Madurez humana, cristiana y
apostólica de los catequistas
239.
Apoyado en una madurez humana
inicial, (128) el ejercicio de la catequesis, constantemente discernido
y evaluado, permitirá al catequista crecer en equilibrio afectivo, en
sentido crítico, en unidad interior, en capacidad de relación y
de diálogo, en espíritu constructivo y en trabajo de equipo.
(129) Se procurará, sobre todo, hacerle crecer en el respeto y
amor hacia los catecúmenos y catequizandos: « ¿De qué amor
se trata? Mucho más que el de un pedagogo; es el amor de un padre:
más aún, el de una madre. Tal es el amor que el Señor
espera de cada anunciador del Evangelio, de cada constructor de la Iglesia ».
(130)
La formación cuidará, al mismo
tiempo, que el ejercicio de la catequesis alimente y nutra la fe del
catequista, haciéndole crecer como creyente. Por eso, la verdadera
formación alimenta, ante todo, la espiritualidad del propio
catequista, (131) de modo que su acción brote, en verdad, del
testimonio de su vida. Cada tema catequético que se imparte debe nutrir,
en primer lugar, la fe del propio catequista. En verdad, uno catequiza a los
demás catequizándose antes a sí mismo.
La formación, también,
alimentará constantemente la conciencia apostólica del
catequista, su sentido evangelizador. Para ello ha de conocer y vivir el
proyecto de evangelización concreto de su Iglesia diocesana y el de su
parroquia, a fin de sintonizar con la conciencia que la Iglesia particular
tiene de su propia misión. La mejor forma de alimentar esta conciencia
apostólica es identificarse con la figura de Jesucristo, maestro y
formador de discípulos, tratando de hacer suyo el celo por el Reino que
Jesús manifestó. A partir del ejercicio de la catequesis, la
vocación apostólica del catequista, alimentada con una formación
permanente, irá constantemente madurando.
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