LITURGIA
DE LA PALABRA
PRIMERA LECTURA
De
la carta a los Hebreos
2,14-18
Cristo tuvo que hacerse como ellos
Intimamente
unido a los hombres sus hermanos, Jesús fue pontífice misericordioso.
Fiel en el servicio a Dios, él expió nuestros pecados, nos liberó del poder del
demonio y de la muerte. Su sufrimiento se ha convertido en capacidad de ayuda
en nuestras pruebas, habiendo pasado él mismo por la prueba.
SALMO RESPONSORIAL. Salmo 23.
Ven
Señor a tu templo santo.
ACLAMATIÓN AL EVANGELIO
Aleluya.
Ahora, Señor, según tu promesa puedes dejar a tu siervo irse en paz (Lc 2,29).
Aleluya.
EVANGELIO
Lectura
del santo Evangelio según San Lucas
2,22-40
Mis ojos han visto a tu Salvador
Jesús
es presentado en el templo y ofrecido a Dios como primogénito y un hombre justo,
inspirado por el Espíritu, le va al encuentro —como síntesis e imagen de toda
la esperanza mesiánica de Israel—. La espera de Simeón ya se ha acabado, y él
ya puede morir. El, con su espera de redención, representa todo el Antiguo
Testamento, la antigua ley, que se cumple, mientras se abre la salvación y se
enciende la luz para todos los pueblos. Sin embargo no faltan el juicio y la
crisis; el niño Jesús será una referencia específica, el elemento de
comparación: un signo de contradicción. Será acogido o rechazado. También María
vivirá la prueba. En la Presentación en el templo ya se perfilan y se reflejan
la cruz, el Crucifijo y la Madre dolorosa. También la profetisa Ana percibe la
redención en aquel niño, y por eso da las gracias a Dios y lo anuncia.
HOMILÍA
AGRADECIMIENTO A DIOS POR
EL DON DE LA VIDA CONSAGRADA
El Celebrante:
Hermanos
y hermanas,
en
esta fiesta de la Presentación de Jesús en el templo,
os invito a todos a agradecerle conmigo al Señor
por el don de la vida consagrada,
que el Espíritu Santo ha suscitado en la Iglesia.
Vosotros, aquí presentes, consagrados al servicio de Dios,
en una estupenda variedad de vocaciones eclesiales,
renováis vuestro compromiso de seguir a Cristo
obediente, pobre y casto,
para que, por medio de vuestro testimonio evangélico,
la presencia de Cristo Señor, luz de los pueblos,
resplandezca en la Iglesia,
e ilumine al mundo.
(Todos oran en silencio
durante algún tiempo)
El Celebrante:
Bendito
seas, Señor, Padre santo,
porque en tu infinita bondad,
con la voz del Espíritu,
siempre has llamado a hombres y mujeres,
que, ya consagrados en el Bautismo,
fuesen en la Iglesia
signo del seguimiento radical de Cristo,
testimonio vivo del Evangelio,
anuncio de los valores del Reino,
profecía de la Ciudad última y nueva.
Todos:
Te alabamos y te damos gloria, Señor.
Lector o lectora:
Te glorificamos, Padre, y te bendecimos,
porque en Jesucristo, tu Hijo,
nos has dado la imagen perfecta del servidor obediente:
Él hizo de tu voluntad su alimento,
del servicio la norma de vida,
del amor la ley suprema del Reino.
Lector o lectora:
Gracias,
Padre, por el don de Cristo,
hijo de tu Sierva,
servidor obediente hasta la muerte.
Con gozo confirmamos hoy nuestro compromiso
de obediencia al Evangelio,
a la voz de la Iglesia,
a nuestra regla de vida.
Todos:
Te alabamos y te damos gloria, Señor.
Lector o lectora:
Te glorificamos, Padre, y te bendecimos,
porque en Jesucristo, nuestro hermano,
nos has dado el ejemplo más grande de la entrega de sí:
Él, que era rico,
por nosotros se hizo pobre,
proclamó bienaventurados a los que tienen espíritu de pobre
y abrió a los pequeños los tesoros del Reino.
Lector o lectora:
Gracias, Padre, por el don de Cristo,
hijo del hombre, paciente, humilde, pobre,
que no tiene dónde descansar la cabeza.
Felices, confirmamos hoy nuestro empeño
de vivir con sobriedad y austeridad,
de vencer el ansia de la posesión con el gozo de la entrega,
de utilizar los bienes del mundo
por la causa del Evangelio y la promoción del hombre.
Todos:
Te alabamos y te damos gloria, Señor.
Lector o lectora:
Te glorificamos, Padre, y te bendecimos,
porque en Jesucristo, hijo de la Virgen Madre,
nos diste el modelo supremo del amor consagrado:
Él, Cordero inocente, vivió amándote y amando a los hermanos,
murió perdonando y abriendo las puertas del Reino.
Lector o lectora:
Gracias,
Padre, por el don de Cristo,
esposo virgen de la Iglesia virgen.
Felices confirmamos hoy nuestro compromiso
de tener nuestro cuerpo casto y nuestro corazón puro,
de vivir con amor indiviso
para tu gloria y la salvación del hombre.
Todos:
Te alabamos y te damos gloria, Señor.
El Celebrante:
Mira bondadoso, Señor,
a estos hijos tuyos y a estas hijas tuyas:
firmes en la fe y alegres en la esperanza,
sean, por tu gracia,
un reflejo de tu luz,
instrumentos del Espíritu de paz,
prolongación entre los hombres de la presencia de Cristo.
El, que vive y reina por los siglos de los siglos.
Todos aclaman cantando:
Amén.
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