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Concil. Vaticano II IntraText CT - Texto |
ART. 2. PREDICACIÓN DEL EVANGELIO Y REUNIÓN DEL PUEBLO DE DIOS
Evangelización y conversión
13. Dondequiera que Dios abre la puerta de la palabra para anunciar el misterio de Cristo a todos los hombres, confiada y constantemente hay que anunciar al Dios vivo y a Jesucristo enviado por El para salvar a todos, a fin de que los no cristianos abriéndoles el corazón el Espíritu Santo, creyendo se conviertan libremente al Señor y se unan a El con sinceridad, quien por ser "camino, verdad y vida" satisface todas sus exigencias espirituales, más aún, las colma hasta el infinito.
Esta conversión hay que considerarla ciertamente inicial, pero suficiente
para que el hombre perciba que, arrancado del pecado, entra en el misterio del
amor de Dios, que lo llama a iniciar una comunicación personal consigo mismo en
Cristo. Puesto que, por la gracia de Dios, el nuevo convertido emprende un
camino espiritual por el que, participando ya por la fe del misterio de la
Muerte y de la Resurrección, pasa del hombre viejo al nuevo hombre perfecto
según Cristo. Trayendo consigo este tránsito un cambio progresivo de
sentimientos y de costumbres, debe manifestarse con sus consecuencias sociales
y desarrollarse poco a poco durante el catecumenado. Siendo el Señor, al que se
confía, blanco de contradicción, el nuevo convertido sentirá con frecuencia
rupturas y separaciones, pero también gozos que Dios concede sin medida. La
Iglesia prohíbe severamente que a nadie se obligue, o se induzca o se atraiga
por medios indiscretos a abrazar la fe, lo mismo que vindica enérgicamente el
derecho a que nadie sea apartado de ella con vejaciones inicuas.
Investíguense los motivos de la conversión, y si es necesario purifíquense,
según la antiquísima costumbre de la Iglesia.
Catecumenado e iniciación cristiana
14. Los que han recibido de Dios, por medio de la Iglesia, la fe en Cristo, sean admitidos con ceremonias religiosas alcatecumenado; que no es una mera exposición de dogmas y preceptos, sino una formación y noviciado convenientemente prolongado de la vida cristiana, en que los discípulos se unen con Cristo su Maestro. Iníciense, pues, los catecúmenos convenientemente en el misterio de la salvación, en el ejercicio de las costumbres evangélicas y en los ritos sagrados que han de celebrarse en los tiempos sucesivos, introdúzcanse en la vida de fe, de la liturgia y de la caridad del Pueblo de Dios.
Libres luego de los Sacramentos de la iniciación cristiana del poder de las tinieblas, muertos, sepultados y resucitados con Cristo, reciben el Espíritu de hijos de adopción y asisten con todo el Pueblo de Dios al memorial de la muerte y de la resurrección del Señor.
Es de desear que la liturgia del tiempo cuaresmal y pascual se restaure de forma que prepare las almas de los catecúmenos para la celebración del misterio pascual en cuyas solemnidades se regeneran para Cristo por medio del bautismo.
Pero esta iniciación cristiana durante el catecumenado no deben procurarla solamente los catequistas y sacerdotes, sino toda la comunidad de los fieles, y en modo especial los padrinos, de suerte que sientan los catecúmenos, ya desde el principio, que pertenecen al Pueblo de Dios. Y como la vida de la Iglesia es apostólica, los catecúmenos han de aprender también a cooperar activamente en la evangelización y edificación de la Iglesia con el testimonio de la vida y la profesión de la fe.
Expóngase por fin, claramente, en el nuevo Código, el estado jurídico de los catecúmenos. Porque ya están vinculados a la Iglesia, ya son de la casa de Cristo y, con frecuencia, ya viven una vida de fe, de esperanza y de caridad.