3. El testimonio del principio: la realidad originaria del pecado
33. Es la
dimensión del pecado que encontramos en el testimonio del principio,
recogido en el Libro del Génesis. 125 Es el pecado que, según la palabra
de Dios revelada, constituye el principio
y la raíz de todos los demás. Nos encontramos ante la realidad originaria
del pecado en la historia del hombre y, a la vez, en el conjunto de la economía
de la salvación. Se puede decir que en este pecado comienza el misterio de la impiedad, pero que
también este es el pecado, respecto al cual el poder redentor del misterio de la piedad llega a ser
particularmente transparente y eficaz. Esto lo expresa San Pablo, cuando a la «
desobediencia » del primer Adán contrapone
la « obediencia » de Cristo, segundo Adán: « La
obediencia hasta la muerte ».126
Según el
testimonio de del principio, el pecado en su realidad originaria se dio en la
voluntad —y en la conciencia— del hombre, ante todo, como « desobediencia », es
decir, como oposición de la voluntad del hombre a la voluntad de Dios. Esta
desobediencia originaria presupone el rechazo o, por lo menos, el alejamiento de la verdad contenida en la
Palabra de Dios, que crea el mundo. Esta Palabra es el mismo Verbo, que «
en el principio estaba en Dios » y que « era Dios » y sin él no se hizo nada de
cuanto existe », porque « el mundo fue hecho por él ».127 El Verbo es también
ley eterna, fuente de toda ley, que regula el mundo y, de modo especial, los
actos humanos. Pues, cuando Jesús, la víspera de su pasión, habla del pecado de
los que « no creen en él », en estas
palabras suyas llenas de dolor encontramos
como un eco lejano de aquel pecado, que en su forma originaria se inserta oscuramente en el misterio
mismo de la creación. El que habla, pues, es no sólo el Hijo del hombre, sino
que es también el « Primogénito de toda la creación », « en él fueron creadas
todas las cosas ... todo fue creado por él y para él ». 128 A la luz de
esta verdad se comprende que la « desobediencia », en el misterio del
principio, presupone en cierto modo la misma « no-fe », aquel mismo « no creyeron » que volverá a repetirse
ante el misterio pascual. Como hemos dicho ya, se trata del rechazo o, por lo
menos, del alejamiento de la verdad contenida en la Palabra del Padre. El
rechazo se expresa prácticamente como « desobediencia », en un acto realizado
como efecto de la tentación, que proviene del « padre de la mentira
».129 Por tanto, en la raíz del pecado humano está la mentira como
radical rechazo de la verdad contenida
en el Verbo del Padre, mediante el cual se expresa la amorosa omnipotencia del
Creador: la omnipotencia y a la vez el amor de Dios Padre, « creador de cielo y
tierra ».
34.
El « espíritu de Dios », que según la
descripción bíblica de la creación « aleteaba por encima de las aguas
»,130 indica el mismo « Espíritu que sondea hasta las profundidades de
Dios », sondea las profundidades del
Padre y del Verbo-Hijo en el misterio de la creación. No sólo es el testigo
directo de su mutuo amor, del que deriva la creación, sino que él mismo es este
amor. El mismo, como amor, es el eterno don increado. En él se encuentra la fuente y el principio de toda dádiva a
las criaturas. El testimonio del principio, que encontramos en toda la
revelación comenzando por el Libro del
Génesis, es unívoco al respecto. Crear quiere decir llamar a la existencia
desde la nada; por tanto, crear quiere decir dar la existencia. Y si el mundo visible es creado para el hombre,
por consiguiente el mundo es dado al hombre.131 Y contemporáneamente el
mismo hombre en su propia humanidad recibe como don una especial « imagen y semejanza » de Dios. Esto significa no sólo racionalidad y libertad como
propiedades constitutivas de la naturaleza humana, sino además, desde el
principio, capacidad de una relación
personal con Dios, como « yo » y « tú » y, por consiguiente, capacidad de alianza que tendrá lugar
con la comunicación salvífica de Dios al hombre. En el marco de la « imagen y
semejanza » de Dios, « el don del Espíritu » significa, finalmente, una llamada a la amistad, en la que las
trascendentales « profundidades de Dios » están abiertas, en cierto modo, a la
participación del hombre. El Concilio Vaticano II enseña: « Dios invisible (cf.
