Finalidad y naturaleza de la
formación de los catequistas
235.
La formación trata de capacitar a
los catequistas para transmitir el Evangelio a los que desean seguir a
Jesucristo. La finalidad de la formación busca, por tanto, que el
catequista sea lo más apto posible para realizar un acto de
comunicación: « La cima y el centro de la formación de
catequistas es la aptitud y habilidad de comunicar el mensaje evangélico
». (117)
La finalidad cristocéntrica de la
catequesis, que busca propiciar la comunión con Jesucristo en el
convertido, impregna toda la formación de los catequistas. (118)
Lo que ésta persigue, en efecto, no es otra cosa que lograr que el
catequista pueda animar eficazmente un itinerario catequético en el que,
mediante las necesarias etapas: anuncie a Jesucristo; dé a conocer su
vida, enmarcándola en el conjunto de la Historia de la salvación;
explique su misterio de Hijo de Dios, hecho hombre por nosotros; y ayude,
finalmente, al catecúmeno o al catequizando a identificarse con
Jesucristo en los sacramentos de iniciación. (119) En la
catequesis permanente, el catequista no hace sino ahondar en estos aspectos
básicos.
Esta perspectiva cristológica incide
directamente en la identidad del catequista y en su preparación. « La
unidad y armonía del catequista se deben leer desde esta perspectiva
cristocéntrica, y han de construirse en base a una familiaridad profunda
con Cristo y con el Padre en el Espíritu ». (120)
236.
El hecho de que la formación
busque capacitar al catequista para transmitir el Evangelio en nombre de la
Iglesia confiere a toda la formación una naturaleza eclesial. La
formación de los catequistas no es otra cosa que un ayudar a
éstos a sumergirse en la conciencia viva que la Iglesia tiene hoy del
Evangelio, capacitándoles así para transmitirlo en su nombre.
Más en concreto, el catequista —en su
formación— entra en comunión con esa aspiración de la
Iglesia que, como esposa, « conserva pura e íntegramente la fe prometida
al Esposo » (121) y, como « madre y maestra », quiere transmitir el
Evangelio en toda su autenticidad, adaptándolo a todas las culturas,
edades y situaciones. Esta eclesialidad de la transmisión del Evangelio
impregna toda la formación de los catequistas, confiriéndole su
verdadera naturaleza.
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