INTRODUCCIÓN
1. Atenta a las
condiciones de nuestro tiempo y bajo la guía del Señor, la Iglesia se ve
continuamente invitada a procurar, en orden al crecimiento del Cuerpo de
Cristo,1 la formación de los propios miembros.
Consciente del
significado que la vida religiosa representa para el pueblo de Dios,2
la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida
Apostólica se ha sentido en el deber de reflexionar sobre la formación de los
miembros de los institutos religiosos en las circunstancias actuales y proponer
directrices que garanticen su integridad, su solidez y la sintonía con el
camino de la Iglesia. Fruto de este empeño ha sido la publicación de la
Instrucción Potissimum Institutioni.3
2.
Con este nuevo documento intenta ahora profundizar en una de las cuestiones de las
que habla la citada Instrucción: la que se refiere a la colaboración entre los
institutos dedicados a obras de apostolado 4 para la formación de los
propios miembros.5
Cuanto en este
documento se dice de los institutos religiosos se aplica igualmente a las
sociedades de vida apostólica, teniendo en cuenta su carácter propio.6
3.
La colaboración entre los institutos en el ámbito formativo ha surgido de la
necesidad de dar una respuesta a los desafíos puestos por las situaciones
concretas y por determinadas exigencias pedagógicas. Al principio se ha
desarrollado principalmente en los lugares donde las familias religiosas tienen
un número limitado de candidatos, o porque han disminuido las vocaciones, o
porque éstas son los primeros frutos del trabajo apostólico de las iglesias
jóvenes. A esto se ha unido la falta de
formadores y de formadoras y el escaso número de personal docente preparado.
Esta realidad ha movido a numerosos institutos a unir las fuerzas, conscientes
de la necesidad de ofrecer a sus miembros una formación más completa y
profunda.
En muchos casos ha influido, al mismo
tiempo, la necesidad de que la formación inicial no se desarrollara en un
ambiente extraño a la cultura de los candidatos o de las candidatas,
favoreciendo así una integración positiva entre la vida de cada instituto y la
cultura propia de los miembros que son acogidos en él. Esa necesidad,
compartida en las más diversas áreas geográficas y culturales, ha encontrado
una válida respuesta en los « centros de formación entre institutos ».7
Éstos, de hecho, han contribuido a evitar el éxodo de los candidatos a otras
culturas durante el proceso inicial de la vida religiosa.
También la
conciencia cada vez más clara de las múltiples exigencias y de las dificultades
que caracterizan el camino formativo, ha llevado a los institutos a la creación
de tales centros. Son cada vez más numerosos los institutos que desean ofrecer
a los jóvenes y a las jóvenes en formación un itinerario educativo lo más
completo posible. En las propias comunidades formativas continúan la tarea de
transmitir el patrimonio espiritual del instituto. Sin embargo, sienten también
la exigencia de ofrecer aquellos contenidos que desde siempre constituyen el
precioso patrimonio común de la vida consagrada, riqueza que procede de una
experiencia secular de la Iglesia, de las urgencias y de las aspiraciones de
nuestro tiempo. La síntesis profunda e
integral de todos estos elementos es una tarea muy compleja y no siempre pueden
realizarla los formadores y los profesores de un solo instituto.
La iniciativa
de los centros de formación entre institutos, debidamente realizada, es
positiva y favorece la conciencia de la comunión eclesial en la variedad de las
vocaciones y de los carismas y de las múltiples formas del servicio a la misión
de la Iglesia. Así se expresa Su Santidad Juan Pablo II: « Para asegurar a las
nuevas generaciones, a los formadores y a las formadoras y a todos los
religiosos y religiosas, una preparación adecuada, habéis buscado y promovido
numerosas formas de colaboración ».8 De este modo se puede « beneficiar
de la labor de los mejores colaboradores de cada instituto y ofrecer servicios
que no sólo ayuden a superar eventuales límites, sino que creen un estilo
válido de formación para la vida religiosa ».9
En el mensaje
citado el Santo Padre subraya además que estas iniciativas
intercongregacionales « deberán ayudar a valorar simultáneamente los carismas
específicos haciendo madurar la mutua comunión, la conciencia de la
complementariedad en la fraternidad y la apertura a los horizontes de la
caridad en la Iglesia local y en la Iglesia universal ».10
El Santo Padre reafirma así las
orientaciones fundamentales del Concilio Vaticano II respecto de la formación.
Éstas han sido ratificadas por la experiencia que la vida religiosa ha
realizado en estos años. La doctrina expuesta por el Concilio y en los
documentos posteriores del Magisterio muestra la profunda integración que
existe entre formación, renovación y misión de los institutos
religiosos.11 Más bien pone de relieve que la formación es un factor
primario para la renovación de los institutos y para una asimilación más vital
de la propia identidad carismática frente a la continua evolución de nuestro
tiempo. Una
fuerte calidad de la acción formativa es premisa indispensable para la
realización de la misión de los institutos en un mundo que hace preguntas
fundamentales sobre la fe y la vida religiosa, a partir de los problemas
científicos, humanos, éticos y religiosos.
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