2. Motivo del Jubileo: se ha manifestado la
gracia
52. La obra del Espíritu « que da la vida » alcanza
su culmen en el misterio de la Encarnación. No es posible dar la vida, que está en Dios de modo pleno, sino es
haciendo de ella la vida de un Hombre, como
lo es Cristo en su humanidad personalizada por el Verbo en la unión
hipostática. Y. al mismo tiempo, con el misterio de la Encarnación se abre de
un modo nuevo la fuente de esta vida divina en la historia de la humanidad:
el Espíritu Santo. EL Verbo, « Primogénito de toda la creación », se convierte
en « el primogénito entre muchos hermanos »210 y así llega a ser
también la cabeza del cuerpo que es la Iglesia, que nacerá en la Cruz y se
manifestará el día de Pentecostés; y es en la Iglesia la cabeza de la
humanidad: de los hombres de toda nación, raza, región y cultura, lengua y
continente, que han sido llamados a la salvación. « La Palabra se hizo carne;
(aquella Palabra en la que) estaba la
vida, y la vida era la Luz de los hombres ... A todos los que la recibieron
les dio poder de hacerse hijos de Dios ».211
Pero todo esto se realizó y sigue realizándose incesantemente « por obra del
Espíritu Santo ».
« Hijos de
Dios » son, en efecto, como enseña el Apóstol, « los que son guiados por el Espíritu de Dios ».212 La
filiación de la adopción divina nace en los hombres sobre la base del misterio
de la Encarnación, o sea, gracias a Cristo, el eterno Hijo. Pero el nacimiento,
o el nacer de nuevo, tiene lugar cuando
Dios Padre « ha enviado a nuestros
corazones el Espíritu de su Hijo ».213 Entonces, realmente «
recibimos un Espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: « ¡Abbá, Padre!
».214 Por tanto, aquella filiación divina, insertada en el alma humana
con la gracia santificante, es obra del Espíritu Santo. « El Espíritu mismo se
une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios, coherederos de Cristo ».215 La gracia
santificante es en el hombre el principio y la fuente de la nueva vida: vida
divina y sobrenatural.
El don de
esta nueva vida es como una respuesta definitiva de Dios a las palabras del
Salmista en las que, en cierto modo, resuena la voz de todas las criaturas: «
Envías tu soplo y son creadas, y renuevas la faz de la tierra ».216
Aquél que en el misterio de la creación da
al hombre y al cosmos la vida en
sus múltiples formas visibles e invisibles, la
renueva mediante el misterio de la Encarnación. De esta manera, la creación
es completada con la Encarnación e impregnada desde entonces por las fuerzas de
la redención que abarcan la humanidad y todo lo creado. Nos lo dice San Pablo,
cuya visión cósmico-teológica parece evocar la voz del antiguo Salmo: « la
ansiosa espera de la creación desea vivamente la revelación de los hijos de Dios »,217 esto es, de aquellos
que Dios, habiéndoles « conocido desde siempre », « los predestinó a reproducir
« la imagen de su Hijo ».218 Se da así una « adopción sobrenatural » de
los hombres, de la que es origen el Espíritu Santo, amor y don. Como tal es dado a los hombres. Y en la sobreabundancia del don increado, por
medio del cual los hombres « se hacen partícipes de la naturaleza divina
».219 Así la vida humana es penetrada por la participación de la vida
divina y recibe también una dimensión divina y sobrenatural. Se tiene así la nueva
vida en la que, como partícipes del misterio de la Encarnación, « con el
Espíritu Santo pueden los hombres llegar hasta el Padre ».220 Hay, por
tanto, una íntima dependencia causal entre
el Espíritu que da la vida, la gracia
santificante y aquella múltiple vitalidad
sobrenatural que surge en el hombre: entre el Espíritu increado y el
espíritu humano creado.
53.
