La integridad del mensaje
evangélico
111.
En la tarea de la inculturación
de la fe, la catequesis debe transmitir el mensaje evangélico en toda su
integridad y pureza. Jesús anuncia el Evangelio íntegramente: «
Todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer » (Jn 15,15).
Y esta misma integridad la exige Cristo de sus discípulos, al enviarles
a la misión: « Enseñadles a guardar todo lo que yo os he mandado
» (Mt 28,19). Por eso, un criterio fundamental de la catequesis es el de
salvaguardar la integridad del mensaje, evitando presentaciones parciales o
deformadas del mismo: « A fin de que la "oblación de su fe"
sea perfecta, el que se hace discípulo de Cristo tiene derecho a recibir
la "palabra de la fe" no mutilada, falsificada o disminuida, sino
completa e integral, en todo su rigor y su vigor ». (380)
112.
Dos dimensiones íntimamente
unidas subyacen a este criterio. Se trata, en efecto de:
– Presentar el mensaje evangélico íntegro,
sin silenciar ningún aspecto fundamental o realizar una selección
en el depósito de la fe. (381) La catequesis, al contrario, «
debe procurar diligentemente proponer con fidelidad el tesoro íntegro
del mensaje cristiano ». (382) Esto debe hacerse, sin embargo,
gradualmente, siguiendo el ejemplo de la pedagogía divina, con la que
Dios se ha ido revelando de manera progresiva y gradual. La integridad debe
compaginarse con la adaptación.
La catequesis, en consecuencia, parte de una
sencilla proposición de la estructura íntegra del mensaje
cristiano, y la expone de manera adaptada a la capacidad de los destinatarios.
Sin limitarse a esta exposición inicial, la catequesis, gradualmente,
propondrá el mensaje de manera cada vez más amplia y
explícita, según la capacidad del catequizando y el
carácter propio de la catequesis. (383) Estos dos niveles de
exposición íntegra del mensaje son denominados « integridad
intensiva » e « integridad extensiva ».
– Presentar el mensaje evangélico auténtico,
en toda su pureza, sin reducir sus exigencias, por temor al rechazo; y sin
imponer cargas pesadas que él no incluye, pues el yugo de Jesús
es suave. (384)
Este criterio acerca de la autenticidad
está íntimamente vinculado al de la inculturación, porque
ésta tiene la función de « traducir » (385) lo esencial
del mensaje a un determinado lenguaje cultural. En esta necesaria tarea, se da
siempre una tensión: « la evangelización pierde mucho de su
fuerza si no toma en consideración al pueblo concreto al que se dirige
», pero también « corre el riesgo de perder su alma y desvanecerse si se
vacía o desvirtúa su contenido, bajo el pretexto de traducirlo ».
(386)
113.
En esta compleja relación entre inculturación
e integridad del mensaje cristiano, el criterio que debe seguirse es el de una
actitud evangélica de « apertura misionera para la salvación
integral del mundo ». (387) Esta actitud debe saber conjugar la
aceptación de los valores verdaderamente humanos y religiosos, por
encima de cerrazones inmovilistas, con el compromiso misionero de anunciar toda
la verdad del evangelio, por encima de fáciles acomodaciones que
llevarían a desvirtuar el Evangelio y a secularizar la Iglesia. La
autenticidad evangélica excluye ambas actitudes, contrarias al verdadero
sentido de la misión.
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