tratándose
de los Santos Evangelios, todo es respetable y vedado, lo que parece sencillo
es sublime; y como las innovaciones de autoridad propia pueden dar lugar a
interpretaciones que deben evitarse siempre, hemos preferido seguir en un todo
nuestro buen modelo aun a riesgo de poner, como ha sucedido, dos ortografías
diferentes, esto es, la del P. Scio en el texto sagrado, y la usual en lo
restante de la obra.
La parte de traducción queda pues reducida a las notas que van al pie del
texto, y a las explicaciones o comentarios al fin de los capítulos, que aclaran
o desenvuelven las palabras sagradas. En cuanto a las notas, hemos tomado
también algunas de ellas del P. Scio de San Miguel con preferencia a las que se
hallaban en la obra francesa, y son todas aquellas que llevan por señal un
asterisco; y acerca de los comentarios, nuestro trabajo ha sido más difícil,
pues hemos cambiado y suprimido muchos, cuyos autores de una reputación poco
ortodoxa, no nos ha parecido bien citar en una obra tan seria como esta. Y en
efecto, si bien es cierto que el testimonio de un incrédulo en favor de nuestra
santa Religión es una prueba más de su origen divino, no lo es menos, que
muchos lectores verían con disgusto el nombre de J. J. Rousseau al lado de un
San Juan Crisóstomo, un San Bernardo, un San Agustín y un Bossuet. Además, no
habiendo hallado en el original un solo escritor español, teniendo nosotros
tantos ilustres y santos varones de clarísimo entendimiento, luces y
elocuencia, creímos que se faltaba a la justicia, y sintinedo herido nuestro
amor propio nacional, nos propusimos llenar este vacío sacando varios trozos
selectos de Santa Teresa de Jesús, Fray Luis de Granada, el Maestro Juan de
Avila, Fray Diego de Estella y otros varios escritores, la honra del clero
español en el siglo XVI. Con estos tesoros de sabiduría cristiana, gusto y
elegancia hijos de nuestro suelo patrio, hemos reemplazado los comentarios
suprimidos, y aun hemos añadido otros muchos, dando a la obra un nuevo interés
y un nuevo brillo con este aumento de luz y de doctrina, de una autoridad
irrecusable.
Tal ha sido nuestro plan en la tarea que hemos llevado a cabo. Si a pesar
del sumo cuidado que hemos puesto hasta en los detalles tipográficos de una
obra tan importante, pudiera el lector encontrar en ella alguna falta, culpa
será de nuestra ignorancia, pero jamás de nuestras intenciones, guiadas
únicamente por el móvil de la rectitud y de la piedad cristiana.
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