Col 1, 15; 1 Tim 1, 17) movido de amor, habla a los hombres como amigos,
trata con ellos (cf. Bar 3, 38) para
invitarlos y recibirlos en su compañía ».132
35.
Por consiguiente, el Espíritu, que « todo lo sondea, hasta las profundidades de
Dios », conoce desde el principio « lo íntimo del hombre.133
Precisamente por esto sólo él puede
plenamente « convencer en lo
referente al pecado » que se dio en
el principio, pecado que es la raíz de todos los demás y el foco de la
pecaminosidad del hombre en la tierra, que no se apaga jamás. El Espíritu de la
verdad conoce la realidad originaria del pecado, causado en la voluntad del
hombre por obra del « padre de la mentira » —de aquél que ya « está juzgado
»—.134 EL Espíritu Santo convence, por tanto, al mundo en lo referente
al pecado en relación a este « juicio », pero constantemente guiando hacia la « justicia » que ha sido revelada al hombre junto con la Cruz de
Cristo, mediante « la obediencia hasta la muerte ».135
Sólo el
Espíritu Santo puede convencer en lo referente al pecado del principio humano,
precisamente el que es amor del Padre y del Hijo, el que es don, mientras el pecado del principio humano consiste en
la mentira y en el rechazo del don y del amor que influyen definitivamente
sobre el principio del mundo y del hombre.
36.
Según el testimonio del principio, que encontramos en la Escritura y en la
Tradición, después de la primera (y a la vez más completa) descripción del Génesis, el pecado en su forma
originaria es entendido como « desobediencia », lo que significa simple y
directamente trasgresión de una prohibición
puesta por Dios.136 Pero a la vista de todo el contexto es también
evidente que las raíces de esta desobediencia deben buscarse profundamente en
toda la situación real del hombre. Llamado a la existencia, el ser humano
—hombre o mujer— es una criatura. La « imagen de Dios », que consiste en la racionalidad y en la libertad,
demuestra la grandeza y la dignidad del sujeto humano, que es persona. Pero este sujeto personal es también una
criatura: en su existencia y esencia depende del Creador. Según el Génesis, « el árbol de la ciencia del
bien y del mal » debía expresar y constantemente recordar al hombre el « límite
» insuperable para un ser creado. En este sentido debe entenderse la
prohibición de Dios: el Creador prohíbe al hombre y a la mujer que coman los
frutos del árbol de la ciencia del bien y del mal. Las palabras de la
instigación, es decir de la tentación, como está formulada en el texto sagrado,
inducen a transgredir esta prohibición, o sea a superar aquel « límite »: « el día en que comiereis de él se os
abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal
».137
La «
desobediencia » significa precisamente pasar aquel límite que permanece
insuperable a la voluntad y a la libertad del hombre como ser creado. Dios
creador es, en efecto, la fuente única y definitiva del orden moral en el mundo
creado por él. El hombre no puede decidir por sí mismo lo que es bueno y malo,
no puede « conocer el bien y el mal como dioses ». Sí, en el mundo creado Dios es la fuente primera y suprema para decidir sobre el bien y el mal, mediante
la íntima verdad del ser, que es reflejo del
Verbo, el eterno Hijo, consubstancial al Padre. Al hombre, creado a imagen
de Dios, el Espíritu Santo da como don la conciencia,
para que la imagen pueda reflejar fielmente en ella su modelo, que es
sabiduría y ley eterna, fuente del orden moral en el hombre y en el mundo. La «
desobediencia », como dimensión originaria del pecado, significa rechazo de esta fuente por la pretensión
del hombre de llegar a ser fuente autónoma y exclusiva en decidir sobre el bien
y el mal. El Espíritu que « sondea las profundidades de Dios » y que, a la vez,
es para el hombre la luz de la conciencia y la fuente del orden moral, conoce
en toda su plenitud esta dimensión del pecado, que se inserta en el misterio
del principio humano. Y no cesa de « convencer
de ello al mundo » en relación con la cruz de Cristo en el Gólgota.
37.