Puede decirse que todo esto se
enmarca en el ámbito del gran Jubileo mencionado
antes. En efecto, es necesario ir mas allá de la dimensión histórica del hecho,
considerado exteriormente. Es necesario insertar, en el mismo contenido
cristológico del hecho, la dimensión pneumatológica, abarcando con la mirada de
la fe los dos milenios de la acción del
Espíritu de la verdad, el cual, a través de los siglos, ha recibido del
tesoro de la Redención de Cristo, dando a los hombres la nueva vida, realizando
en ellos la adopción en el Hijo unigénito, santificándolos, de tal modo que
puedan repetir con San Pablo: « hemos recibido el Espíritu que viene de Dios
».221 Pero siguiendo el tema del Jubileo, no es posible limitarse a los
dos mil años transcurridos desde el nacimiento de Cristo. Hay que mirar atrás, comprender toda la acción del
Espíritu Santo aún antes de Cristo: desde
el principio, en todo el mundo y, especialmente, en la economía de la
Antigua Alianza. En efecto, esta acción en todo lugar y tiempo, más aún, en
cada hombre, se ha desarrollado según el plan eterno de salvación, por el cual
está íntimamente unida al misterio de la Encarnación y de la Redención, que a
su vez ejerció su influjo en los creyentes en Cristo que había de venir. Esto
lo atestigua de modo particular la Carta
a los Efesios.222 por tanto, la gracia lleva consigo una
característica cristológica y a la vez pneumatológica que se verifica sobre
todo en quienes explícitamente se adhieren a Cristo: « En él (en Cristo) ...
fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la Promesa, que es prenda de nuestra
herencia para redención del Pueblo de su posesión ».223
Pero
siempre en la perspectiva del gran Jubileo, debemos mirar más abiertamente y
caminar « hacia el mar abierto », conscientes de que « el viento sopla donde
quiere », según la imagen empleada por Jesús en el coloquio con Nicodemo.224
El Concilio Vaticano II, centrado sobre todo en el tema de la Iglesia, nos
recuerda la acción del Espíritu Santo incluso « fuera » del cuerpo visible de
la Iglesia. Nos habla justamente de « todos los hombres de buena voluntad,
en cuyo corazón obra la gracia de modo visible. Cristo murió por todos, y la
vocación suprema del hombre en realidad es una sola, es decir, la divina. En
consecuencia, debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad
de que, en la forma de sólo Dios conocida, se asocien a este misterio pascual
».225
54.
« Dios es espíritu, y los que adoran deben adorar en espíritu y verdad ». 226 Estas palabras las pronunció
Jesús en otro de sus coloquios: aquél con la Samaritana. El gran Jubileo, que
se celebrará al final de este milenio y al comienzo del que viene, ha de
constituir una fuerte llamada dirigida a todos los que « adoran a Dios en
espíritu y verdad ». Ha de ser para todos una ocasión especial para meditar el
misterio de Dios uno y trino, que en sí
mismo es completamente trascendente respecto al mundo, especialmente el
mundo visible. En efecto, es Espíritu absoluto: « Dios es espíritu »;
227 y a la vez, y de manera admirable no sólo está cercano a este mundo, sino que está presente en él y, en cierto modo, inmanente, lo penetra y vivifica desde
dentro. Esto sirve especialmente para el hombre: Dios está en lo íntimo de su
ser como pensamiento, conciencia, corazón; es realidad psicológica y ontológica
ante la cual San Agustín decía: « es más
íntimo de mi intimidad ».228
Estas palabras nos ayudan a entender mejor las que Jesús dirigió a la
Samaritana: « Dios es espíritu ». Solamente el Espíritu puede ser « más íntimo de mi intimidad » tanto en el
ser como en la experiencia espiritual; solamente el Espíritu puede ser tan
inmanente al hombre y al mundo, al permanecer inviolable e inmutable en su
absoluta trascendencia
Pero la
presencia divina en el mundo y en el hombre se ha manifestado de modo nuevo y
de forma visible en Jesucristo. Verdaderamente en él « se ha manifestado la
gracia ».229 El amor de Dios Padre, don, gracia infinita, principio de
vida, se ha hecho visible en Cristo, y en su humanidad se ha hecho « parte »
del universo, del género humano y de la historia. La « manifestación de la
gracia en la historia del hombre, mediante Jesucristo, se ha realizado por obra
del Espíritu Santo, que es el principio
de toda acción salvífica de Dios en el mundo: es el « Dios oculto »
230 que como amor y don « llena la tierra ».231 Toda la vida de
la Iglesia, como se manifestará en el gran Jubileo, significa ir al encuentro
de Dios oculto, al encuentro del Espíritu que da la vida.
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