Anterior - Siguiente
Pulse aquí para activar los vínculos a las concordancias
Un
mundo en pedazos
2. Estas
divisiones se manifiestan en las relaciones entre las personas y los grupos,
pero también a nivel de colectividades más amplias: Naciones
contra Naciones y bloques de Países enfrentados en una afanosa
búsqueda de hegemonía. En la raíz de las rupturas no es
difícil individuar conflictos que en lugar de resolverse a través
del diálogo, se agudizan en la confrontación y el contraste.
Indagando sobre
los elementos generadores de división, observadores atentos detectan los
más variados: desde la creciente desigualdad entre grupos, clases
sociales y Países, a los antagonismos ideológicos todavía
no apagados; desde la contraposición de intereses económicos, a
las polarizaciones políticas; desde las divergencias tribales a las
discriminaciones por motivos socio religiosos.
Por lo
demás, algunas realidades que están ante los ojos de todos,
vienen a ser como el rostro lamentable de la división de la que son
fruto, a la vez que ponen de manifiesto su gravedad con irrefutable
concreción. Entre tantos otros dolorosos fenómenos sociales de
nuestro tiempo podemos traer a la memoria:
la conculcación de
los derechos fundamentales de la persona humana; en primer lugar el
derecho a la vida y a una calidad de vida digna; esto es tanto más
escandaloso en cuanto coexiste con una retórica hasta ahora
desconocida sobre los mismos derechos;
las asechanzas y presiones
contra la libertad de los individuos y las colectividades, sin excluir la
tantas veces ofendida y amenazada libertad de abrazar, profesar y
practicar la propia fe;
las varias formas de
discriminación: racial, cultural, religiosa, etc.;
la violencia y el
terrorismo;
el uso de la tortura y de
formas injustas e ilegítimas de represión; — la
acumulación de armas convencionales o atómicas; la carrera
de armamentos, que implica gastos bélicos que podrían servir
para aliviar la pobreza inmerecida de pueblos social y económicamente
deprimidos;
la distribución
inicua de las riquezas del mundo y de los bienes de la civilización
que llega a su punto culminante en un tipo de organización social
en la que la distancia en las condiciones humanas entre ricos y pobres
aumenta cada vez más.(2) La potencia arrolladora de esta
división hace del mundo en que vivimos un mundo
desgarrado(3) hasta en sus mismos cimientos.
Por otra parte, puesto que la Iglesia —aun sin
identificarse con el mundo ni ser del mundo— está inserta en
el mundo y se encuentra en diálogo con él,(4) no ha
de causar extrañeza si se detectan en el mismo conjunto eclesial
repercusiones y signos de esa división que afecta a la sociedad humana.
Además de las escisiones ya existentes entre las Comunidades cristianas
que la afligen desde hace siglos, en algunos lugares la Iglesia de nuestro
tiempo experimenta en su propio seno divisiones entre sus mismos componentes,
causadas por la diversidad de puntos de vista y de opciones en campo doctrinal
y pastoral.(5) También estas divisiones pueden a veces parecer
incurables.
Sin embargo, por muy impresionantes que a primera
vista puedan aparecer tales laceraciones, sólo observando en profundidad
se logra individuar su raíz: ésta se halla en una herida
en lo más íntimo del hombre. Nosotros, a la luz de la fe, la
llamamos pecado; comenzando por el pecado original que cada uno lleva
desde su nacimiento como una herencia recibida de sus progenitores, hasta el
pecado que cada uno comete, abusando de su propia libertad.
2. Cf. Juan Pablo II, Discurso
inaugural de la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano,
III, 1-7: AAS 71 (1979), 198-204.
3. La visión de un mundo
«desgarrado» aparece en la obra de no pocos escritores contemporáneos,
cristianos y no cristianos testigos de la condición del hombre en
nuestra atormentada época.
4.
Cf. Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 43-44; Decreto Presbyterorum
Ordinis, sobre el ministerio y vida de los presbíteros, 12; Pablo
VI, Encíc. Ecclesiam suam: AAS 56 (1964), 609-659.
5. Sobre la división en el cuerpo
de la Iglesia escribía con palabras de fuego, en los albores de la misma
Iglesia, el Apóstol Pablo en la famosa página de 1 Cor 1, 10-16.
A los mismos cristianos de Corinto se dirigirá algunos años
más tarde S. Clemente Romano para denunciar los desgarrones existentes
en aquella comunidad: cf. Carta a los Corintios, III-VI; LVII: Patres
Apostolici, ed. Funk, I, 103-109; 171-173. Sabemos que desde los Padres
más antiguos, la túnica inconsútil de Cristo, no rasgada
por los soldados ha venido a ser la imagen de la unidad de la Iglesia: cf. S.
CIPRIANO, De Ecclesiae catholicae unitate, 7: CCL 3/1, 254s.; S.
Agustín, In Ioannis Evangelium tractatus, 118, 4: CCL 36,
656 s.; S. Beda El Venerable, In Marci Evangelium expositio, IV, 15: CCL
120, 630; In Lucae Evangelium expositio, VI, 23: CCL 120, 403; In
S. Ioannis Evangelium expositio, 19: PL 92, 911 s.
Anterior - Siguiente
Índice | Palabras: Alfabética - Frecuencia - Inverso - Longitud - Estadísticas | Ayuda | Biblioteca IntraText
IntraText® (V89) Copyright 1996-2007 EuloTech SRL