La formación pedagógica
244. Junto a las dimensiones
que conciernen al ser y al saber, la formación de los catequistas, ha de
cultivar también la del saber hacer. El catequista es un educador
que facilita la maduración de la fe que el catecúmeno o el
catequizando realiza con la ayuda del Espíritu Santo. (141)
Lo primero que hay que tener en cuenta en
este decisivo aspecto de la formación es respetar la pedagogía
original de la fe. En efecto, el catequista se prepara para facilitar el
crecimiento de una experiencia de fe de la que él no es dueño. Ha
sido depositada por Dios en el corazón del hombre y de la mujer. La
tarea del catequista es solo cultivar ese don, ofrecerlo, alimentarlo y ayudarlo
a crecer. (142)
La formación tratará de que
madure en el catequista la capacidad educativa, que implica: la facultad de
atención a las personas, la habilidad para interpretar y responder a la
demanda educativa, la iniciativa de activar procesos de aprendizaje y el arte
de conducir a un grupo humano hacia la madurez. Como en todo arte, lo
más importante es que el catequista adquiera su estilo propio de dar
catequesis, acomodando a su propia personalidad los principios generales de la
pedagogía catequética. (143)
245.
Más en concreto: el catequista,
particularmente el dedicado de modo más pleno a la catequesis,
habrá de capacitarse para saber programar - en el grupo de catequistas -
la acción educativa, ponderando las circunstancias, elaborando un plan
realista y, después de realizarlo, evaluándolo
críticamente. (144) También ha de ser capaz de animar un
grupo, sabiendo utilizar con discernimiento las técnicas de
animación grupal que ofrece la psicología.
Esta capacidad educativa y este saber
hacer, con los conocimientos, actitudes y técnicas que lleva
consigo, « pueden adquirirse mejor, si se imparten al mismo tiempo que se
realizan, por ejemplo durante las reuniones tenidas para preparar y revisar las
sesiones de catequesis ». (145)
El fin y la meta ideal es procurar que los
catequistas se conviertan en protagonistas de su propio aprendizaje, situando
la formación bajo el signo de la creatividad y no de una mera
asimilación de pautas externas. Por eso debe ser una formación
muy cercana a la práctica: hay que partir de ella para volver a ella.
(146)
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