III PARTE - EL
ESPÍRITU QUE DA LA VIDA
1. Motivo del Jubileo
del año dos mil: Cristo que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo
49.
El pensamiento y el corazón de la Iglesia se dirigen al Espíritu Santo al final
del siglo veinte y en la perspectiva del tercer milenio de la venida de
Jesucristo al mundo, mientras miramos al gran Jubileo con el que la Iglesia
celebrará este acontecimiento. En efecto, dicha venida se mide, según el cómputo
del tiempo, como un acontecimiento que pertenece a la historia del hombre en la
tierra. La medida del tiempo, usada comúnmente, determina los años, siglos y
milenios según trascurran antes o después del nacimiento de Cristo. Pero hay
que tener también presente que, para nosotros los cristianos este
acontecimiento significa, según el Apóstol, la « plenitud de los tiempos
»,193 porque a través de ellos Dios mismo, con su « medida », penetró
completamente en la historia del hombre: es una presencia trascendente en el « ahora » (« nunc ») eterno. « Aquél que
es, que era y que va a venir »; aquél que es « el Alfa y la Omega, el Primero y
el Ultimo, el Principio y el Fin ».194 « Porque tanto amó Dios al mundo que le dio su Hijo único, para que
todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna ».195 « Pero al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer
... para que recibiéramos la filiación ».196 y esta encarnación del
Hijo-Verbo tuvo lugar « por obra del
Espíritu Santo ».
Los dos
evangelistas, a quienes debemos la narración del nacimiento y de la infancia de
Jesús de Nazaret, se pronuncian del mismo modo sobre esta cuestión. Según Lucas, en la anunciación del
nacimiento de Jesús María pregunta: « ¿Cómo será esto, puesto que no conozco
varón? » y recibe esta respuesta: « El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el
poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será
santo y será llamado Hijo de Dios ».197
Mateo narra directamente: « El nacimiento de
Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José y,
antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del
Espíritu Santo ».198 José turbado por esta situación, recibe en sueños
la siguiente explicación: « No temas tomar contigo a María tu esposa, porque lo
concebido en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz a un hijo a quien
pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados ».
199
Por esto,
la Iglesia desde el principio profesa el
misterio de la encarnación, misterio-clave de la fe, refiriéndose al Espíritu Santo. Dice el Símbolo Apostólico: « que
fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo; nació de Santa María Virgen
». Y no se diferencia del Símbolo
nicenoconstantinopolitano cuando afirma: « Y por obra del Espíritu Santo se
encarnó de María la Virgen, y se hizo hombre ».
« Por obra
del Espíritu Santo » se hizo hombre aquél que la Iglesia, con las palabras del
mismo Símbolo, confiesa que es el Hijo consubstancial al Padre: « Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero
de Dios verdadero, engendrado, no creado ». Se hizo hombre « encarnándose en el seno de la
Virgen María ». Esto es
lo que se realizó « al llegar la plenitud de los tiempos ».
50.
El gran Jubileo, que concluirá el
segundo milenio al que la Iglesia ya se prepara, tiene directamente una dimensión cristológica; en efecto, se
trata de celebrar el nacimiento de Jesucristo. Al mismo tiempo, tiene una dimensión pneumatológica, ya que el
misterio de la Encarnación se realizó « por obra del Espíritu Santo ». Lo «
realizó aquel Espíritu que —consubstancial al Padre y al Hijo— es, en el
misterio absoluto de Dios uno y trino, la Persona-amor, el don increado, fuente
eterna de toda dádiva que proviene de Dios en el orden de la creación, el
principio directo y, en cierto modo, el sujeto de la autocomunicación de Dios
en el orden de la gracia. El misterio de
la Encarnación de Dios constituye el culmen de esta dádiva y de esta autocomunicación divina.
En efecto,
la concepción y el nacimiento de Jesucristo son la obra más grande realizada
por el Espíritu Santo en la historia de la creación y de la salvación: la
suprema gracia —« la gracia de la unión »—fuente de todas las demás gracias,
como explica Santo Tomás.200 A esta obra se refiere el gran Jubileo y
se refiere también —si penetramos en su profundidad— al artífice de esta obra:
la persona del Espíritu Santo.
A « la
plenitud de los tiempos » corresponde, en efecto, una especial plenitud de la
comunicación de Dios uno y trino en el Espíritu Santo. « Por obra del Espíritu
Santo » se realiza el misterio de la « unión
hipostática », esto es, la unión de la naturaleza divina con la naturaleza
humana, de la divinidad con la humanidad en la única Persona del Verbo-Hijo.
Cuando María en el momento de la anunciación pronuncia su « fiat »: « Hágase en
mí según tu palabra »,201 concibe de modo virginal un hombre, el Hijo del hombre, que
es el Hijo de Dios. Mediante este « humanarse » del Verbo-Hijo, la
autocomunicación de Dios alcanza su plenitud definitiva en la historia de la
creación y de la salvación. Esta plenitud adquiere una especial densidad y
elocuencia expresiva en el texto del evangelio de San Juan. « La Palabra se
hizo carne ».202 La Encarnación de Dios-Hijo significa asumir la unidad
con Dios no sólo de la naturaleza humana sino asumir también en ella, en cierto modo, todo lo que es « carne » toda la humanidad, todo el mundo visible y material. La
Encarnación, por tanto, tiene también su significado cósmico y su dimensión
cósmica. El « Primogénito de toda la creación »,203 al encarnarse en la
humanidad individual de Cristo, se une en cierto modo a toda la realidad del
hombre, el cual es también « carne »,204 y en ella a toda « carne » y a
toda la creación.
51.
Todo esto se realiza por obra del Espíritu Santo y, por consiguiente, pertenece
al contenido del gran Jubileo futuro. La Iglesia no puede prepararse a ello de otro modo, sino
es por el Espíritu Santo. Lo que en « la plenitud de los tiempos » se
realizó por obra del Espíritu Santo, solamente por obra suya puede ahora surgir
de la memoria de la Iglesia. Por obra suya puede hacerse presente en la nueva fase
de la historia del hombre sobre la tierra: el año dos mil del nacimiento de
Cristo.
El Espíritu
Santo, que cubrió con su sombra el cuerpo virginal de María, dando comienzo en
ella a la maternidad divina, al mismo tiempo hizo que su corazón fuera perfectamente
obediente a aquella autocomunicación de Dios que superaba todo concepto y toda
facultad humana. « ¡Feliz la que ha creído! »; 205 así es saludada
María por su parienta Isabel, que también estaba « llena de Espíritu Santo
»,206 En las palabras de saludo a
la que « ha creído », parece
vislumbrarse un lejano (pero en realidad muy cercano) contraste con todos
aquellos de los que Cristo dirá que « no creyeron »,207 María entró en
la historia de la salvación del mundo mediante la obediencia de la fe. Y la fe, en su esencia más profunda, es la
apertura del corazón humano ante el
don: ante la autocomunicación de Dios por
el Espíritu Santo. Escribe San Pablo: « El Señor es el Espíritu, y donde
está el Espíritu del Señor, allí está la libertad ».208 Cuando Dios Uno
y Trino se abre al hombre por el Espíritu Santo, esta « apertura » suya revela
y, a la vez, da a la creatura-hombre la plenitud de la libertad. Esta plenitud,
de modo sublime, se ha manifestado precisamente mediante la fe de María,
mediante « la obediencia a la fe ».209 Sí, « ¡feliz la que ha creído!
».
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