La inculturación del mensaje
evangélico
(366)
109.
La Palabra de Dios se hizo hombre,
hombre concreto, situado en el tiempo y en el espacio, enraizado en una cultura
determinada: « Cristo, por su encarnación, se unió a las
concretas condiciones sociales y culturales de los hombres con quienes
convivió ». (367) Esta es la originaria « inculturación »
de la Palabra de Dios y el modelo referencial para toda la
evangelización de la Iglesia, « llamada a llevar la fuerza del Evangelio
al corazón de la cultura y de las culturas ». (368)
La « inculturación » (369) de
la fe, por la que se « asumen en admirable intercambio todas las riquezas de
las naciones dadas a Cristo en herencia », (370) es un proceso profundo
y global y un camino lento. (371) No es una mera adaptación
externa que, para hacer más atrayente el mensaje cristiano, se limitase
a cubrirlo de manera decorativa con un barniz superficial. Se trata, por el
contrario, de la penetración del Evangelio en los niveles más
profundos de las personas y de los pueblos, afectándoles « de una manera
vital, en profundidad y hasta las mismas raíces » (372) de sus
culturas.
En este trabajo de inculturación, sin
embargo, las comunidades cristianas deberán hacer un discernimiento: se
trata de « asumir », (373) por una parte, aquellas riquezas culturales
que sean compatibles con la fe; pero se trata también, por otra parte,
de ayudar a « sanar » (374) y « transformar » (375) aquellos
criterios, líneas de pensamiento o estilos de vida que estén en
contraste con el Reino de Dios. Este discernimiento se rige por dos principios
básicos: « la compatibilidad con el Evangelio de las varias culturas a
asumir y la comunión con la Iglesia universal ». (376) Todo el
pueblo de Dios debe implicarse en este proceso, que « necesita una gradualidad
para que sea verdaderamente expresión de la experiencia cristiana de la
comunidad ». (377)
110.
En esta inculturación de la fe, a
la catequesis, se le presentan en concreto diversas tareas. Entre ellas cabe
destacar:
– Considerar a la comunidad eclesial como
principal factor de inculturación. Una expresión, y al mismo
tiempo un instrumento eficaz de esta tarea, es el catequista que, junto a un
sentido religioso profundo, debe poseer una viva sensibilidad social y estar
bien enraizado en su ambiente cultural. (378)
– Elaborar unos Catecismos locales que
respondan « a las exigencias que dimanan de las diferentes culturas »,
(379) presentando el Evangelio en relación a las aspiraciones,
interrogantes y problemas que en esas culturas aparecen.
– Realizar una oportuna inculturación
en el Catecumenado y en las instituciones catequéticas, incorporando con
discernimiento el lenguaje, los símbolos y los valores de la cultura en
que están enraizados los catecúmenos y catequizandos.
– Presentar el mensaje cristiano de modo que
capacite para « dar razón de la esperanza » (1 P 3,15) a los que
han de anunciar el Evangelio en medio de unas culturas a menudo ajenas a lo
religioso, y a veces postcristianas. Una apologética acertada, que ayude
al diálogo « fe-cultura », se hace imprescindible.
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