4. El Espíritu Santo
fortalece el « hombre interior »
58.
El misterio de la Resurrección y de Pentecostés es anunciado y vivido por la
Iglesia, que es la heredera y continuadora del testimonio de los Apóstoles
sobre la resurrección de Jesucristo. Es el testigo perenne de la victoria sobre
la muerte, que reveló la fuerza del Espíritu Santo y determinó su nueva venida,
su nueva presencia en los hombres y en el mundo. En efecto, en la resurreción
de Cristo, el Espíritu Santo Paráclito se reveló sobre todo como el que da la
vida: « Aquél que resucitó a Cristo de entre los muertos dará también la vida a
vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en vosotros ».247 En nombre de la resurrección de Cristo la
Iglesia anuncia la vida, que se ha manifestado más allá del límite de la
muerte, la vida que es más fuerte que la muerte. Al mismo tiempo, anuncia al que da la vida: el Espíritu vivificante; lo anuncia y coopera con él
en dar la vida. En efecto, « aunque el cuerpo haya muerto ya a causa del
pecado, el espíritu es vida a causa de la justicia » 248 realizada por
Cristo crucificado y resucitado. Y en nombre de la resurrección de Cristo, la
Iglesia sirve a la vida que proviene de Dios mismo, en íntima unión y humilde
servicio al Espíritu. Precisamente por medio de este servicio el hombre se convierte de modo siempre nuevo en
« el camino de la Iglesia », como dije ya en la Encíclica sobre
Cristo Redentor 249 y ahora repito en ésta sobre el Espíritu Santo. La
Iglesia unida al Espíritu, es consciente más que nadie de la realidad del hombre interior, de lo que en el hombre
hay de más profundo y esencial, porque es
espiritual e incorruptible. A este nivel el Espíritu injerta la « raíz de
la inmortalidad »,250 de la que brota la nueva vida, esto es, la vida
del hombre en Dios que, como fruto de su comunicación salvífica por el Espíritu
Santo, puede desarrollarse y consolidarse solamente bajo su acción. Por ello,
el Apóstol se dirige a Dios en favor de los creyentes, a los que dice: « Doblo
mis rodillas ante el Padre ... para que os conceda que seáis fortalecidos por
la acción de su Espíritu en el hombre interior ».251
Bajo el
influjo del Espíritu Santo madura y se refuerza este hombre interior, esto es,
« espiritual ». Gracias a la comunicación divina el espíritu humano que «
conoce los secretos del hombre », se encuentra con el Espíritu que « todo lo
sondea, hasta las profundidades de Dios ».252 Por este Espíritu, que es el don eterno, Dios uno y trino se abre al hombre, al espíritu humano. El soplo
oculto del Espíritu divino hace que el espíritu humano se abra, a su vez, a la
acción de Dios salvífica y santificante. Mediante el don de la gracia que viene
del Espíritu el hombre entra en « una
nueva vida », es introducido en la realidad sobrenatural de la misma vida
divina y llega a ser « santuario del Espíritu Santo », « templo vivo de Dios
».253 En efecto, por el Espíritu Santo, el Padre y el Hijo vienen al
hombre y ponen en él su morada.254 En la comunión de gracia con la
Trinidad se dilata el « área vital » del hombre, elevada a nivel sobrenatural
por la vida divina. El hombre vive en
Dios y de Dios: vive « según el Espíritu » y « desea lo espiritual ».
59.
La relación íntima con Dios por el Espíritu Santo hace que el hombre se
comprenda, de un modo nuevo, también a sí mismo y a su propia humanidad. De
esta manera, se realiza plenamente aquella imagen y semejanza de Dios que es el
hombre desde el principio.255 Esta verdad íntima sobre el ser humano ha
de ser descubierta constantemente a la luz de Cristo que es el prototipo de la
relación con Dios y, en él, debe ser descubierta también la razón de « la
entrega sincera de sí mismo a los demás », como escribe el Concilio Vaticano
II; precisamente en razón de esta semejanza divina se demuestra que el hombre «
es la única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí misma », en su
dignidad de persona, pero abierta a la integración y comunión
social.256 El conocimiento eficaz y la realización plena de esta verdad
del ser se dan solamente por obra del
Espíritu Santo. El hombre llega al conocimiento de esta verdad por
Jesucristo y la pone en práctica en su vida por obra del Espíritu, que el mismo
Jesús nos ha dado.
En este
camino, « camino de madurez interior » que supone el pleno descubrimiento del
sentido de la humanidad, Dios se acerca al hombre, penetra cada vez más a fondo
en todo el mundo humano. Dios uno y trino, que en sí mismo « existe » como
realidad trascendente de don interpersonal al
comunicarse por el Espíritu Santo como don al hombre, transforma el mundo
humano desde dentro, desde el interior de los corazones y de las
conciencias. De este modo el mundo, partícipe del don divino, se hace como
enseña el Concilio, « cada vez más humano, cada vez más profundamente humano
»,257 mientras madura en él, a través de los corazones y de las
conciencias de los hombres, el Reino en el que Dios será definitivamente « todo
en todos »: 258 como don y amor. Don y amor: éste es el eterno poder de
la apertura de Dios uno y trino al hombre y al mundo, por el Espíritu Santo.
