Los padres de familia, primeros
educadores de la fe de sus hijos
(80)
226. El testimonio de vida
cristiana, ofrecido por los padres en el seno de la familia, llega a los
niños envuelto en el cariño y el respeto materno y paterno. Los
hijos perciben y viven gozosamente la cercanía de Dios y de Jesús
que los padres manifiestan, hasta tal punto, que esta primera experiencia
cristiana deja frecuentemente en ellos una huella decisiva que dura toda la
vida. Este despertar religioso infantil en el ambiente familiar tiene, por
ello, un carácter « insustituible ».(81)
Esta primera iniciación se consolida
cuando, con ocasión de ciertos acontecimientos familiares o en fiestas
señaladas, « se procura explicitar en familia el contenido cristiano o
religioso de esos acontecimientos ».(82) Esta iniciación se
ahonda aún más si los padres comentan y ayudan a interiorizar la
catequesis más sistemática que sus hijos, ya más crecidos,
reciben en la comunidad cristiana. En efecto, « la catequesis familiar precede,
acompaña y enriquece toda otra forma de catequesis ».(83)
227.
Los padres reciben en el sacramento del
matrimonio la gracia y la responsabilidad de la educación cristiana de
sus hijos,(84) a los que testifican y transmiten a la vez los valores
humanos y religiosos. Esta acción educativa, a un tiempo humana y
religiosa, es un « verdadero ministerio »(85) por medio del cual se
transmite e irradia el Evangelio hasta el punto de que la misma vida de familia
se hace itinerario de fe y escuela de vida cristiana. Incluso, a medida que los
hijos van creciendo, el intercambio es mutuo y, « en un diálogo
catequético de este tipo, cada uno recibe y da ».(86)
Por ello es preciso que la comunidad
cristiana preste una atención especialísima a los padres.
Mediante contactos personales, encuentros, cursos e, incluso, mediante una
catequesis de adultos dirigida a los padres, ha de ayudarles a asumir la tarea,
hoy especialmente delicada, de educar en la fe a sus hijos. Esto es aún
más urgente en los lugares en los que la legislación civil no permite
o hace difícil una libre educación en la fe.(87) En estos
casos, la « iglesia doméstica »(88) es, prácticamente, el
único ámbito donde los niños y los jóvenes pueden
recibir una auténtica catequesis.
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