6. El pecado contra el
Espíritu Santo
46.
En el marco de lo dicho hasta ahora, resultan más comprensibles otras palabras,
impresionantes y desconcertantes, de Jesús. Las podríamos llamar las palabras del « no-perdón ». Nos las
refieren los Sinópticos respecto a un pecado particular que es llamado «
blasfemia contra el Espíritu Santo ». Así han sido referidas en su triple
redacción:
Mateo: « Todo pecado y blasfemia se perdonará a los
hombres, pero la blasfemia contra el Espíritu no será perdonada. Y al que diga
una palabra contra el Hijo del hombre, se le perdonará; pero al que la diga
contra el Espíritu Santo, no se le perdonará ni en este mundo ni en el otro
».180
Marcos: « Se perdonará todo a los hijos de los hombres,
los pecados y las blasfemias, por muchas que éstas sean. Pero el que blasfeme
contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón nunca, antes bien, será reo de
pecado eterno ».181
Lucas: « A todo el que diga una palabra contra el Hijo
del hombre, se le perdonará; pero al que blasfeme contra el Espíritu Santo, no
se le perdonará ».182
¿Por qué la
blasfemia contra el Espíritu Santo es imperdonable? ¿Cómo se entiende esta blasfemia? Responde Santo Tomás de Aquino
que se trata de un pecado « irremisible según su naturaleza, en cuanto excluye
aquellos elementos, gracias a los cuales se da la remisión de los pecados
».183
Según esta
exégesis la « blasfemia » no consiste en el hecho de ofender con palabras al
Espíritu Santo; consiste, por el contrario, en
el rechazo de aceptar la salvación que Dios ofrece al hombre por medio del
Espíritu Santo, que actúa en virtud del sacrificio de la Cruz. Si el hombre
rechaza aquel « convencer sobre el pecado », que proviene del Espíritu Santo y
tiene un carácter salvífico, rechaza a la vez la « venida » del Paráclito
aquella « venida » que se ha realizado en el misterio pascual, en la unidad
mediante la fuerza redentora de la Sangre de Cristo. La Sangre que « purifica
de las obras muertas nuestra conciencia ».
Sabemos que
un fruto de esta purificación es la remisión de los pecados. Por tanto, el que
rechaza el Espíritu y la Sangre permanece en las « obras muertas », o sea en el
pecado. Y la blasfemia contra el Espíritu Santo consiste precisamente en el rechazo radical de aceptar esta remisión, de la que el mismo Espíritu es
el íntimo dispensador y que presupone la verdadera conversión obrada por él en
la conciencia. Si Jesús afirma que la blasfemia contra el Espíritu Santo no
puede ser perdonada ni en esta vida ni en la futura, es porque esta « no-remisión » está unida, como causa suya, a la « no-penitencia », es decir al rechazo
radical del convertirse. Lo que significa el rechazo de acudir a las fuentes de
la Redención, las cuales, sin embargo, quedan « siempre » abiertas en la
economía de la salvación, en la que se realiza la misión del Espíritu Santo. El
Paráclito tiene el poder infinito de sacar de estas fuentes: « recibirá de lo
mío », dijo Jesús. De este modo el Espíritu completa en las almas la obra de la
Redención realizada por Cristo, distribuyendo sus frutos. Ahora bien la
blasfemia contra el Espíritu Santo es el pecado cometido por el hombre, que
reivindica un pretendido « derecho de
perseverar en el mal » —en
cualquier pecado— y rechaza así la Redención El hombre encerrado en el pecado,
haciendo imposible por su parte la conversión y, por consiguiente, también la
remisión de sus pecados, que considera no esencial o sin importancia para su vida.
Esta es una condición de ruina espiritual, dado que la blasfemia contra el
Espíritu Santo no permite al hombre salir de su autoprisión y abrirse a las
fuentes divinas de la purificación de las conciencias y remisión de los
pecados.
47.