En la perspectiva del año dos mil desde el nacimiento de Cristo se
trata de conseguir que un número cada vez mayor de hombres « puedan encontrar
su propia plenitud ... en la entrega sincera de sí mismo a los demás » según la
citada frase del Concilio. Que bajo la acción del Espíritu Paráclito se realice
en nuestro mundo el proceso de verdadera maduración en la humanidad, en la vida
individual y comunitaria por el cual Jesús mismo « cuando ruega al Padre que
"todos sean uno, como nosotros también somos uno" (Jn 17, 21-22), sugiere una cierta semejanza
entre la unión de las personas divinas y la unión de los hijos de Dios en la verdad y en la caridad ».259 El
Concilio reafirma esta verdad sobre el hombre, y la Iglesia ve en ella una
indicación particularmente fuerte y determinante de sus propias tareas
apostólicas. En efecto, si el hombre es « el camino de la Iglesia », este
camino pasa a través de todo el misterio de Cristo, como modelo divino del
hombre. Sobre este camino el Espíritu Santo, reforzando en cada uno de nosotros
« al hombre interior » hace que el hombre, cada vez mejor, pueda « encontrarse
en la entrega sincera de sí mismo a los demás ». Puede decirse que en estas
palabras de la Constitución pastoral del Concilio se compendia toda la antropología cristiana: la
teoría y la praxis, fundada en el Evangelio, en la cual el hombre, descubriendo
en sí mismo su pertenencia a Cristo, y en a la elevación a « hijo de Dios »,
comprende mejor también su dignidad de hombre, precisamente porque es el sujeto
del acercamiento y de la presencia de Dios, sujeto de la condescendencia divina
en la que está contenida la perspectiva e incluso la raíz misma de la
glorificación definitiva. Entonces se puede repetir verdaderamente que la «
gloria de Dios es el hombre viviente, pero la vida del hombre es la visión de
Dios »: 260 el hombre, viviendo una vida divina, es la gloria de Dios,
y el Espíritu Santo es el dispensador oculto de esta vida y de esta gloria. El
—dice Basilio el Grande— « simple en su esencia y variado en sus dones ... se
reparte sin sufrir división ... está presente en cada hombre capaz de
recibirlo, como si sólo él existiera y, no obstante, distribuye a todos gracia
abundante y completa ».261
60.
Cuando, bajo el influjo del Paráclito, los hombres descubren esta dimensión
divina de su ser y de su vida, ya sea como personas ya sea como comunidad, son
capaces de liberarse de los diversos
determinismos derivados principalmente de las bases materialistas del
pensamiento, de la praxis y de su respectiva metodología. En nuestra época
estos factores han logrado penetrar hasta lo más íntimo del hombre, en el
santuario de la conciencia, donde el Espíritu Santo infunde constantemente la
luz y la fuerza de la vida nueva según la libertad de los hijos de Dios. La madurez
del hombre en esta vida está impedida por los condicionamientos y las presiones
que ejercen sobre él las estructuras y los mecanismos dominantes en los
diversos sectores de la sociedad. Se puede decir que en muchos casos los
factores sociales, en vez de favorecer el desarrollo y la expansión del
espíritu humano, terminan por arrancarlo de la verdad genuina de su ser y de su
vida, —sobre la que vela el Espíritu Santo— para someterlo así al « Príncipe de
este mundo ».
El gran
Jubileo del año dos mil contiene, por tanto, un mensaje de liberación por obra
del Espíritu, que es el único que puede ayudar a las personas y a las
comunidades a liberarse de los viejos y nuevos determinismos, guiándolos con la
« ley del espíritu que da la vida en Cristo Jesús »,262 descubriendo y
realizando la plena dimensión de la verdadera libertad del hombre. En efecto
—como escribe San Pablo— « donde está el Espíritu del Señor, allí está la
libertad ».263 Esta revelación de la libertad y, por consiguiente, de la
verdadera dignidad del hombre adquiere un significado particular para los
cristianos y para la Iglesia en estado de persecución —ya sea en los tiempos
antiguos, ya sea en la actualidad—, porque los testigos de la verdad divina son
entonces una verificación viva de la acción del Espíritu de la verdad, presente
en el corazón y en la conciencia de los fieles, y a menudo sellan con su
martirio la glorificación suprema de la dignidad humana.
También en
las situaciones normales de la sociedad los cristianos, como testigos de la auténtica dignidad del
hombre, por su obediencia al Espíritu Santo, contribuyen a la múltiple «
renovación de la faz de la tierra », colaborando con sus hermanos a realizar y
valorar todo lo que el progreso actual de la civilización, de la cultura, de la
ciencia, de la técnica y de los demás sectores del pensamiento y de la
actividad humana, tiene de bueno, noble y bello.264 Esto lo hacen como
discípulos de Cristo, —como escribe el Concilio— « constituido Señor por su
resurrección ... obra ya por virtud de su
Espíritu en el corazón del hombre, no sólo despertando el anhelo del siglo
futuro, sino alentando, purificando y robusteciendo también con ese deseo
aquellos generosos propósitos con los que la familia humana intenta hacer más llevadera
su propia vida y someter la tierra a este fin ».265 De esta manera,
afirman aún más la grandeza del hombre, hecho a imagen y semejanza de Dios;
grandeza que es iluminada por el misterio de la encarnación del Hijo de Dios,
el cual, « en la plenitud de los tiempos », por obra del Espíritu Santo, ha
entrado en la historia y se ha manifestado como verdadero hombre, primogénito
de toda criatura, « del cual proceden todas las cosas y para el cual somos
».266
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