La transmisión de la
Revelación por medio de la Iglesia, obra del Espíritu Santo
42.
La Revelación de Dios, culminada
en Jesucristo, está destinada a toda la humanidad: « Dios quiere que
todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad » (1 Tm 2,4).
En virtud de esta voluntad salvífica universal, Dios ha dispuesto que la
Revelación se transmitiera a todos los pueblos, a todas las
generaciones, y permaneciese íntegra para siempre.(93)
43.
Para cumplir este designio divino,
Jesucristo instituyó la Iglesia sobre el fundamento de los
Apóstoles y, enviándoles de parte del Padre el Espíritu
Santo, les mandó predicar el Evangelio por todo el mundo. Los
Apóstoles, con palabras, obras y escritos, cumplieron fielmente este
mandato.(94)
Esta Tradición apostólica se
perpetúa en la Iglesia y por la Iglesia. Toda ella, pastores y fieles,
vela por su conservación y transmisión. El Evangelio, en efecto,
se conserva íntegro y vivo en la Iglesia: los discípulos de
Jesucristo lo contemplan y meditan sin cesar, lo viven en su existencia diaria
y lo anuncian en la misión. El Espíritu Santo fecunda
constantemente la Iglesia en esta vivencia del Evangelio, la hace crecer
continuamente en la inteligencia del mismo, y la impulsa y sostiene en la tarea
de anunciarlo por todos los confines del mundo.(95)
44.
La conservación íntegra de
la Revelación, Palabra de Dios contenida en la Tradición y en la
Escritura, así como su continua transmisión, están
garantizadas en su autenticidad. El Magisterio de la Iglesia, sostenido por el
Espíritu Santo y dotado del « carisma de la verdad », ejerce la función
de « interpretar auténticamente la Palabra de Dios ».(96)
45.
La Iglesia, « sacramento universal de
salvación »,(97) movida por el Espíritu Santo, transmite
la Revelación mediante la evangelización: anuncia la buena nueva
del designio salvífico del Padre y, en los sacramentos, comunica los
dones divinos.
A Dios que se revela se le debe la
obediencia de la fe, por la cual el hombre se adhiere libremente al « Evangelio
de la gracia de Dios » (Hch 20,24), con asentimiento pleno de la
inteligencia y de la voluntad. Guiado por la fe, don del Espíritu, el
hombre llega a contemplar y gustar al Dios del amor, que en Cristo ha revelado
las riquezas de su gloria.(98)
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