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Ioannes Paulus PP. II
Ecclesia in Africa

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60. « Pero, al llegar la plenitud de los tiempos » (Gal 4, 4), el Verbo, segunda Persona de la Santísima Trinidad, Hijo único de Dios, « se encarnó por obra del Espíritu Santo en el seno de la Virgen María y se hizo hombre ».92 Es el misterio sublime de la Encarnación del Verbo, misterio que tuvo lugar en la historia: en circunstancias de tiempo y espacio bien definidas, en medio de un pueblo con una cultura propia, que Dios había elegido y acompañado a lo largo de toda la historia de salvación con el fin de mostrar, mediante cuanto obraba en él, lo que quería hacer por todo el género humano.

Demostración evidente del amor de Dios hacia los hombres (cf. Rm 5, 8), Jesucristo, con su vida, con la Buena Nueva anunciada a los pobres, con su pasión, muerte y gloriosa resurrección, llevó a cabo la remisión de nuestros pecados y nuestra reconciliación con Dios, su Padre y, gracias a Él, nuestro Padre. La Palabra que la Iglesia anuncia es precisamente el Verbo de Dios hecho hombre, Él mismo sujeto y objeto de esta Palabra. La Buena Nueva es Jesucristo.

Como « la Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros » (Jn 1, 14), así la Buena Nueva, la palabra de Jesucristo anunciada a las naciones, debe penetrar en el ambiente de vida de sus oyentes. La inculturación es precisamente esta penetración del mensaje evangélico en las culturas.93 En efecto, la Encarnación del Hijo de Dios, por ser total y concreta, fue también encarnación en una cultura específica.94




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