Cursos
26.
Entre los criterios que guían la organización de esos cursos subrayamos los
siguientes:
a) Su orientación específica
tenga como finalidad habilitar a los educadores para la formación integral del
religioso o de la religiosa en la unidad y en la originalidad de la persona,
desarrollando todas las dimensiones de la consagración bautismal y religiosa. Por tanto, los cursos contribuyan a la preparación
doctrinal, espiritual, canónica y pedagógico-pastoral. Garanticen sobre todo
una sólida formación teológica, especialmente en los campos de la
espiritualidad, de la moral y de la vida religiosa. Ayuden, además, a los
formadores a tomar conciencia del carácter orgánico del proceso formativo y de
las finalidades específicas de cada una de las etapas.
Los cursos
ayuden sobre todo a los formadores a transmitir el arte de la lectura teológica
de los signos de los tiempos 109 para que puedan así discernir la
presencia, el amor y la voluntad de Dios en todas las cosas: en la Revelación y
en la Creación, en la Iglesia, en los sacramentos y en las personas, en las
circunstancias ordinarias y extraordinarias de la vida, en el camino de la
historia; 110 sean, por lo mismo, una válida contribución para adquirir
el arte de inspirar y alimentar un profundo amor a las Personas de la Santísima
Trinidad y a la Eucaristía, como también a María, Madre de Jesús y de la Iglesia,
y a los santos Fundadores, y de guiar a una vida de oración más profunda.
111
La programación
de los cursos dé la debida importancia a la vida fraterna en comunidad y a la
misión de los institutos 112 y ofrezca los medios adecuados para
consolidar o recuperar el espíritu de unidad y corresponsabilidad entre los
miembros, el espíritu apostólico y una actitud de justicia, de solidaridad y de
misericordia hacia los más necesitados. « Se pide a las personas consagradas
que sean verdaderamente expertas en comunión, y que vivan la respectiva
espiritualidad como “testigos y artífices de aquel 'proyecto de comunión' que
constituye la cima de la historia del hombre según Dios” ». 113
Procúrese subrayar la dignidad de la vocación de los seglares y del clero
diocesano, promoviendo la colaboración con ellos y el compartir el espíritu y
la misión del instituto. 114
b) Los cursos
– Ayuden además
a desarrollar en los formadores y en las formadoras la capacidad de relación,
de escucha, de discernimiento vocacional y de educación de los jóvenes y de los
adultos al discernimiento y al compromiso.
– Ayuden a
desarrollar la capacidad de guía espiritual y de acompañamiento pedagógico y
psicológico, cuyas finalidades y niveles de intervención se diferencian, aunque
convergen en la maduración integral de la persona consagrada a Dios. Ofrezcan
también los instrumentos para captar y saber afrontar, con la ayuda de
expertos, cuando sea necesario, situaciones particulares y problemas
personales.
– Ayuden a la
lectura y a la comprensión de los diversos contextos culturales, para favorecer
una formación en consonancia con las exigencias de la cultura de origen de los
religiosos y de las religiosas, o de la cultura del pueblo en el que trabajan.
Es importante que se aprenda a apreciar los valores auténticos que llevan la
impronta del Evangelio o están abiertos a él, y a discernir aquellos elementos
que deben ser purificados o rechazados. 115
– Sean una
ayuda para conocer y responder a los desafíos que la Iglesia encuentra en
nuestros días y para asumir las prioridades pastorales que el Santo Padre y los
Obispos unidos con él proponen a la reflexión de los fieles. « Se invita, pues,
a los Institutos a reproducir con valor la audacia, la creatividad y la
santidad de sus fundadores y fundadoras como respuesta a los signos de los
tiempos que surgen en el mundo de hoy. Esta invitación es sobre todo una
llamada a perseverar en el camino de santidad a través de las dificultades
materiales y espirituales que marcan la vida cotidiana ». 116
c) Estudien los formadores cómo preparar a los miembros de su comunidad
para la tarea de la Nueva Evangelización: anunciar a Cristo, Buena Nueva del
Padre, a todos los hombres. Ello implica, en particular, la necesaria
preparación para la evangelización de la cultura, para la pastoral en favor de
la vida, de la familia y de la solidaridad, para la opción evangélica en favor
los pobres, la formación de los jóvenes, la misión « ad gentes », el compromiso
ecuménico y el diálogo interreligioso, la comunicación social, etc. 117 Aprendan a
acoger las esperanzas y los interrogantes de los jóvenes —hijos de nuestro
tiempo— que entren en las comunidades, y los preparen para que encarnen lo
mejor de la propia época y den una respuesta de santidad y de caridad activa a
las necesidades de los tiempos. Formar
es siempre preparar al servicio que la Iglesia y la sociedad necesitan en una
época y en un ámbito cultural determinado.
Una formación
integral, precisamente porque tiene su eje en la educación de la fe y en la
maduración en el compromiso de la consagración-misión, debe tener en cuenta
también las nuevas formas de pobreza y de injusticia de nuestro tiempo. En este
campo los cursos de los centros de formación entre institutos, sin caer en
consideraciones reductivas, pueden ser un apoyo válido para formadores y
formadoras.
d) Los cursos para
formadores y formadoras constituyan una experiencia de crecimiento espiritual y
ayuden a su formación permanente. La tarea de acompañar a los jóvenes en su
camino de crecimiento lleva consigo una invitación constante de Cristo, Maestro
y Señor, a intensificar la vida de oración, la intimidad con Él, y a abrazar la
cruz que sella el delicado ministerio de la formación, poniendo siempre la
propia confianza en su guía y en su gracia.
La obra de la formación se desarrolla a lo
largo del eje del seguimiento de « Cristo casto, pobre y obediente —el Orante,
el Consagrado y el Misionero del Padre », 118— y tiene su centro en el
Misterio Pascual. Por lo mismo, la preparación de los formadores y de las
formadoras no puede ser sólo intelectual, doctrinal, pastoral y profesional; es
sobre todo experiencia profunda, humana y religiosa de participación en el
misterio de Cristo y en el acercamiento respetuoso al misterio de la persona
humana. En
Cristo es experiencia de filiación ante el Padre y de docilidad al Espíritu, de
fraternidad y de compartir, de paternidad y maternidad en el Espíritu: « Hijos
míos, por quienes sufro de nuevo dolores de parto, hasta ver a Cristo formado
en vosotros » (Gal 4, 19). Es útil que en esta luz los formadores puedan
encontrarse entre sí como personas consagradas, para confrontarse sobre su
camino de fe, orar juntos, dejarse interpelar por la Palabra y celebrar la Eucaristía.
Podrán enriquecerse con la experiencia de la bondad y la sabiduría del Maestro,
que, con la efusión de Su Espíritu y mediante la acción maternal de María,
continúa su obra también, y de un modo privilegiado, a través de su mediación
en la vida y en las experiencias de aquellos a quienes ayudan a vivir como «
conciudadanos de los santos y familiares de Dios » (Ef 2, 19).
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