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Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica
La colaboración entre Institutos para la Formación

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  • IV. COLABORACIÓN ENTRE INSTITUTOS PARA LA FORMACIÓN DE LOS FORMADORES Y DE LAS FORMADORAS
    • Cursos
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Cursos

26. Entre los criterios que guían la organización de esos cursos subrayamos los siguientes:

a) Su orientación específica tenga como finalidad habilitar a los educadores para la formación integral del religioso o de la religiosa en la unidad y en la originalidad de la persona, desarrollando todas las dimensiones de la consagración bautismal y religiosa. Por tanto, los cursos contribuyan a la preparación doctrinal, espiritual, canónica y pedagógico-pastoral. Garanticen sobre todo una sólida formación teológica, especialmente en los campos de la espiritualidad, de la moral y de la vida religiosa. Ayuden, además, a los formadores a tomar conciencia del carácter orgánico del proceso formativo y de las finalidades específicas de cada una de las etapas.

Los cursos ayuden sobre todo a los formadores a transmitir el arte de la lectura teológica de los signos de los tiempos 109 para que puedan así discernir la presencia, el amor y la voluntad de Dios en todas las cosas: en la Revelación y en la Creación, en la Iglesia, en los sacramentos y en las personas, en las circunstancias ordinarias y extraordinarias de la vida, en el camino de la historia; 110 sean, por lo mismo, una válida contribución para adquirir el arte de inspirar y alimentar un profundo amor a las Personas de la Santísima Trinidad y a la Eucaristía, como también a María, Madre de Jesús y de la Iglesia, y a los santos Fundadores, y de guiar a una vida de oración más profunda. 111

La programación de los cursos la debida importancia a la vida fraterna en comunidad y a la misión de los institutos 112 y ofrezca los medios adecuados para consolidar o recuperar el espíritu de unidad y corresponsabilidad entre los miembros, el espíritu apostólico y una actitud de justicia, de solidaridad y de misericordia hacia los más necesitados. « Se pide a las personas consagradas que sean verdaderamente expertas en comunión, y que vivan la respectiva espiritualidad como “testigos y artífices de aquel 'proyecto de comunión' que constituye la cima de la historia del hombre según Dios” ». 113 Procúrese subrayar la dignidad de la vocación de los seglares y del clero diocesano, promoviendo la colaboración con ellos y el compartir el espíritu y la misión del instituto. 114

b) Los cursos

Ayuden además a desarrollar en los formadores y en las formadoras la capacidad de relación, de escucha, de discernimiento vocacional y de educación de los jóvenes y de los adultos al discernimiento y al compromiso.

Ayuden a desarrollar la capacidad de guía espiritual y de acompañamiento pedagógico y psicológico, cuyas finalidades y niveles de intervención se diferencian, aunque convergen en la maduración integral de la persona consagrada a Dios. Ofrezcan también los instrumentos para captar y saber afrontar, con la ayuda de expertos, cuando sea necesario, situaciones particulares y problemas personales.

Ayuden a la lectura y a la comprensión de los diversos contextos culturales, para favorecer una formación en consonancia con las exigencias de la cultura de origen de los religiosos y de las religiosas, o de la cultura del pueblo en el que trabajan. Es importante que se aprenda a apreciar los valores auténticos que llevan la impronta del Evangelio o están abiertos a él, y a discernir aquellos elementos que deben ser purificados o rechazados. 115

Sean una ayuda para conocer y responder a los desafíos que la Iglesia encuentra en nuestros días y para asumir las prioridades pastorales que el Santo Padre y los Obispos unidos con él proponen a la reflexión de los fieles. « Se invita, pues, a los Institutos a reproducir con valor la audacia, la creatividad y la santidad de sus fundadores y fundadoras como respuesta a los signos de los tiempos que surgen en el mundo de hoy. Esta invitación es sobre todo una llamada a perseverar en el camino de santidad a través de las dificultades materiales y espirituales que marcan la vida cotidiana ». 116

c) Estudien los formadores cómo preparar a los miembros de su comunidad para la tarea de la Nueva Evangelización: anunciar a Cristo, Buena Nueva del Padre, a todos los hombres. Ello implica, en particular, la necesaria preparación para la evangelización de la cultura, para la pastoral en favor de la vida, de la familia y de la solidaridad, para la opción evangélica en favor los pobres, la formación de los jóvenes, la misión « ad gentes », el compromiso ecuménico y el diálogo interreligioso, la comunicación social, etc. 117 Aprendan a acoger las esperanzas y los interrogantes de los jóveneshijos de nuestro tiempo— que entren en las comunidades, y los preparen para que encarnen lo mejor de la propia época y den una respuesta de santidad y de caridad activa a las necesidades de los tiempos. Formar es siempre preparar al servicio que la Iglesia y la sociedad necesitan en una época y en un ámbito cultural determinado.

Una formación integral, precisamente porque tiene su eje en la educación de la fe y en la maduración en el compromiso de la consagración-misión, debe tener en cuenta también las nuevas formas de pobreza y de injusticia de nuestro tiempo. En este campo los cursos de los centros de formación entre institutos, sin caer en consideraciones reductivas, pueden ser un apoyo válido para formadores y formadoras.

d) Los cursos para formadores y formadoras constituyan una experiencia de crecimiento espiritual y ayuden a su formación permanente. La tarea de acompañar a los jóvenes en su camino de crecimiento lleva consigo una invitación constante de Cristo, Maestro y Señor, a intensificar la vida de oración, la intimidad con Él, y a abrazar la cruz que sella el delicado ministerio de la formación, poniendo siempre la propia confianza en su guía y en su gracia.

La obra de la formación se desarrolla a lo largo del eje del seguimiento de « Cristo casto, pobre y obediente —el Orante, el Consagrado y el Misionero del Padre », 118— y tiene su centro en el Misterio Pascual. Por lo mismo, la preparación de los formadores y de las formadoras no puede ser sólo intelectual, doctrinal, pastoral y profesional; es sobre todo experiencia profunda, humana y religiosa de participación en el misterio de Cristo y en el acercamiento respetuoso al misterio de la persona humana. En Cristo es experiencia de filiación ante el Padre y de docilidad al Espíritu, de fraternidad y de compartir, de paternidad y maternidad en el Espíritu: « Hijos míos, por quienes sufro de nuevo dolores de parto, hasta ver a Cristo formado en vosotros » (Gal 4, 19). Es útil que en esta luz los formadores puedan encontrarse entre sí como personas consagradas, para confrontarse sobre su camino de fe, orar juntos, dejarse interpelar por la Palabra y celebrar la Eucaristía. Podrán enriquecerse con la experiencia de la bondad y la sabiduría del Maestro, que, con la efusión de Su Espíritu y mediante la acción maternal de María, continúa su obra también, y de un modo privilegiado, a través de su mediación en la vida y en las experiencias de aquellos a quienes ayudan a vivir como « conciudadanos de los santos y familiares de Dios » (Ef 2, 19).




109 Cf. VC 73. 94.



110 Cf. VC 53.



111 Cf. VC 94. 95.



112 Cf. VC 41-42. 72.



113 Cf. VC 46; cf. RPH 24.



114 Cf. MR 37; VC 4. 15. 31. 56.



115 VC 79-80.



116 Cf. VC 37.



117 Cf. VC 77-83. 96-99. 101-103.



118 VC 77.






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