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Paulus PP. VI Ecclesiam Suam IntraText CT - Texto |
INSUSTITUIBLE SUPREMACÍA DE LA PREDICACIÓN
34. Creemos que la voz del Concilio, al tratar las cuestiones relativas a la Iglesia que ejerce su actividad en el mundo moderno, indicará algunos criterios teóricos y prácticos que sirvan de guía para conducir como es debido nuestro diálogo con los hombres de nuestro tiempo. E igualmente pensamos que, tratándose de cuestiones que por un lado tocan a la misión propiamente apostólica de la Iglesia y atendiendo, por otro, a las diversas y variables circunstancias en las cuáles ésta se desarrolla, será tarea del gobierno prudente y eficaz de la Iglesia misma trazar de vez en cuando límites, formas y caminos a fin de que siempre se mantenga animado un diálogo vivaz y benéfico.
Por ello dejamos este tema para limitarnos a recordar una vez más la gran importancia que la predicación cristiana conserva y adquiere, sobre todo hoy, en el cuadro del apostolado católico, es decir, en lo que ahora nos toca, en el diálogo. Ninguna forma de difusión del pensamiento, aun elevado técnicamente por medio de la prensa y de los medios audiovisivos a una extraordinaria eficacia, puede sustituir la predicación. Apostolado y predicación en cierto sentido son equivalentes. La predicación es el primer apostolado. El nuestro, Venerables Hermanos, antes que nada es ministerio de la Palabra. Nosotros sabemos muy bien estas cosas, pero nos parece que conviene recordárnosla ahora, a nosotros mismos, para dar a nuestra acción pastoral la justa dirección. Debemos volver al estudio no ya de la elocuencia humana o de la retórica vana, sino al genuino arte de la palabra sagrada.
Debemos buscar las leyes de su sencillez, de su claridad, de su fuerza y de su autoridad para vencer la natural ineptitud en el empleo de un instrumento espiritual tan alto y misterioso como la palabra, y para competir noblemente con todos los que hoy tienen un influjo amplísimo con la palabra mediante el acceso a las tribunas de la pública opinión. Debemos pedir al Señor el grave y embriagador carisma de la palabra60, para ser dignos de dar a la fe su principio eficaz y práctico61, y de hacer llegar nuestro mensaje hasta los confines de la tierra62. Que las prescripciones de la Constitución conciliar De sacra Liturgia sobre el ministerio de la palabra encuentren en nosotros celosos y hábiles ejecutores. Y que la catequesis al pueblo cristiano y a cuantos sea posible ofrecerla resulte siempre práctica en el lenguaje y experta en el método, asidua en el ejercicio, avalada por el testimonio de verdaderas virtudes, ávida de progresar y de llevar a los oyentes a la seguridad de la fe, a la intuición de la coincidencia entre la Palabra divina y la vida, y a los albores del Dios vivo.
Debemos, finalmente, señalar a aquellos a quienes se dirige nuestro diálogo. Pero no queremos anticipar, ni siquiera en este aspecto, la voz del Concilio. Resonará, Dios mediante, dentro de poco. Hablando, en general, sobre esta actitud de interlocutora, que la Iglesia debe hoy adoptar con renovado fervor, queremos sencillamente indicar que ha de estar dispuesta a sostener el diálogo con todos los hombres de buena voluntad, dentro y fuera de su propio ámbito.