La cultura y las culturas
20.
El sembrador sabe que la semilla penetra
en terrenos concretos y que necesita absorber todos los elementos necesarios
para poder fructificar.(27) Sabe también que, a veces, algunos
de esos elementos pueden perjudicar la germinación y la cosecha.
La Constitución Gaudium et Spes
subraya la gran importancia de la ciencia y de la técnica en la
gestación y desarrollo de la cultura moderna. El espíritu
científico que dimana de ellas « modifica profundamente la tendencia
cultural y las maneras de pensar »,(28) con grandes repercusiones
humanas y religiosas. La racionalidad científica y experimental
está profundamente enraizada en el hombre de hoy.
Sin embargo, la conciencia de que ese tipo
de racionalidad no puede explicarlo todo gana hoy cada vez más terreno.
Los propios hombres de ciencia constatan que, junto al rigor de la
experimentación, es necesario otro tipo de sabiduría para poder
comprender en profundidad al ser humano. La reflexión filosófica
sobre el lenguaje hace ver, por ejemplo, que el pensamiento simbólico es
una forma de acceso al misterio de la persona humana, inaccesible de otro modo.
Se convierte, así, en indispensable un tipo de racionalidad que no
divida al ser humano, que integre su afectividad, que lo unifique, dando un
sentido más integral a su vida.
21.
Junto a esta « forma de cultura
más universal »,(29) hoy se constata también un creciente
deseo de revalorizar las culturas autóctonas. La pregunta del Concilio
sigue viva: « ¿De qué forma hay que favorecer el dinamismo y la
expansión de la nueva cultura sin que perezca la fidelidad viva a la
herencia de las tradiciones? ».(30)
– En muchos lugares se toma conciencia de
que las culturas tradicionales son agredidas, por las influencias exteriores
dominantes y por la imitación alienante de formas de vida importadas. De
esta manera, se van destruyendo gradualmente la identidad y los valores propios
de los pueblos.
– También se constata la enorme
influencia de los medios de comunicación los cuales, muchas veces, por
intereses económicos o ideológicos, imponen una visión de
la vida que no respeta la fisonomía cultural de los pueblos a los que se
dirige.
La evangelización tiene, así,
en la inculturación uno de sus mayores desafíos. La Iglesia, a la
luz del Evangelio, ha de asumir todos los valores positivos de la cultura y de
las culturas,(31) y discernir aquellos elementos que obstaculizan a las
personas y a los pueblos el desarrollo de sus auténticas
potencialidades.
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