Según el testimonio del principio, Dios en la creación se ha revelado a sí mismo
como omnipotencia que es amor. Al mismo tiempo ha revelado al hombre que, como
« imagen y semejanza » de su creador, es llamado
a participar de la verdad y del amor. Esta participación significa una vida
en unión con Dios, que es la « vida eterna ».138 Pero el hombre, bajo
la influencia del « padre de la mentira », se ha separado de esta
participación. ¿En qué medida? Ciertamente no en la medida del pecado de un
espíritu puro, en la medida del pecado de Satanás. El espíritu humano es
incapaz de alcanzar tal medida.139 En la misma descripción del Génesis es fácil señalar la diferencia de
grado existente entre « el soplo del mal » del que es pecador (o sea
permanece en el pecado) desde el principio 140 y que ya « está juzgado
» 141 y el mal de la desobediencia del hombre. Esta desobediencia, sin
embargo, significa también dar la espalda
a Dios y, en cierto modo, el cerrarse
de la libertad humana ante él. Significa también una determinada apertura
de esta libertad —del conocimiento y de la voluntad humana— hacia el que es el
« padre de la mentira ». Este acto de elección responsable no es sólo una «
desobediencia », sino que lleva consigo también una cierta adhesión al motivo contenido en la primera instigación al
pecado y renovada constantemente a lo largo de la historia del hombre en la
tierra: « es que Dios sabe muy bien que el día en que comiereis de él, se os
abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal ». Aquí
nos encontramos en el centro mismo de lo que se podría llamar el « anti-Verbo
», es decir la « anti-verdad ». En efecto, es falseada la verdad del
hombre: quién es el hombre y cuáles son los límites insuperables de su ser y de su libertad. Esta « anti-verdad » es posible,
porque al mismo tiempo es falseada completamente
la verdad sobre quien es Dios. Dios
Creador es puesto en estado de sospecha, más aún incluso en estado de acusación
ante la conciencia de la criatura. Por vez primera en la historia del hombre aparece
el perverso « genio de la sospecha ». Este trata de « falsear » el Bien mismo, el
Bien absoluto, que en la obra de la creación se ha manifestado precisamente
como el bien que da de modo inefable: como bonum
diffusivum sui, como amor creador. ¿Quién
puede plenamente « convencer en lo
referente al pecado », es decir de esta motivación de la desobediencia
originaria del hombre sino aquél que sólo él es el don y la fuente de toda
dádiva, sino el Espíritu que, « sondea las profundidades de Dios » y es amor
del Padre y del Hijo?
38.
Pues, a pesar de todo el testimonio de la creación y de la economía salvífica
inherente a ella, el espíritu de las tinieblas 142 es capaz de mostrar
a Dios como enemigo de la propia
criatura y, ante todo, como enemigo del hombre, como fuente de peligro y de amenaza para el hombre. De esta manera Satanás injerta en el ánimo del hombre
el germen de la oposición a aquél que « desde el principio » debe ser
considerado como enemigo del hombre y no como Padre. El hombre es retado a
convertirse en el adversario de Dios.
El análisis
del pecado en su dimensión originaria indica que, por parte del « padre de la
mentira », se dará a lo largo de la
historia de la humanidad una constante presión al rechazo de Dios por parte del
hombre, hasta llegar al odio: « Amor
de sí mismo hasta el desprecio de Dios », como se expresa San Agustín.
143 El hombre será propenso a ver en Dios ante todo una propia
limitación y no la fuente de su liberación y la plenitud del bien. Esto lo
vemos confirmado en nuestros días, en los que las ideologías ateas intentan desarraigar la religión en base al
presupuesto de que determina la radical « alienación
» del hombre, como si el hombre
fuera expropiado de su humanidad cuando, al aceptar la idea de Dios, le
atribuye lo que pertenece al hombre y exclusivamente al hombre. Surge de aquí
una forma de pensamiento y de praxis histórico-sociológica donde el rechazo de
Dios ha llegado hasta la declaración de su « muerte ». Esto es un absurdo conceptual
y verbal. Pero la ideología de la « muerte de Dios » amenaza más bien al hombre, como indica el Vaticano II,
cuando, sometiendo a análisis la cuestión de la « autonomía de la realidad
terrena », afirma: « La criatura sin el Creador se esfuma ... Más aún, por el
olvido de Dios la propia criatura queda oscurecida ».144 La ideología
de la « muerte de Dios » en sus efectos demuestra fácilmente que es, a nivel
teórico y práctico, la ideología de la « muerte del hombre ».
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