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Paulus PP. VI Ecclesiam Suam IntraText CT - Texto |
EL ESPÍRITU DE POBREZA
21. Pero no queremos omitir dos indicaciones particulares que creemos tocan a necesidades y deberes principales, y que pueden ofrecer tema de reflexión para las orientaciones generales de una buena renovación de la vida eclesiástica. Aludimos primeramente al espíritu de pobreza. Creemos que está de tal manera proclamado en el santo Evangelio, tan en las entrañas del plan de nuestro destino al reino de Dios, tan amenazado por la valoración de los bienes en la mentalidad moderna, que es por otra parte necesario para hacernos comprender tantas debilidades y pérdidas nuestras en el tiempo pasado y para hacernos también comprender cuál debe ser nuestro tenor de vida y cuál el método mejor para anunciar a las almas la religión de Cristo, y que es, en fin, tan difícil practicarlo debidamente, que nos atrevemos a hacer mención explícita de él, en este nuestro mensaje, no tanto porque Nos tengamos el propósito de dar especiales disposiciones canónicas a este respecto, cuanto para pediros a vosotros, Venerables Hermanos, el aliento de vuestro consentimiento, de vuestro consejo y de vuestro ejemplo. Esperamos de vosotros que, como voz autorizada interpretáis los mejores impulsos, en los que palpita el Espíritu de Cristo en la Santa Iglesia, digáis cómo deben los Pastores y los fieles educar hoy, para la pobreza, el lenguaje y la conducta: Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús, nos avisa el Apóstol36; y como debemos al mismo tiempo proponer a la vida eclesiástica aquellos criterios y normas que deben fundar nuestra confianza más sobre la ayuda de Dios y sobre los bienes del espíritu, que sobre los medios temporales; que deben recordarnos a nosotros y enseñar al mundo la primacía de tales bienes sobre los económicos, así como los límites y subordinación de su posesión y de su uso a lo que sea útil para el conveniente ejercicio de nuestra misión apostólica.
La brevedad de esta alusión a la excelencia y obligación del espíritu de pobreza, que caracteriza al Evangelio de Cristo, no nos dispensa de recordar que este espíritu no nos impide la compresión y el empleo, en la forma que se nos consiente, del hecho económico agigantado y fundamental en el desarrollo de la civilización moderna, especialmente en todos sus reflejos, humanos y sociales. Pensamos más bien que la liberación interior, que produce el espíritu de pobreza evangélica, nos hace más sensibles y nos capacita más para comprender los fenómenos humanos relacionados con lo factores económicos, ya para dar a la riqueza y al progreso, que ella puede engendrar, la justa y a veces severa estimación que le conviene, ya para dar a la indigencia el interés más solícito y generoso, ya, finalmente, deseando que los bienes económicos no se conviertan en fuentes de luchas, de egoísmos y de orgullo entre los hombres, sino que más bien se enderecen por vías de justicia y equidad hacia el bien común, y que por lo mismo cada vez sean distribuidos con mayor previsión. Todo cuanto se refiere a estos bienes económicos —inferiores, sin duda, a los bienes espirituales y eternos, pero necesarios a la vida presente— encuentra en el discípulo del Evangelio un hombre capaz de una valoración sabia y de una cooperación humanísima: la ciencia, la técnica, y especialmente el trabajo en primer lugar, se convierten para Nos en objeto de vivísimo interés, y el pan que de ahí procede se convierte en pan sagrado tanto para la mesa como para el altar. Las enseñanzas sociales de la Iglesia no dejan duda alguna a este respecto, y de buen grado aprovechamos esta ocasión para afirmar una vez más expresamente nuestra coherente adhesión a estas saludables doctrinas.