La acción del Espíritu de la verdad, que tiende al salvífico « convencer en lo
referente al pecado », encuentra en el hombre que se halla en esta condición
una resistencia interior, como una impermeabilidad de la conciencia, un estado
de ánimo que podría decirse consolidado en razón de una libre elección: es lo
que la Sagrada Escritura suele llamar « dureza de corazón ».184 En
nuestro tiempo a esta actitud de mente y corazón corresponde quizás la pérdida del sentido del pecado, a la
que dedica muchas páginas la Exhortación Apostólica Reconciliatio et paenitentia.185 Anteriormente el Papa Pío
XII había afirmado que « el pecado de nuestro siglo es la pérdida del sentido del
pecado » 186 y esta pérdida está acompañada por la « pérdida del
sentido de Dios ». En la citada Exhortación leemos: « En realidad, Dios es la
raíz y el fin supremo del hombre y éste lleva en sí un germen divino. Por ello,
es la realidad de Dios la que descubre e ilumina el misterio del hombre. Es
vano, por lo tanto, esperar que tenga consistencia un sentido del pecado
respecto al hombre y a los valores humanos, si falta el sentido de la ofensa
cometida contra Dios, o sea, el verdadero sentido del pecado ».187 La
Iglesia, por consiguiente, no cesa de implorar a Dios la gracia de que no
disminuya la rectitud en las conciencias
humanas, que no se atenúe su sana sensibilidad
ante el bien y el mal. Esta rectitud y sensibilidad están profundamente
unidas a la acción íntima del Espíritu de la verdad. Con esta luz adquieren un
significado particular las exhortaciones del Apóstol: « No extingáis el Espíritu », « no entristezcáis al Espíritu Santo
».188 Pero la Iglesia, sobre todo, no
cesa de suplicar con gran fervor que
no aumente en el mundo aquel pecado llamado por el Evangelio blasfemia
contra el Espíritu Santo; antes bien que retroceda
en las almas de los hombres y también en los mismos ambientes y en las
distintas formas de la sociedad, dando lugar a la apertura de las conciencias,
necesaria para la acción salvífica del Espíritu Santo. La Iglesia ruega que el
peligroso pecado contra el Espíritu deje lugar a una santa disponibilidad a
aceptar su misión de Paráclito, cuando viene para « convencer al mundo en lo
referente al pecado, en lo referente a la justicia y en lo referente al juicio
».
48.
Jesús en su discurso de despedida ha unido estos tres ámbitos del « convencer »
como componentes de la misión del Paráclito: el pecado, la justicia y el
juicio. Ellos señalan la dimensión de aquel misterio
de la piedad, que en la historia del hombre se opone al pecado, es decir al
misterio de la impiedad.189 Por
un lado, como se expresa San Agustín, existe el « amor de uno mismo hasta el
desprecio de Dios »; por el otro, existe el « amor de Dios hasta el desprecio
de uno mismo ».190 La Iglesia eleva sin cesar su oración y ejerce su
ministerio para que la historia de las conciencias y la historia de las
sociedades en la gran familia humana no
se abajen al polo del pecado con el rechazo de los mandamientos de Dios «
hasta el desprecio de Dios », sino que, por el contrario, se eleven hacia el amor en el que se manifiesta el Espíritu que da
la vida.
Los que se
dejan « convencer en lo referente al pecado » por el Espíritu Santo, se dejan
convencer también en lo referente a « la justicia y al juicio ». EL Espíritu de
la verdad que ayuda a los hombres, a las conciencias humanas, a conocer la verdad del pecado, a la vez hace que
conozcan la verdad de aquella justicia que
entró en la historia del hombre con Jesucristo. De este modo, los que «
convencidos en lo referente al pecado » se convierten bajo la acción del
Paráclito, son conducidos, en cierto modo, fuera del ámbito del « juicio »: de
aquel « juicio » mediante el cual « el Príncipe de este mundo está juzgado
».191 La conversión, en la profundidad de su misterio divino-humano,
significa la ruptura de todo vínculo mediante el cual el pecado ata al hombre
en el conjunto del misterio de la
impiedad. Los que se convierten, pues, son conducidos por el Espíritu Santo
fuera del ámbito del « juicio » e introducidos
en aquella justicia, que está en Cristo Jesús, porque la « recibe » del
Padre,192 como un reflejo de la santidad trinitaria. Esta es la
justicia del Evangelio y de la Redención, la justicia del Sermón de la montaña
y de la Cruz, que realiza la purificación de la conciencia por medio de la
Sangre del Cordero. Es la justicia que el Padre da al Hijo y a todos aquellos,
que se han unido a él en la verdad y en
el amor.
En esta
justicia el Espíritu Santo, Espíritu del Padre y del Hijo, que « convence al
mundo en lo referente al pecado » se manifiesta y se hace presente al hombre
como Espíritu de vida eterna.
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